sábado, 24 de julio de 2010

Creación y Desmitologización



El término desmitologización alcanzó el estrellato teológico en la primera mitad del siglo XX merced a la erudición literaria y fama académica de Rudolf Bultmann, el teólogo alemán que pasó a la historia precisamente como el padre de la teología de la desmitologización. Dicho en forma muy sencilla, Bultmann – fiel reflejo de la tradición liberal que campeaba en buena parte del medio teológico alemán desde la segunda mitad del siglo XIX – fue categórico en rechazar mucho del carácter histórico del Nuevo Testamento y en particular fue muy crítico de la autenticidad que pudiera hallarse en los evangelios. Para él Jesús resulta un personaje huidizo, difícil de reconocer en los relatos de los evangelios, los que a su juicio están llenos de tantos mitos y fábulas que al final deberíamos renunciar a conocer al verdadero Jesús que vivió hace dos mil años para quedarnos tan sólo con sus enseñanzas morales. El trabajo de un buen teólogo, a juicio de Bultmann, entre otras cosas, consiste en identificar lo que es superfluo, eliminar los mitos – de aquí desmitologizar – que abundan en las escrituras, para descubrir el verdadero sentido ético del evangelio. Eliminar los mitos, desmitologizar nos diría Bultmann, es un aspecto clave de una buena lectura bíblica.

Para muchos evangélicos, comprensiblemente, la lectura “a lo Bultmann” de las escrituras es una imposibilidad, entre otras cosas, porque no compartimos los presupuestos filosóficos existencialistas ni teológicos liberales del célebre erudito alemán. Empero, el famoso término “desmitologización” bien puede resultar muy apropiado para describir ciertos aspectos del relato hebreo de la creación, tal como pretendemos explicarlo en lo que sigue.

Génesis 1 sigue siendo, como siempre, un arduo campo de batalla para quienes osen penetrar en esta “línea roja” que confronta a la ciencia y la religión. Aunque ya hemos adelantado previamente algunas premisas para enfrentar la lectura de este fascinante capítulo – ver artículo anterior – es un hecho que el texto permanece como un desafío magnífico para todo investigador atento de las escrituras. Ello es así porque Génesis 1 puede abordarse desde una variedad de perspectivas posibles, cada una de las cuales abre puertas igualmente fascinantes. En cierto sentido, el lector se ve enfrentado a una situación similar a la que aguarda a una expedición que planea el asalto a una montaña; cada ruta de escalada ofrece paisajes distintos, ventajas e impedimentos variados. Lo mismo ocurre con Génesis 1 y es una de esas rutas – la que llamaremos por ahora “la ruta de la desmitologización” – la que emprenderemos para ver hasta donde nos puede llevar este primer capítulo de la Biblia.

Una manera de enfrentar esta situación es entendiendo el contexto histórico que rodea la redacción del libro del Génesis. ¿Cuándo fue escrito el Génesis y en general el Pentateuco? Según la opinión tradicional el Pentateuco es principalmente obra de Moisés y fue escrito en algún momento entre los siglos XV al XIII antes de Cristo; mientras que para la posición liberal todo el material fue elaborado durante el exilio babilónico o el post exilio, incluso podría ser obra de los contemporáneos de Esdras. Para nuestro análisis presente esto no hace diferencia en la argumentación de fondo, si bien creemos que la posición tradicional es mucho más creíble. Pero insistimos, en ambos casos el medio que rodea a Israel es el mismo: el pueblo hebreo es una rareza religiosa, la única nación monoteísta en medio de un abrumador universo pagano. Todos los pueblos que rodeaban a Israel, sus vecinos inmediatos o más lejanos, todos por igual compartían una cultura politeísta. Para todos los hombres y mujeres “gentiles” la divinidad era una multiplicidad de dioses y diosas que se hallaban profusamente representados en estatuas e imágenes repartidas a todo lo largo y ancho del mundo antiguo. De modo que la naturaleza, el universo material, se hallaba animado de una casi infinidad de seres o elementos divinos, materializados en los animales, las aves, las criaturas marinas, incluso los fenómenos ambientales, como la lluvia, las tormentas, el viento, los terremotos y todo cuanto el hombre antiguo vivía y experimentaba. La siguiente imagen viene a representar esta realidad, en la que vemos dos dimensiones, el mundo espiritual y el mundo material. Si bien hemos dibujado una línea de separación entre ambos a modo ilustrativo, lo cierto es que para los antiguos habitantes del medio oriente tal discriminación era imposible en un cien por ciento, por cuanto la mezcla de ambos mundos se traducía en la práctica en la creencia generalizada en la magia o en poderes mágicos, y en la consiguiente adoración tanto de seres vivos como de entes inanimados por igual (las montañas y ríos por ejemplo).





No tan sólo las criaturas tenían características divinas, sino que en este esquema aún los hombres podían ser considerados y representados como seres divinos. Así sucedía por ejemplo en Egipto, pues como es bien sabido los faraones no sólo descendían de los dioses sino que ellos mismos eran divinos, adorados por sus súbditos como encarnaciones vivientes de sus dioses ancestrales o tribales. Algo similar sucedía en Mesopotamia, donde los reyes caldeos o asirios solían tener ascendencia divina que validaba su poder. La idea de hombres – dioses era tan fuerte que en otras regiones más lejanas del Mediterráneo aparecieron héroes mitológicos con estas características, como es el caso del Hércules griego. Esto y la tradición milenaria de Egipto deben haber estado detrás del sueño del más famoso conquistador de la antigüedad, Alejandro Magno, para creerse hijo de Amón y él mismo un ser divino. En la misma línea surgiría posteriormente el caso más popular en occidente, el de los emperadores romanos, a quienes abiertamente se les rendía culto en el siglo I a través de una numerosa cadena de templos levantados en todo el imperio en honor al “divino augusto” de turno. Así que en definitiva, en la comprensión de la naturaleza, los antiguos vecinos de Israel veían entidades materiales – espirituales en todas partes, incluso encarnadas en sus propios gobernantes todopoderosos.

Contra toda esta realidad, sorprende la sencillez del relato de la creación del Génesis. La lectura más simple de Génesis 1 nos dice que Elohim, el Dios creador, es el autor de todo cuanto existe y de todo lo que vemos o podremos llegar a descubrir en lo que llamamos naturaleza. Génesis 1 es categórico en presentarnos un escenario en el que Dios es el único y exclusivo agente creador, el origen y causa última de todo lo existente. A lo largo del capítulo 1 del Génesis se desarrollan los actos creativos de Dios resumidos en el marco de una semana, siete días, donde el último día, el día séptimo, viene a representar el descanso divino. Con este relato la imagen de la naturaleza que se nos dibuja cambia completamente con respecto a la imagen anterior. Se nos abre ahora un nuevo esquema en el que ya no tenemos dos, sino tres dimensiones: el mundo espiritual, el mundo espiritual – material (humano) y el mundo puramente material. La dimensión espiritual tiene ahora un solo actor: Elohim, el Dios creador. La segunda dimensión también tiene un solo agente, el hombre, un ser que se nos presenta como una naturaleza doble, a la vez espiritual y a la vez material. Por último, la tercera dimensión comprende todo el resto de la creación, el universo material en pleno.





El nuevo orden que nos entrega Génesis 1 nos ayuda a poner las cosas en su lugar. Por ejemplo, la naturaleza es vaciada de todo carácter mágico o espiritual, tal como era la regla en toda la antigüedad y como lo ilustra el primer esquema que revisamos antes. En esta nueva realidad no hay espacio para la deificación de la naturaleza, ni de sus criaturas, ni de sus elementos (viento, lluvia, relámpago) ni de los accidentes naturales (montañas, volcanes, mares, ríos). Precisamente todo aquello que era objeto de adoración o era fuente de fuerzas mágicas o sobrenaturales, todo ello queda reducido al mero producto del poder creador de Dios. Lo mismo corre ahora para el hombre. Como han recalcado algunos investigadores, la declaración consignada en Génesis 1:26 es una sutil distinción cuyo propósito es separar precisamente el acto de creación del hombre con respecto a todos los restantes actos creativos previos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. El hecho de que se nos permita conocer la intimidad del Creador, esta suerte de conferencia previa a la aparición del hombre en el escenario del mundo, intenta acentuar el carácter único del hombre que lo distingue de todo lo creado.

Esto último nos devuelve a nuestro pensamiento inicial acerca de la desmitologización. Como ya hemos visto, Bultmann creía que había que expurgar las escrituras de mitos y fantasías humanas. Pero una manera de caracterizar el relato del Génesis es justamente como una tarea de desmitologización, claro que esta desmitologización es de un sentido distinto al ideado por Bultmann. El autor de Génesis 1 barre con todos los mitos existentes en su tiempo que consideraban la naturaleza, sus criaturas y elementos, como entidades materiales y espirituales, cuando no directamente como divinos. El relato mosaico de la creación limpia la naturaleza de fuerzas mágicas o sobrenaturales y la ubica en lo que realmente es: el producto de la acción creadora de Dios. El ser humano es puesto es un estatus superior al resto de la creación por ser hecho a “imagen” y “semejanza” del Creador; más allá de las discusiones acerca del sentido exacto de estas palabras, de seguro se nos quiere decir aquí que el hombre se relaciona con Dios de una manera diferente a como podría hacerlo cualquier otra criatura.

Es importante resaltar que al abrir las escrituras el lector es transportado a una dimensión diferente, en cierta forma es trasladado al mundo espiritual. Las escrituras dan por sentado la existencia de Dios, su presencia como causa última de todas las cosas, por lo que no intenta en ningún lugar tratar de probar que Dios existe. En este mundo o dimensión espiritual, el hombre es la gran contraparte de esta historia, el otro gran protagonista desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Pero hay que recordar que la historia humana trazada por las escrituras es la historia de la criatura material – espiritual, un ser que comparte una naturaleza híbrida de los otros dos mundos. Este punto vale la pena tenerlo presente cuando enfrentamos materias complejas o polémicas, como por ejemplo la teoría de la evolución biológica. En lo que dice relación con el origen del hombre, la teoría darviniana debe ser entendida como la evolución del hombre-materia; obvio, para la ciencia no puede haber teoría más que de algo material. El relato del Génesis, por otro lado, es la historia del hombre materia-espíritu. Al final, estamos ante dos antropologías distintas. La ciencia moderna no tiene cabida para un hombre espiritual pues ninguna teoría, por evolucionista que sea, puede dar el salto desde la materia al espíritu.

lunes, 5 de julio de 2010

Génesis 1: ¿Ciencia o Teología?



2010, un año de efemérides. Entre ellas, como no, el bicentenario que conmemoran varios países latinoamericanos. En 2009 la ciencia también acaba de celebrar un bicentenario, claro que en este caso con nombre y apellido: Charles Darwin. Los doscientos años de Darwin encuentran a la teoría de la evolución en medio de un debate externo con los creacionistas cristianos por un lado, y un debate interno entre neo darwinistas y los darwinistas más clásicos por otro. Aún más, como suele suceder en estos casos, hace ya rato que la evolución dejó el exclusivo campo del debate ciencia – religión y se instaló en otro mucho más amplio de las relaciones entre cultura, política y religión: basta ver por ejemplo a la derecha política casada con los conservadores evangélicos y del otro lado a la izquierda defensora de las tesis evolucionistas. En medio de de esta meleé de ideas culturales, políticas, religiosas y científicas, resulta cada vez más difícil abstraerse de estas distracciones y volver a las verdaderas raíces del debate.

¿Cómo afecta la ciencia moderna a la lectura del Génesis? A juzgar por la cantidad de artículos, libros, páginas web, blogs, y una variedad de medios escritos e incluso DVD sobre la materia, el debate acerca de la lectura del Génesis, en particular de sus primeros capítulos, tiene para rato. En el mundo evangélico este debate está cruzado por la presencia ominosa de la evolución darwiniana, teoría científica que muchos ven como una clara amenaza contra la fe cristiana y como un desembozado intento de promover el ateísmo. Desde que se inició este debate entre creación y evolución en la segunda mitad del siglo XIX el asunto ha sufrido altibajos, ajustes en el tono de las palabras, cambios de énfasis, búsquedas de entendimiento, pero el conflicto siempre ha seguido ahí, como un porfiado testimonio de que las relaciones entre ciencia y religión son más complejas de lo que uno quisiera. Hacer un poco de historia puede a veces ayudar a no perder la perspectiva de la cuestión.

Desde comienzos del siglo XIX el mundo protestante asistía a un intento por armonizar las escrituras con los desafíos que le planteaba una nueva ciencia: la geología. Los avances en el estudio de las rocas, de las capas de la superficie terrestre, habían llevado a una profunda revisión de la lectura del Génesis, en especial de sus capítulos iniciales. Tanto pastores como científicos creyentes habían propuesto teorías para compatibilizar los largos procesos que suponían la formación de rocas con los días de 24 horas que describían la creación según la lectura clásica del relato mosaico. De entonces datan las interpretaciones que intercalaban en Génesis 1 procesos de miles de años de duración; en rigor ya en el siglo V Agustín había expuesto su sospecha de que los días de la creación podrían no tomarse literalmente, pero para el 1800 vemos a científicos cristianos – principalmente ingleses y alemanes – fundamentando sus explicaciones con una elaboración científica que podía sonar razonable para la época. En esto estaba el mundo protestante, cuando en 1859 les explota otra bomba: Darwin publica el Origen de las especies, donde plantea su teoría de la evolución. De nuevo la ciencia parecía alejarse de las escrituras, la amenaza de que la Biblia fuera una simple colección de mitos y cuentos volvía a renacer.

Con el paso del tiempo las cosas no han ido mucho mejor. A las amenazas planteadas en el pasado por la geología y luego por la evolución, habría que sumar en nuestros días a la teoría del caos, la que en su versión más sencilla postula que la materia tiene la capacidad de auto organizarse, de auto ordenarse, sin necesidad de que intervenga ningún ser inteligente – léase Dios – para poner orden, por ejemplo, en la materia primigenia.

Evolución, caos, geología… ¿cuánto puede aguantar la lectura tradicional del Génesis? ¿Habrá que abandonar la idea de que la Biblia es científicamente cierta? Cabe consignar que los intentos por armonizar las escrituras con estas y otras novedades científicas están ahí; una prueba reciente de ello es el museo de la creación abierto hace poco en Estados Unidos. El corazón de las tesis de armonización sigue siendo el mismo de siempre: la Biblia no puede estar en contradicción con la ciencia pues es la verdad de Dios. Al amparo de esta posición se han buscado y defendido las más conocidas teorías para armonizar la lectura de los primeros capítulos del Génesis con la ciencia moderna. Entre Génesis 1:1 y 1:2 se ha postulado que perfectamente puede haber espacio para los millones de años de los procesos geológicos que exige la teoría científica moderna, es la interpretación de la teoría del desfase – la “gap theory” de la versión inglesa. También se ha resaltado mucho la expresión “según su género” que aparece repetidas veces en Génesis 1, en la que se ha querido ver una connotación biológica, algo así como una aproximación a la clasificación de las especies, géneros, subgéneros o phyla de la biología moderna. Estos esfuerzos de armonización entre la ciencia y el Génesis se han sucedido entre el siglo XIX y el siglo XX, y todo indica que varios autores cristianos continuarán por este camino.

Un punto de vista alternativo, que mencionamos antes, es el de darle otra vuelta al lenguaje del autor del libro. Ya recordamos a Agustín, quien había planteado hace muchos siglos que la interpretación del término “día” tal vez requería una revisión, insinuando con ello un uso alegórico de las palabras, una cosa distinta de un día de 24 horas. Muchos siglos después, Calvino – en su comentario sobre el Génesis – expresaba a su vez la importancia del lenguaje y el punto de vista del autor humano, lo que hoy llamamos la teoría de la acomodación: el autor expresa los sucesos de la creación como el observador que es, con la carga histórica y cultural propia de su tiempo, acomoda su mensaje a los usos y costumbres de su gente. Muy acertadamente, Calvino resalta el propósito del autor por emplear un lenguaje sencillo, tan simple como sea posible para ser entendido por un auditorio de personas comunes como lo eran los siervos hebreos que acababa de liberar de Egipto. Después de todo, el Génesis no fue escrito para eruditos o entendidos, sino para una abigarrada y expectante población hebrea que hacía poco trabajaba como esclavos de los egipcios.

Las últimas décadas han sido testigos de un camino diferente, sustentado por la investigación arqueológica y la reflexión teológica, un renovado esfuerzo por entender la relación del Génesis con la ciencia bajo una nueva luz. Fruto de ese esfuerzo se ha destacado un hecho que hasta ahora había pasado desapercibido o al que poco o nada se había prestado atención: la cuestión de la teología mosaica. Tanto se había enfatizado el substrato científico de Génesis 1 que por ahí se olvidó el fundamento teológico del primer capítulo de las escrituras, algo que puede sonar irrisorio, si después de todo la Biblia trasunta teología en todas sus páginas, ¿cómo se pudo haber pasado por alto la teología de Moisés? ¿Tienen algo que decir los presupuestos y necesidades teológicos del autor del Pentateuco? Cada vez se nos hace más evidente que la respuesta a esta interrogante es afirmativa. Al final, si queremos extraer algún sentido coherente del mensaje original de Génesis 1, éste tiene que estar inextricablemente ligado a la teología de Moisés, el gran líder hebreo. Si esto es así, ¿cuáles eran esas necesidades y supuestos, qué perseguía la teología mosaica?, ¿cuáles eran los objetivos teológicos de Moisés? Puestas así las cosas, se libera nuestra lectura de Génesis 1 y podemos comenzar a explorar otros caminos que no necesariamente están sujetos a la presión contrastante de los resultados de la ciencia moderna.

El argumento teológico de Génesis 1 es bastante simple: su teología está íntimamente relacionada con la teología del Pentateuco. Ergo, Génesis 1 debe haber prestado algún servicio inmediato al tema central del Pentateuco. Visto así de sencillo, esto nos recuerda que muy probablemente para Moisés los problemas religiosos de su entorno – entre la salida de Egipto y el ingreso a Canaán – deben haber sido mucho más significativos e importantes que una hipotética preocupación por temas de naturaleza científica tal como los que conocemos nosotros. En otras palabras, el politeísmo que había dejado atrás en Egipto y el paganismo que lo esperaba en Canaán eran cuestiones de cotidiana urgencia para Moisés; la naturaleza astrofísica del universo, la estructura biológica de los seres vivos o las etapas geológicas del planeta – cualquiera fuese el grado de conocimiento que sobre estas materias pueda haber recibido de Dios – de poca ayuda pudieran haber sido para su desafío inmediato al frente del pueblo hebreo. Lo que nos devuelve al tema central del Pentateuco: el pacto del Sinaí. El Pentateuco gira en torno a esta relación contractual entre Yahvé y su pueblo Israel: la obediencia a la ley y el sistema religioso definidos en el Sinaí es bendición, su desobediencia acarrea la maldición. El libro del Génesis es la puerta de entrada a la historia de este pacto, y consecuentemente empezamos leyendo en Génesis 1 de una bendición (a los seres vivos creados por Dios) y de una maldición (a los humanos pecadores). Releer Génesis 1 bajo la perspectiva de la teología de Moisés nos ayuda a descubrir cómo el autor escoge sus materiales – siempre bajo la dirección divina – para armar un relato de la creación que sea coherente e inteligible en primer lugar para su pueblo Israel; si después se puede hallar compatibilidad con el conocimiento científico actual, mucho mejor. Pero creemos que la secuencia correcta, para hacer justicia al texto, es entender la teología de Moisés y luego plantear las cuestiones científicas que nos interesan a nosotros hoy; el enfoque inverso de los intentos de armonización de los últimos siglos han planteado las cosas al revés, lo que creemos que desnaturaliza Génesis 1.
Lo anterior no quiere decir que los esfuerzos por armonizar Génesis 1 con la ciencia moderna carecen de sentido o son inútiles. Empero, es importante marcar el contrapunto de que la visión teológica del autor es un asunto de primerísima importancia a la hora de extraer algún sentido al texto. Invitamos al lector que desee profundizar sobre esta materia en consultar la sección Capacitación donde podrá hallar otras alternativas de interpretación desarrolladas en extenso.

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