miércoles, 11 de mayo de 2011

Elogio de Erasmo



“En el reino de los ciegos, el tuerto es rey”. ¿Quién no conoce el famoso refrán? Según algunos investigadores su autor no sería otro que el genial Erasmo. Resulta curioso para un observador actual que Erasmo de Rotterdam (1466-1536) sea conocido por su asociación con una ciudad en la que sólo vivió cuatro de sus casi setenta años, una larga vida para los cánones de la época. De hecho, Erasmo fue una suerte de gitano intelectual que se paseó por distintos países europeos, siendo las principales escalas de ese periplo París, Lovaina (Bélgica), Londres y Basilea. En todas estas residencias, siempre asociadas a su labor académica, Erasmo aprovechó los círculos universitarios para crear una numerosa red de amigos y simpatizantes, admiradores convencidos por el poder de sus textos, lo que valió el apodo de “Príncipe de los humanistas”. Como la mayoría del movimiento humanista se concentraba en el sur, en torno al mediterráneo, Erasmo, el alemán Reuchlin y el inglés More eran los principales exponentes de este tipo de erudición al norte de los Alpes.

La dura realidad de la precariedad de la vida (perdió a sus padres cuando era muy joven) lo llevó al parecer a ingresar a la orden de los agustinos, donde se convirtió en sacerdote y donde debió compartir la rígida vida de monasterio. Es muy posible que las experiencias religiosas de esta etapa hayan pesado en el futuro para que Erasmo desarrollara una crítica significativa contra estas formas de la religión cristiana; en cualquier caso, Erasmo aprovechó su éxito académico para liberarse de las restricciones de la vida sacerdotal común y mantuvo una visión crítica con respecto a lo que abiertamente consideraba abusos y excesos que convivían en la iglesia de la época.

A medida que crecía la estrella de Erasmo como uno de los principales humanistas y uno de los mayores académicos de Europa, aumentaba también el número de nobles y reyes que buscaban su consejo o que derechamente le extendían tentadoras ofertas para trabajar en sus ciudades. Alagado por políticos y literatos, Erasmo prefirió mantener su independencia, aunque ello lo llevara a rechazar buenas remuneraciones y a convivir a veces con ciertas estrecheces económicas, las que en todo caso nunca interfirieron con su actividad literaria. Quizás en la base de este rechazo a posiciones de poder estaba el tipo de trabajo al que Erasmo se había entregado desde casi el 1500. Erasmo había descubierto una ambiciosa fórmula literaria para unir sus intereses académicos y religiosos a través de la investigación del texto griego del Nuevo Testamento. A comienzos del siglo XVI Erasmo se había consagrado a sí mismo a la titánica tarea de editar una versión en griego del Nuevo Testamento, una empresa desconocida durante los últimos mil años y que ni siquiera los grandes teólogos escolásticos habían imaginado. ¿Por qué Erasmo emprendió tan formidable desafío?

Para fines del siglo XV, al acabarse una centuria que había sido testigo de los últimos intentos y del fracaso de la vía conciliar para reformar a la iglesia cristiana, había una opinión generalizada en diversos niveles de la población, pero principalmente entre los círculos educados, de que la situación no daba para más, de que se estaba llegando a un límite intolerable de decadencia religiosa y en particular de decadencia eclesiástica. La decadencia del Papado, más preocupado de sus guerras y luchas de poder en Italia que del bienestar de la iglesia, llevó a muchos desesperar de hallar una solución integral a los problemas religiosos de Europa. La misma aparición del Renacimiento y del movimiento humanista parecía apuntar hacia una crisis terminal, pues el humanismo representaba un regreso hacia los clásicos griegos y en cuanto tal un saltarse a Aristóteles, una revisión de la filosofía aristotélica, crítica que apuntaba al corazón de la teología escolástica que sostenía el ordenado mundo medieval. ¿Hacia dónde iba entonces el cristianismo europeo?

Erasmo gozaba de una posición inmejorable para captar el drama religioso que agobiaba a Europa. De hecho, su amplio epistolario da prueba de las muchas solicitudes que se le hacían para que interviniera con su sapiencia a favor de una reforma de la iglesia. Dada su formación académica y literaria, siendo además un hombre de aulas y libros, es comprensible que Erasmo evitara involucrarse en la acción directa y apostara sus fichas a un renacimiento de la religión cristiana por la vía de recuperar el texto bíblico en su lengua original, en este caso el griego. Por lo demás, el regreso a las fuentes originales del conocimiento, a los clásicos griegos y latinos, era uno de los estandartes del movimiento humanista. Erasmo aprovechó entonces su red de relaciones internacionales para procurarse la mayor cantidad de manuscritos griegos y de la Vulgata que le fuera posible acopiar con el propósito de producir una edición crítica de la obra de Jerónimo y a la vez un texto griego lo más depurado que le permitían sus fuentes. Tras un arduo trabajo, Erasmo consiguió publicar el primer Nuevo Testamento en griego en 1516 en Basilea; la segunda edición apareció en 1519. Con sus más de tres mil ejemplares vendidos, el éxito de estas dos ediciones fue sensacional y para nosotros hoy es muy difícil aquilatar la enorme importancia de esta obra. No exageramos si decimos que con esta obra Erasmo inicia la crítica moderna del texto bíblico, una tarea que, aunque con dificultades e interludios, prosiguió en los siglos siguientes hasta llegar a un formidable desarrollo en los últimos cien años. La ciencia teológica había dado un giro definitivo con la publicación del Nuevo Testamento griego. Tal es su importancia que la edición de 1519 fue usada por Lutero para hacer su propia traducción al alemán. Posteriormente las traducciones protestantes en Inglaterra, Alemania, Suiza y Holanda usarían también como base las ediciones de Erasmo, las que constituirían el fundamento para la formación del Textus Receptus que se iba a definir a comienzos del siglo XVII.



Erasmo logró su objetivo soñado de tener un texto griego del Nuevo Testamento, la herramienta fundamental para confiar quizás en un rejuvenecimiento de la iglesia. Sin embargo, al año siguiente de la primera edición, en 1517, estallaba en Alemania la crisis liderada por Lutero. Así, por la fuerza de los hechos, Erasmo se vio finalmente empujado a hacer aquello que tanto había evitado: tuvo que involucrarse en la disputa teológica. A esas alturas tanto católicos como protestantes apelaban por igual al gran humanista, ansiosos por ganarle para su partido. En el momento definitivo, forzado a mostrar sus cartas, Erasmo demostró que a pesar de ser un humanista, retenía mucho de la vieja formación escolástica. Aunque al principio intentó contemporizar con Lutero, en 1524 publicó De Libero Arbitrio (“Del Libre Albedrío”), una obra en la que atacaba la postura predestinataria de Lutero. Al hacerlo así, Erasmo no hacía sino seguir la línea tradicional de oposición al agustinianismo que se había impuesto durante los siglos medievales y que era ampliamente común entre los teólogos escolásticos. En lo que el Protestantismo representaba una exaltación de las posiciones agustinianas Erasmo no pudo sino rechazar el nuevo movimiento. Al final del día, Erasmo pretendía una reforma que eliminara los abusos y los excesos del clero, pero que no quemara las naves, como a su juicio proponía Lutero. Erasmo, el humanista, no seguiría el camino incendiario de Lutero, el revolucionario. Su alejamiento del movimiento reformador no lo salvó en todo caso de la crítica de la curia romana y bajo el pontificado de Pablo IV sus obras fueron puestas en el Índice de libros prohibidos: para el clero católico Erasmo había facilitado la revuelta protestante. Criticado por los luteranos y condenado por la jerarquía ecleciástica a la que pretendía permanecer fiel, Erasmo aún ocupa un lugar destacado por su contribución a la investigación crítica de las escrituras, empresa que pese a todas sus limitaciones ha contribuido a una más sólida y mejor teología.

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