viernes, 7 de octubre de 2011

Estación: Primavera


1. Estaciones y calendario hebreo

La creencia popular sostiene que el equinoccio del 23 de septiembre pasado señala el inicio de la primavera en el hemisferio sur, estación que nos acompañaría hasta el próximo solsticio del 21 de diciembre. La verdad de las cosas es que la primavera comenzó hace mucho rato. En su ruta anual en torno al sol, la tierra experimenta cuatro hitos importantes, conocidos comúnmente como los solsticios (junio y diciembre) y los equinoccios (marzo y septiembre). Por lo común se ha tomado a estos hitos como los elementos que marcan el inicio / término de las estaciones. Sin embargo, una observación más cuidadosa de la naturaleza nos revelará que los solsticios y equinoccios marcan el punto medio de cada estación, no su inicio o final. No tenemos ahora el tiempo para profundizar más en esta materia, pero es importante apuntar que la primavera verdadera comenzó hacia el 5 de agosto y terminará por el 5 de noviembre, haciendo de agosto, septiembre y octubre los meses primaverales en el hemisferio sur (de otoño en el hemisferio norte).


Por sorprendente que esta cuestión resulte para el lector, no es sino un simple recordatorio de las complejidades del calendario, algo que nos parece de lo más cotidiano en nuestra vida rutinaria, pero que es el producto de una sofisticada observación e interpretación de la naturaleza y en particular de los movimientos relativos del sistema tierra – sol. Este tema de las estaciones nos puede servir de pretexto para dar un nuevo vistazo al calendario hebreo, un asunto muy importante a lo largo de las páginas de la Biblia y sobre el cual aún hoy hay arduas discusiones y controversias, en especial cuando se estudia su impacto en el Antiguo Testamento.


Vale la pena recordar que la tierra de Israel se ubica aproximadamente entre los 30 y 33º de latitud norte, en una región con una relativa buena visibilidad del cielo despejado, en parte por su proximidad al desierto sirio. Como ocurría con todos los pueblos de la antigüedad, los hebreos disponían de la observación de los movimientos del sol y la luna para fijar su calendario. Desde el éxodo de Egipto Moisés había definido un calendario de meses lunares para las celebraciones religiosas israelitas, cuestión que nos enfrenta a la medición del ciclo de la luna. El ciclo lunar tiene una duración de unos 29.5 días, y da origen a las fases de la luna, como se denomina a la apariencia de la luna tal como es vista por un observador desde la tierra: luna nueva, cuarto creciente, luna llena y cuarto menguante. Todos hemos experimentado la maravilla de una noche iluminada por la luna llena: la noche parece de día mientras la luna brilla blanca, muy blanca y redonda en el cielo. Por el contrario, la luna nueva es invisible para nosotros, dada su cercanía al sol, y por tal razón el rostro que nos presenta sigue siendo “the dark side of the moon”, el lado oscuro de la luna. Si lo quisiéramos expresar en lenguaje astronómico, diríamos que la luna llena está en oposición al sol, en tanto que la luna nueva está en conjunción con el sol.

Pues bien, los hebreos marcaban sus meses por los ciclos de la luna, de modo que su duración alternaba entre 29 y 30 días. El inicio de cada mes estaba determinado por la luna nueva, lo que nos confronta con una primera pregunta: si la luna nueva es invisible al ojo humano, ¿cómo la observaban los hebreos? Bueno, técnicamente hablando, lo que los israelitas llamaban luna nueva era diferente de lo que nosotros hoy denominamos luna nueva. Esta distinción implica en la práctica un desfase de uno o dos días. Veamos el ejemplo de la figura 1, el día de la luna nueva del pasado 29 de agosto, donde observamos la puesta de sol mirando desde Jerusalén hacia el oeste (como Israel está en el hemisferio norte, miramos hacia el sur, de modo que el oeste queda a nuestra mano derecha, al revés de lo que ocurre en el hemisferio austral).




Queda claro que no podemos ver la luna nueva, pues apenas se pone el sol la oscuridad de la noche cae casi inmediatamente. Veamos ahora la figura 2, donde seguimos mirando al oeste desde Jerusalén, pero ahora dos días más tarde, el 31 de agosto.





Ahora sí que apreciamos, casi al desaparecer el sol, el tenue borde iluminado del disco lunar, pues la luna está comenzando el camino de cambio de fase después de la luna nueva hacia cuarto creciente. Este fenómeno que sí es observable, es a lo que los hebreos llamaban luna nueva; obvio, la luna nueva astronómicamente hablando ellos no la podían ver, pero la luna iluminada del crepúsculo de los días siguientes sí que lo podían observar. Apenas los israelitas veían la “luna nueva” (insistimos que es distinto de la luna nueva astronómica) se podía decretar el inicio de un nuevo mes del calendario hebreo. Este era un suceso que tenía sus solemnidades según el ritual mosaico:


Y en el día de vuestra alegría, y en vuestras solemnidades, y en los principios de vuestros meses, tocaréis las trompetas sobre vuestros holocaustos, y sobre los sacrificios de paz, y os serán por memoria delante de vuestro Dios. Yo Jehová vuestro Dios”. Números 10:10.


De modo que el comienzo de un nuevo mes era un acto cúltico, en el que los sacerdotes debían tocar las trompetas para anunciar a todo el pueblo de Israel el inicio de un nuevo mes.



2. Los israelitas y el cálculo lunar: El caso de David y Jonatán

Se creía en la edad media e incluso en el renacimiento que en tiempos del Antiguo Testamento los israelitas habían recibido de directamente de Dios un conocimiento extraordinario de los movimientos de los cuerpos celestes, incluidos el sol y la luna; algunos incluso especulaban que Moisés había obtenido en parte tal sabiduría de los antiguos egipcios. Pero un episodio común y muy conocido de la historia del rey David nos puede ayudar a dilucidar el grado de conocimiento que tenían los antiguos hebreos de los movimientos lunares. En 1 Samuel 20 leemos el conmovedor relato de un joven David que huye angustiado de Saúl, el rey que quiere matarlo. David apela a su amistad con Jonatán, el hijo de Saúl, para salvar su vida. Para que Jonatán descubra las verdaderas intenciones de su padre, David urde una historia ad hoc: se ausentará de la celebración de la luna nueva (dos días) y al tercer día se reencontrará con Jonatán para saber la voluntad del rey. El texto dice así:


Y David respondió a Jonatán: he aquí que mañana será nueva luna, y yo acostumbro sentarme con el rey a comer; más tú dejarás que me esconda en el campo hasta la tarde del tercer día”. 1 Samuel 20:5


Luego le dijo Jonatán: Mañana es nueva luna, y tú serás echado de menos, porque tu asiento estará vacío”. 1 Samuel 20:18


Al siguiente día, el segundo día de la nueva luna, aconteció también que el asiento de David quedó vacío”. 1 Samuel 20:27


Y se levantó Jonatán de la mesa con exaltada ira, y no comió pan el segundo día de la nueva luna; porque tenía dolor a causa de David, porque su padre la había afrentado”. 1 Samuel 20:34.


La secuencia de los hechos que detalla este pasaje es de lo más interesante, tanto por la historia misma de David, Saúl y Jonatán, como por el tema del calendario que nos ocupa ahora. Ya hemos visto (Números 10:10) que los sacerdotes en Jerusalén tenían la responsabilidad de anunciar al pueblo el comienzo de un nuevo mes. Para ello se tenía que observar la aparición de la nueva luna, cosa que quedaba sujeta a las condiciones climáticas locales. Hemos observado (figura 2) que la luna nueva para los antiguos correspondía en realidad al primer disco lunar visible luego de la conjunción sol – luna. Pero ¿qué sucedía si estaba nublado y era imposible ver la luna? Bueno, los meses lunares duraban 29 ó 30 días; si al atardecer del día 30 no se veía la luna nueva, el día siguiente se declaraba el comienzo del nuevo mes, pues un mes lunar no podía tener 31 días.


De lo anterior podemos volver al diálogo entre David y Jonatán en vísperas de la luna nueva. Vale la pena señalar eso sí que donde el texto dice “nueva luna” debiéramos entender “(la fiesta de la) nueva luna”. Podemos conjeturar que al momento de urdir su plan, ambos personajes desconocen si el día de mañana será efectivamente luna nueva, incluso podemos aventurar que ellos sospechan que mañana no será la luna nueva, lo que hará necesario un segundo día de conmemoración, o como dice el texto “el segundo día de la nueva luna”. ¿Por qué David y Jonatán creen que habrá dos días de nueva luna? Siempre en el plano de la conjetura y de nuestro conocimiento del calendario hebreo, es posible que ellos estén en el día 29 del mes; si el mes anterior fue de 29 días, entonces el mes actual debería ser de 30 días, por lo que mañana, y no hoy día, podría ser el último día del mes. Si esto es así, entonces pasado mañana, es decir, en dos días más, será la celebración de la luna nueva; de ahí la referencia al “segundo día de la nueva luna”. En resumen, el calendario hebreo, la sucesión de los meses, obedecía a un proceso de observación de los movimientos lunares. Cuando los israelitas observaban el primer disco lunar mirando hacia el oeste, muy cerca del horizonte, declaraban la nueva luna, anunciada al pueblo con las trompetas que tocaban los sacerdotes en Jerusalén. Dado el proceso visual involucrado, el grado de incerteza era alto respecto al día exacto en que comenzaba un nuevo mes; si los hebreos hubiesen desarrollado un sistema de cálculo para anticipar la ocurrencia de la nueva luna entonces se hubiese sabido con precisión cuándo era el día de nueva luna.

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