En esta nueva entrega de la serie El Mundo Feliz de Silicon Valley, la
serie en la que revisamos la relación entre el proyecto tecnológico de Silicon
Valley y el mundo religioso o espiritual, vamos a hacer un giro, hacia los
componentes políticos o ideológicos en el proyecto de Silicon Valley.
Esta es una larga historia, para entender la cual debemos sumergirnos
en el devenir de Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Vamos a retroceder
hasta la década de 1920, “los locos años veinte”, un decenio que vio la
sucesión de tres presidentes republicanos: Harding, Coolidge y Hoover. Los tres
fueron conocidos como presidentes “pro-business” o pro mercado diríamos hoy,
cuestión muy en línea con un liderazgo republicano. Herbert Hoover, el 31°
presidente de Estados Unidos (1929-33) ganó las elecciones con un slogan de
campaña bastante claro: “prosperity is
right around the corner” (la prosperidad está a la vuelta de la esquina).
La promesa del presidente iba de la mano con una sensación generalizada de
confianza en la pujante economía norteamericana; el país quiso creer que casi
todos iban a ser millonarios. Por desgracia para Hoover las expectativas sólo
duraron nueve meses: Hoover asumió en enero y en octubre sobrevino la
catástrofe. En menos de una semana, en octubre de 1929, entre el “Black
Thursday” y el “Black Tuesday” se liquidaron casi 30 millones de acciones. La
Bolsa de Nueva York se desplomó, quebrando cientos de bancos y empresas,
grandes y pequeñas. En un par de años los cesantes llegaron a unos 15 millones
y los sueldos cayeron a un 60% del nivel de 1929; un desastre total. En las
grandes ciudades, como Nueva York, sonó el eco de las predicciones
apocalípticas de Karl Marx, padre del marxismo: el capitalismo va a caer fruto
de sus propias contradicciones. Las huelgas de los obreros y las marchas de los
desempleados anunciaban la inminencia de la revolución en Norteamérica. Para
muchos la pregunta no era si Estados Unidos se volvería socialista, sino qué
clase de socialismo tendría. Aunque esta idea de una revolución socialista en
Estados Unidos hoy nos suene disparatada, hay que recordar que apenas una
década antes se había instalado el primer régimen marxista de la historia en la
Unión Soviética.
En medio de la desesperación y la angustia generada por la debacle de
la Gran Depresión de 1929 surgió la figura de Franklin Delano Roosevelt
(1882-1945), el hombre que encarnó la visión de muchos norteamericanos. Según
Roosevelt la debacle fue el resultado del ansia de cada uno por hacerse
millonario, olvidando el bien común. Pero la Gran Depresión puso fin a la era
del individualismo económico; ahora el gobierno de Roosevelt iba a reparar lo
que los empresarios inescrupulosos y los especuladores habían destruido. El
“New Deal” o Nuevo Acuerdo, el programa que postuló Roosevelt para las
elecciones de 1932 representaba una masiva intervención del estado en la
economía y un enorme gasto fiscal para recuperar las empresas y la banca. Ni
qué decir que Hoover perdió la reelección porque Roosevelt arrasó en todo el
país. El triunfo demócrata fue tan contundente que a los republicanos les
tomaría casi tres décadas regresar a la Casa Blanca.
Pero para quienes recelaban del poder del estado para intervenir en la
libertad individual y en la economía, la política del presidente resultaba
sospechosa e inaceptable. Que Roosevelt fuera invencible en las siguientes
elecciones, tuviera un programa radial con más de 30 millones de auditores – el
primer presidente mediático – y ejerciera la presidencia más larga en la
historia de Estados Unidos (1933-45) no hizo sino convencer a sus opositores
que el presidente tenía ansias de dictador, era un colectivista, al que algunos
llamaban despectivamente “pink” (rosado, por el rojo del comunismo). Desde
fuera estamos acostumbrados a ver a Roosevelt como el gran líder de los
Aliados, el popular vencedor del nazismo, pero lo que desconocemos es que nunca
hasta entonces, con excepción quizás de Lincoln, un presidente había despertado
a la vez tanto amor y odio: los “Roosevelt
haters” abarcaban a una variedad que iba desde el mediático padre Coughlin,
sacerdote católico anti semita, hasta una atea judía como Ayn Rand, pasando por
empresarios, políticos y simples ciudadanos.
En este punto es importante hacer una aclaración conceptual para
entender el siguiente relato. El concepto “liberal” había sido usado en Europa
para describir a los partidarios del libre mercado en la economía y en Estados
Unidos lo habían usado los republicanos para propugnar su modelo de un estado
de pequeño tamaño. Pero el término también lo usaron los demócratas que creían
en una mayor intervención estatal en la economía. Cuando Roosevelt adoptó la
palabra “liberal” para referirse al New Deal, sus opositores republicanos
denunciaron que el concepto perdía así todo su significado original. Fue
entonces que surgió el término “libertario” (libertarian, libertarianism)
como contraparte al “liberalismo” de Roosevelt. Los primeros en usarlo fueron
Henry Louis Mencken y Alfred Jay Nock, autor este último del libro “Our Enemy, the State”. Mencken, el
primer libertario, fue asimismo uno de los primeros seguidores de Nietzsche en
Estados Unidos y un duro crítico de Roosevelt y del New Deal. Ateo, se burlaba
de los fundamentalistas cristianos que en los años 1920 querían impedir la
enseñanza de la evolución darwiniana en las escuelas, en tiempos en que la
derecha norteamericana no era precisamente confesional o evangélica.
1943 marca un hito importante en el naciente movimiento libertario de
Estados Unidos. Ese año Rose Wilder Lane publica “The Discovery of Freedom”, Isabel Paterson publica “The God of the Machine” y Ayn Rand
publica “The Fountainhead”. Tres libros
y tres mujeres que iban a definir el futuro de la derecha norteamericana. Las
tres destacaron por entonces domo defensoras de la tradición individualista en
oposición a Roosevelt. Las tres compartieron también distinto grado de amistad
y de actividad política. Un dato curioso y casi desconocido es que Rose Wilder
Lane era hija de Laura Ingalls Wilder (1867-1957), la célebre autora de “Little House on the Prairie”, La Pequeña
Casa en la Pradera, la famosa historia de una modesta familia luchando por consolidarse
en el Oeste norteamericano en base al esfuerzo individual, sin ayudas ni
subsidios del Estado. Laura Ingalls publicó su historia durante la depresión de
los años 1930s, como un homenaje a la tradición individualista y libre que ella veía amenazada por el New
Deal de Roosevelt. Su hija Rose siguió la línea materna y se convirtió en un
referente del sector conservador estadounidense. Pero fue Isabel Paterson la
que ejerció mayor influencia sobre Rand. Opositora acérrima de Roosevelt y anti
estatista militante, para Paterson “el país menos gobernado es el mejor país”.
Finalmente llegamos al personaje clave de esta historia: Ayn Rand
(1905-82). Alisa Zinovievna Rosenbaum era hija de judíos rusos de clase
acomodada, cuyas conexiones con la aristocracia zarista les salvaron de los pogroms anti semitas. Tras la revolución
de 1917 el negocio y las propiedades paternas fueron expropiados por los
bolcheviques, dejando a su familia en precaria situación, incluso obligada a
pasar hambre. En 1926 viajó a Estados Unidos y adoptó el nombre de Ayn Rand. Se
estableció en Hollywood y en 1934 se mudó a Nueva York. Aunque en 1934 votó por
Roosevelt la ejecución del New Deal la llevó a cambiar de opinión. Roosevelt
había sido gobernador de Nueva York antes de ganar la presidencia y buena parte
de la población del estado intelectuales, políticos, oficinistas, sindicatos –
tenían una opinión favorable de la Rusia soviética. Testigo presencial de la
dictadura bolchevique, Rand no podía estar más en desacuerdo con estos neoyorkinos,
así que dedujo que Roosevelt y sus partidarios representaban una amenaza
socialista contra las libertades de Estados Unidos. Ahora bien, aunque se suele
circunscribir a Rand al ámbito político, ella se veía a sí misma como una
intelectual, una filósofa. Más tarde diría que su sistema fue creación propia y
que no reconocía más deuda que Aristóteles. Pero claro que había otras
influencias. Dado que sus padres eran judíos no practicantes, no sorprende que
desde joven se definiría como atea, ni tampoco que se sintiera fascinada con
Nietzsche cuando descubrió al filósofo alemán en la universidad. De hecho, el
primer libro que compró en inglés cuando llegó a Estados Unidos fue “Así habló
Zaratustra”. Asimismo, el ateísmo y anti socialismo de Nietzsche calzaban
perfectamente con las ideas y las experiencias de Rand. Por otro lado, vale la
pena consignar que Nietzsche era un asceta, un hombre que miraba con desdén y
menosprecio el comercio, el capitalismo y el enriquecimiento personal, un rasgo
del filósofo mayormente ignorado por Rand.
Pero volvamos a “The Fountainhead”, el libro que impactaría al
libertarismo estadounidense. Para su redacción Rand se inspiró en la
arquitectura y en particular en el entonces famoso arquitecto Frank Lloyd
Wright. Hay que tener presente que desde comienzos del siglo XX los rascacielos
corporativos de las grandes empresas eran el símbolo de la obsesión
norteamericana con el dinero y la tecnología. Así, pues, Nueva York se
convirtió en la capital mundial de los rascacielos: entre 1900 y 1930 se
levantó al menos uno nuevo cada año. Así que el tema arquitectónico podía ser
un buen gancho para atraer al público. Pero Rand tenía ideas bien precisas para
ofrecerle a ese público y estaban relacionadas con su visión política e ideológica.
En “The Fountainhead” Ayn Rand intenta representar la incompatibilidad entre la
moral del capitalismo y la moralidad cristiana, como apunta en sus notas: “El
primer propósito de este libro es una defensa del egoísmo en su verdadero
significado, el egoísmo como una nueva fe”. La novela pretendía enseñar las
ventajas del egoísmo como moralidad. Según Rand el egoísmo bien entendido no es un vicio – como hipócritamente enseñan
los cristianos – sino una virtud. El buen egoísmo redefine el significado y propósito
de la moralidad eliminando cualquier preocupación que no sea el individuo
mismo, es decir, dejando de lado el interés por lo social. Describiendo a
Howard Roark, el arquitecto y héroe de la novela, Rand dirá: “nació sin la
habilidad de considerar a otros”. Roark es un hombre física e intelectualmente
superior al promedio; el héroe de Ayn Rand se parece mucho a la elite del
superhombre soñado por Nietzsche. Así, entonces, la defensa del egoísmo como
una virtud filosófica le permite a Rand fijar una segura distancia entre
capitalismo y cristianismo. Más aún, Rand sostenía que el cristianismo era la
puerta de entrada al comunismo, lo que otra vez nos recuerda a Nietzsche, quien
ya en el siglo XIX había notado paralelos entre socialismo y cristianismo. Con
su énfasis en el sacrificio del “yo” por “los demás”, el cristianismo ponía en
primer lugar al colectivo, postergando al individuo: precisamente el programa
comunista que Rand había experimentado en la Unión Soviética. El egoísmo y
autosatisfacción de Howard Roark en “The
Fountainhead” encarna el ideal de libertad individual que Rand propone como
alternativa a cristianos y comunistas. Aunque el libro tuvo variadas críticas
tanto a favor como en contra, lo cierto es que la recepción entre el público
fue favorable a juzgar por las ventas que por varios años lo mantienen como un best seller.
Este éxito fue de la mano con una versión fílmica que contó con dos estrellas
de Hollywood, Gary Cooper y Patricia Neal. Toda esta exposición dejó grabada en
el público una frase del protagonista, Howard Roark: “The question isn`t it who is going to let me; it`s who is going to stop
me” (la cuestión no es quién me va permitir, la cuestión es quién me va a
detener). Filosofía individualista randiana en una sola frase.
Pasarían 14 años hasta que en 1957 Rand publique su segunda gran
novela y para muchos su obra máxima: “Atlas
Shrugged” (La Rebelión de Atlas). En este libro Ayn Rand se focaliza en los
efectos nocivos de la burocratización y estatización de la economía, es decir,
en la intervención estatal que frena o restringe la libertad empresarial. Ayn
Rand desarrolla su idea central de que los empresarios representan la libertad,
el individualismo, el emprendimiento, ergo,
la salvación y el futuro de la economía. John Galt, el héroe de la novela,
dirige el retiro de los empresarios, los artistas y los creadores a un refugio
secreto, mientras gobernantes, políticos y sindicalistas arrastran al país (se
entiende que es Estados Unidos) a una crisis de estatismo y colectivismo. En un
vuelco de la historia, este grupo liderado por Galt sale de su escondite y
vuelve para salvar al país: su regreso trae orden, desarrollo y libertad a una
nación que en su ausencia estaba en ruinas. Una vez más Rand despliega el
contraste entre una elite virtuosa de emprendedores empresariales y artistas
versus una masa de mediocres que lo arruinan todo y parasitan del trabajo de
los primeros.
“Atlas Shrugged” acentuó la
reacción de amor u odio que generaba Ayn Rand. La crítica literaria y
académica, de inclinación mayormente demócrata o liberal, recibió con burlas y
escarnio la nueva novela, incluso manifestando repugnancia hacia la dimensión
ética del libro. En favor de Rand algunos admiradores le expresaron su
reconocimiento. Así, por ejemplo, Ludwig von Mises (1881-1973), uno de los
líderes de la “escuela austriaca”, un sector de economistas de libre mercado,
felicitó a Rand después de leer “Atlas
Shrugged”. En una carta que le escribió en enero de 1958, Mises comenta:
“No soy un crítico profesional y no me siento llamado a juzgar los méritos de
una novela. Así que no quiero distraerla con el hecho de que disfruté mucho
leer “Atlas Shrugged” y que estoy
lleno de admiración por su magistral construcción de la trama. Sin embargo, Atlas Shrugged no es sólo una novela.
También es, o mejor dicho, primero que todo es un análisis convincente de los
males que aquejan a nuestra sociedad, un rechazo justificado de la ideología de
los autodenominados “intelectuales” y un desenmascaramiento implacable de la
falta de sinceridad de las políticas adoptadas por los gobiernos y los partidos
políticos. Se trata de una exposición devastadora de los “caníbales morales”,
los “gigolós de la ciencia” y de la “charla académica” de los creadores de la
“anti revolución industrial”. Usted tiene el coraje de decirle a las masas lo
que ningún político les dijo: que son inferiores y que todas las mejoras en sus
condiciones, que simplemente dan por sentadas, se las deben al esfuerzo de
hombres mejores que ellos. Si esto es una arrogancia, como algunos de sus
críticos observan, es una verdad que tenía que ser dicha en esta época del
Estado de Bienestar”.
Ahora bien, Mises era por entonces una voz muy menor en el sector
conservador de Estados Unidos; los principales líderes conservadores y
republicanos no saltaron en defensa de Rand, más bien mantuvieron distancia de
ella y no pocos la criticaron. Esto que pudiera sonar extraño obedece a la
transformación que estaba teniendo lugar en la derecha estadounidense. En los
años 50s la presión de la Guerra Fría comenzaba a alinear al GOP con sectores
cristianos evangélicos y para estos últimos era tan intragable el ateísmo
marxista como el ateísmo de Rand. “Atlas
Shrugged” debutó cuando se comenzaban a delinear dos derechas en el país
del norte: una cristiana (mayoría) y otra libertaria (minoría). Más cerca de
esta última se hallaban Mencken (murió en 1956) y Rand, ambos ateos. Para
visualizar más fácilmente este complejo mapa político es bueno repasar la
lámina en la presentación que acompaña a esta serie. En este cuadro de doble
entrada tenemos en un eje la intervención del gobierno en la economía y en el
otro la ampliación de las libertades individuales. Según su posición a favor o
en contra en cada caso tenemos 4 posibilidades: liberal (demócrata), populista,
libertario y conservador. Así, entonces, los liberales están a favor de la
intervención del gobierno en la economía y a favor de la ampliación de las
libertades individuales; los populistas también están a favor de la
intervención estatal en la economía pero en contra de ampliar las libertades de
las personas; luego, en la derecha, tenemos que libertarios y conservadores
quieren mantener al gobierno fuera de la economía (ambos grupos son pro mercado),
pero se diferencian en que los libertarios sí están a favor de ampliar las
libertades individuales, mientras que los conservadores no. Si uno tuviera que
ubicar a Ayn Rand en esta tabla es evidente que la posición que mejor la
describiría sería la de los libertarios; por ejemplo, Rand estaba a favor del
aborto libre, cuestión vetada por los conservadores cristianos.
Bueno, lo anterior es un análisis a nivel de las elites y los partidos
políticos, pero ¿qué pasaba con el público? Los empresarios, cómo no, fueron en
general agradecidos consumidores de “Atlas
Shrugged”, porque los presentaba a ellos como héroes glamorosos. Pero entre
el estadounidense de a pie también tuvo una muy buena venta y con el paso del
tiempo los libros de Ayn Rand alcanzaron una fiel audiencia: sólo en 2008 las
ventas combinadas de “Atlas Shrugged”,
“The Fountainhead”, “We the Living” y “Anthem” llegaron al medio millón de copias. En 1991 un estudio de
la librería del Congreso de Estados Unidos halló que “Atlas Shrugged” era el segundo libro más influyente en el país,
después de la Biblia. Los libros de Ayn Rand han tenido buena venta no sólo en
Estados Unidos sino también en Australia, India, Gran Bretaña y Sudáfrica.
Como ya hemos observado, Ayn Rand escribía con el propósito de difundir
entre el público sus ideas o su filosofía, la que ella denominó “Objectivism” (Objetivismo), una
ingeniosa mezcla de su ética de egoísmo virtuoso y racionalidad aristotélica.
Ayn Rand siempre trató de demarcar sus diferencias con los conservadores: “Objectivists are not “conservatives. We are
radicals for capitalism”. Como vimos antes, para Ayn Rand los conservadores
no eran afines al capitalismo debido a sus creencias cristianas. Ayn Rand solía
resumir su filosofía en torno a cuatro conceptos claves; metafísica: realidad
objetiva; epistemología: la razón; ética: interés propio (self interest); política: capitalismo. Más en extenso Rand sostenía
que la felicidad personal es el propósito moral en la vida de cada persona. De
aquí Rand deriva su rechazo al socialismo, pues el libre mercado capitalista es
el único sistema que verdaderamente respeta los derechos individuales. El
capitalismo de Rand está basado en la visión egoísta de que cada persona
constituye su propia razón de ser. Para Rand el egoísmo es el producto natural
de la razón y el único estándar por el cual se pueden hacer juicios morales;
esto explica que Rand esté por la defensa del egoísmo y el rechazo del
altruismo. El egoísmo es una virtud (“The
Virtue of Selfishness”), el altruismo es una perversión moral basada en un
raciocinio defectuoso. El Objetivismo de Ayn Rand plantea notables semejanzas
con la ética presente en Silicon Valley. Por ejemplo, en la mentalidad del
creador o hacedor. Rand clasificaba a las personas como “makers” o “takers”.
Los “makers” son los creadores, aquellos que crean riqueza o innovación, como
Howard Roark, el protagonista de “The
Fountainhead”. El resto de la gente son “takers”, toman y viven de lo que
hacen los creadores; huelga decir que la mayoría de los empresarios en Silicon
Valley se identifican a sí mismos como “makers”. Otro aspecto randiano que
tiene paralelos en Silicon Valley es el de ir contra los consensos
establecidos, como se refleja en el lenguaje de “disruption” tan común en
Silicon Valley. “Disruption” se puede traducir como alteración, perturbación,
transformación, incluso revolución, es decir, producir un cambio o giro
radical. Un tercer ejemplo de semejanzas se resume en la consigna “crear más
valor del que captures”, que a su vez está relacionado con el “trader principle”, uno de los
fundamentos del Objetivismo: establecer relaciones ganar – ganar (win-win),
es decir, intercambios donde todos ganan. De aquí se deriva una cuarta
similitud: jugar el juego largo (“long
game”) que alude a la necesidad de establecer relaciones duraderas y no de
explotación de la contraparte. Por último, una quinta semejanza entre el management de Silicon Valley y las ideas
de Ayn Rand es el énfasis en la ambición ilimitada, inquebrantable, como la que
exhiben los protagonistas de las novelas de Ayn Rand.
Ayn Rand era de esos personajes que provocaban amor u odio, reacción
natural cuando hablamos de una mujer frontal, que no tenía pelos en la lengua
para decir lo que pensaba y capaz de una descalificación feroz cuando se
encontraba con personas contrarias a sus ideas. Sirva como ejemplo el
comentario que escribió a una obra del célebre escritor cristiano C. S. Lewis,
el autor de Las Crónicas de Narnia:
“animal bastard” (bastardo animal). Pero así como hubo muchos que la detestaban
también hubo otros tantos que congeniaban con sus ideas y la admiraban. Se
trata de una lista muy variada de personalidades. Quizás uno de los más
influyentes fue Alan Greenspan, quien fuera asesor presidencial de Gerald Ford
1974 -77 y presidente de la Reserva Federal (Fed, 1987-2006) durante los
mandatos de Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo. Greenspan era judío
neoyorkino así que tenía una afinidad étnica
con Rand. En alguna oportunidad Greenspan señaló: “Yo era
intelectualmente limitado hasta que la conocí…Rand me convenció de que mirara a
los seres humanos, sus valores, cómo trabajan, qué es lo que hacen y por qué lo
hacen. Esto abrió mis horizontes lejos más allá de los modelos económicos que
había aprendido”. Greenspan integró por décadas el círculo más cercano a Rand,
“el Colectivo”, y la asesoró en su ensayo “Capitalismo:
el Ideal Desconocido” (1966). Otro personaje importante en su tiempo fue
Gene Rodenberry, el creador de Star Trek y a quien ya nos topamos en los
primeros programas de este Podcast cuando revisamos el caso de la secta
ufológica “Heaven`s Gate”. Resulta que Rodenberry leyó 4 ó 5 veces “The Fountainhead” y también “Atlas Shrugged” y usó el nombre de Rand
en algunos de sus programas en TV. A su vez Rand también era seguidora de la
serie y su personaje favorito era el Dr Spock. Bueno, en esta lista de lectores
de Rand figuran Neil Peart, baterista y líder de la banda canadiense “Rush”, Paul Ryan del Congreso de Estados
Unidos.
Por otro lado, en Silicon Valley las obras de Ayn Rand captaron una
audiencia atenta y entusiasta. En todo caso, hay que dejar en claro que no
todos manifestaron la misma respuesta; Steve Jobs, por ejemplo, nunca expresó
mayor interés en Ayn Rand, lo suyo eran la meditación y el budismo, no los
discursos sobre capitalismo de Rand. Lo que sí es cierto es que tuvo muchos
admiradores entre la pléyade de magnates y emprendedores exitosos de Silicon
Valley y es bien divertido porque algunos de esos admiradores millonarios
llegaron al punto de poner a sus hijos nombres inspirados en los personajes de
los libros de Rand y lo mismo a sus empresas. Si bien estamos hablando de
empresarios de una tendencia libertaria – y ya apuntamos que stricto sensu Rand no era exactamente
libertaria – las coincidías entre los libertarios y Rand eran significativas.
Ahora bien, la influencia de Rand sobre Silicon Valley sigue siendo motivo de
discusión y análisis, pero no se puede negar que mucho del espíritu y la ética
de Rand están presentes allí. La última elección presidencial de 2016 pareciera
desmentir esto último, porque prácticamente el único magnate tecnológico que
apoyó a Donald Trump fue Peter Thiel, un fiel seguidor de las ideas randianas;
todos los demás botaron por Hillary Clinton. Pero esto no altera nuestro
análisis si agregamos el dato de que Clinton era también la candidata preferida
de Wall Street, el corazón financiero y accionario de Estados Unidos. Así que
simpatías y antipatías personales jugaron un mayor papel aquí que algún
cuestionamiento serio al sistema capitalista, del que Ayn Rand fue su más fiel
defensora.
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