jueves, 29 de marzo de 2012

Platón, un filósofo pederasta en el Vaticano


La genialidad artística de Rafael plasmó en las murallas del Vaticano a una serie de personajes de la antigüedad grecorromana, algunos mitológicos, otros reales. El clímax de las obras de Rafael a comienzos del siglo XVI en Roma se alcanzaría sin duda en La escuela de Atenas, una pintura clave en la historia del arte. En esta impresionante y sobrecogedora obra Rafael reúne en una misma escena a los más reconocidos y famosos sabios, geómetras, astrónomos, astrólogos y filósofos de la antigüedad clásica. Entre todos ellos, destacan en el centro de la obra, dominando toda la escena, Platón y Aristóteles, los filósofos más admirados a lo largo de la Edad Media. En lo que sigue, centraremos nuestra atención en Platón, quien es considerado acaso uno de los filósofos más influyentes a lo largo de la historia.
 
De Platón se ha escrito y estudiado tanto que a veces el personaje parece ya casi agotado, pero hay un aspecto de la vida y la obra del célebre filósofo que hasta el presente ha pasado casi desapercibido para el gran público, siendo sólo materia de discusión del estrecho círculo de especialistas en filosofía e historia griega. En lo que pudiera sonar como algo chocante o anacrónico, la verdad es que la vida de Platón y su filosofía se desarrollaron en una aristocracia ateniense dominada por una paideia pederasta. La pederastia griega, sobre cuyo origen hay diversidad de pareceres entre los expertos, probablemente se extendió por toda Grecia hacia el siglo VII AC, esto es, casi al mismo tiempo que el surgimiento de la escritura griega. Para resumir, la pederastia griega era una relación homoerótica entre un adulto, el erastes, por lo común un hombre de 30 años o más, y un adolescente, el eromeno, cuya edad podía variar entre los 15 y 18 años, aunque en algunos casos extraordinarios alcanzaba hasta los 20 años. Aunque es materia de mucha discusión entre los investigadores, parece incontrovertible que estas relaciones pederastas incluían relaciones sexuales. Lo que suena más sorprendente para un lector moderno es que estas relaciones eran plenamente normales para los griegos; es más, hay pruebas abundantes de que los muchachos eran alentados a buscar “pretendientes” al punto que era bien visto que un joven apuesto tuviese muchos enamorados, es decir, hombres adultos que lo cortejaran. Por increíble que nos parezca, en algunas regiones de Grecia el pretendiente incluso pedía permiso al padre del muchacho para oficializar la relación con su hijo. Si lo anterior nos deja estupefactos, el propósito de esta relación entre un adulto y un adolescente debe sonar al paroxismo de lo freak: la relación pederasta tenía una finalidad pedagógica, el adulto debía guiar y enseñar al muchacho. Tal cual. Así que, al final del día, la pederastia griega era una paideia – un sistema educativo – en la que los “enamorados” cumplían una finalidad social, educando y entrenando a la nueva generación de ciudadanos griegos. Aunque después del 300 AC parece ser que la pederastia era tolerada en diversos círculos sociales, no está claro si antes de esa fecha era sólo una práctica aristocrática, propia de la elite griega.

Hacia el 450 AC comenzó a desarrollarse una filosofía propiamente ateniense, cuyo primer representante destacado fue Sócrates, a quien luego sucedería su discípulo más aventajado, Platón. Hasta donde se sabe, Platón jamás se casó ni tuvo hijos, pero sí se conocen los nombres de dos o tres personajes que habrían sido sus eromenos, sus parejas pederastas. ¿Influyó o tuvo algún efecto la pederastia en la filosofía de Platón? La respuesta definitivamente es sí. Para cualquiera que tenga acceso a los diálogos platónicos es evidente que en varios de ellos Platón hace una defensa o incluso exaltación del amor pederasta, las relaciones homosexuales entre adultos y adolescentes. Un pasaje del célebre Banquete o Simposio de Platón bastará para rubricar lo que afirmamos.

Pero en la Jonia y en todos los países sometidos a la dominación de los bárbaros se tiene este comercio por infame; se proscriben igualmente allí la filosofía y la gimnasia y es porque los tiranos no gustan ver que entre sus súbditos se formen grandes corazones o amistades y relaciones vigorosas, que es lo que el amor sabe crear muy bien… Pero como ya dije, no es fácil comprender nuestros principios en este concepto…”

Quien habla aquí es un tal Pausanias, un sofista invitado a la cena que se relata en la obra de Platón. Las palabras que Platón pone en boca de Pausanias son bastante reveladoras. El “comercio” al que se refiere Pausanias es la pederastia, una práctica social aceptada por entonces en Grecia, pero totalmente rechazada entre los “bárbaros”; los bárbaros a los que alude en primer lugar Pausanias en su discurso son los persas, los invasores de Grecia. Lo que Pausanias dice aquí es que los “bárbaros”, es decir, los que no son griegos, rechazan la pederastia, la filosofía y la gimnasia. O dicho en otros términos, lo que distingue o separa a griegos y bárbaros son esos tres elementos. Es casi como si Platón nos estuviese dando una definición de qué es “ser griego”. Así que para Platón la pederastia, al igual que la filosofía y la gimnasia, es uno de los rasgos que distingue a los civilizados griegos de los bárbaros que carecen de la cultura helénica. No es una afirmación menor. Platón nos revela en estas palabras cuán importante era la pederastia como identificador del ser helénico, al menos para los círculos aristocráticos en los que el filósofo se movía.

¿Sorpresa? Para el público de nuestros días – que escasamente leerá a Platón - probablemente sí, pero para cierta elite europea del siglo XVI, con acceso a la lectura en latín de los textos platónicos, palabras como las de Pausanias eran una lectura conocida. ¿Cómo entonces, nos preguntamos, llegó un filósofo pederasta a figurar en las paredes de los palacios pontificios? Ojo que la pregunta no conlleva una condena a Platón per se, sino que sólo apunta a que la pederastia es una relación o práctica incompatible con el cristianismo, de donde se supone que un defensor de la pederastia no puede figurar en las paredes de una iglesia. Vale la pena considerar ciertos hechos en contexto. Rafael pintó las escenas de Platón y Apolo (los dos personajes pederastas a los que hemos dedicado estos estudios) entre los años 1508 y 1510. Apenas unos pocos años más tarde, en enero de 1521, Lutero era excomulgado por rechazar la venta de indulgencias; en los hechos, la excomunión era una condena a muerte para Lutero. Sólo como recordatorio, las indulgencias eran una suerte de certificado que aseguraba al comprador el perdón de sus pecados precisamente a cambio de dinero, dinero que iba a financiar la construcción de San Pedro en Roma. Así que, ¿qué tenemos? Por un lado, el Papado aprueba que dos personajes pederastas – uno real, otro mitológico – sean representados en costosas pinturas en los palacios pontificios; por otro, condena a Lutero a excomunión y muerte por oponerse a la venta de indulgencias. Para cualquiera que tenga un conocimiento elemental de la religión cristiana, esto es el mundo al revés. Precisamente los Papas del Renacimiento vivían en un mundo al revés, doctrinalmente al revés: mientras cerraban las puertas a la reforma de la iglesia abrían sus palacios para escenificar a destacados pederastas de la antigüedad clásica. Después de todo esto, ¿puede sorprender tanto los problemas de pederastia que enfrenta el clero católico por estos días?

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