viernes, 31 de mayo de 2013

La revolución de los ascetas



En nuestro artículo anterior estudiábamos la teoría de Rodney Stark para explicar el triunfo del cristianismo en el siglo IV DC. La explicación sociológica de Stark forma parte del intento científico moderno por comprender la naturaleza de los cambios religiosos ocurridos en la antigüedad y cómo es que el cristianismo logró imponerse como la religión dominante en el imperio romano en el transcurso de unos trescientos años. Pero como podríamos intuir desde un principio, el asunto es demasiado complejo como para quedarnos sólo con la explicación de Stark. Una de las aristas de esa complejidad guarda relación con la materia que consideraremos ahora: la revolución ascética de los siglos IV y V DC.

Prácticamente desconocida para nosotros (como ocurre con casi todo lo que rodea la cristianización del imperio romano), la revolución de los ascetas cristianos marcó de manera determinante la historia religiosa de aquella época. Dicho en forma muy simple: después del edicto de Milán de Constantino, un estilo de vida monacal y ascético se extendió por todo el imperio, escaló hasta ocupar los puestos eclesiásticos más importantes, desplazó a los que no eran ascetas y terminó por dominar completamente la iglesia cristiana para fines del siglo V DC. El fulgurante ascenso de estos ascetas cristianos y de su discurso ascético se dio en el siglo IV y la centuria siguiente vio la consolidación de su éxito de facto; la revolución ascética señala de manera definitiva la transición desde el cristianismo primitivo hacia el cristianismo medieval: mirado retrospectivamente, el triunfo de los ascetas significó en los hechos la muerte de la iglesia primitiva. Las transformaciones históricas que implican grandes cambios sociales, ideológicos, políticos e institucionales dan lugar a experimentos humanos de resultados muchas veces insospechados. Nosotros lo sabemos muy bien, teniendo a nuestras espaldas la historia de revoluciones violentas del siglo XX. Así, por ejemplo, la revolución rusa de 1917 comenzó con la promesa de libertad y democratización y terminó como terminó. “Todo el poder a los soviets” significó a la larga reemplazar la tiranía del zar por la de la nomenklatura. Al momento de redactar su desoladora descripción de la nomenclatura soviética, Mijail Voslensky, el ex diplomático refugiado en occidente, evocaba un decidor pasaje del filósofo Hegel: cuando los hombres emprenden una acción en una dirección determinada, ocurre en el camino la “cosa escondida”, aquello que no estaba en los planes de nadie, pero que de pronto aparece ahí y los termina por llevar en una dirección completamente distinta. Si de algo nos pudiera servir esta experiencia histórica reciente para entender los cambios de un pasado más remoto, quizás tendríamos que decir que la “cosa escondida” que se abrió camino en el siglo IV lo hizo bajo una ideología igualmente insospechada pero que podríamos  parafrasear en una frase tan distintiva como la de 1917 y que en este caso sonaría algo así como: “todo el poder a los ascetas”. Los ascetas del siglo IV darían muestra, al igual que los bolcheviques del siglo XX, de una avidez notable por el poder y los bienes materiales, pese a que sus orígenes fueron más bien modestos, rondando en la pobreza franciscana y un acendrado misticismo. Pero, ¿quiénes eran estos ascetas? ¿Qué sostenía el ascetismo cristiano? ¿Qué efectos tuvo todo esto en la cristianización de Roma?

Habrá que partir por definir qué entendemos por ascetismo, cuestión primaria que, no obstante, no es para nada sencilla vista la discusión moderna sobre la materia. Para nuestros efectos, mucho más modestos que los de los expertos, bastará por ahora con definir el ascetismo como un modo de vida con énfasis en la disciplina personal, incluyendo sacrificios (“autocontrol”) en diversas áreas (alimentación, vivienda, sexualidad) con el propósito de alcanzar un determinado estado espiritual (unión mística con la divinidad). Para cuando el cristianismo apareció en escena, el ascetismo llevaba ya varios siglos de una fluctuante existencia tanto en el antiguo medio oriente como en torno al mediterráneo. Dada la importancia de la cultura griega y el peso del helenismo en todo el mediterráneo oriental, el ascetismo griego se torna fundamental en nuestra historia. La religión griega dio espacio a distintas formas de ascetismo que, si bien nunca fueron mayoritarias, sí alcanzaron a penetrar hasta los círculos filosóficos. Así, por ejemplo, Pitágoras es un caso célebre de vida ascética y sus seguidores convirtieron el término “pitagórico” en sinónimo de místico o religioso, muy lejos de nuestra comprensión del mismo como sinónimo de matemático o científico. En los tres siglos anteriores a la era cristiana distintas formas de ascetismo filosófico (pitagórico, neopitagórico, platónico e incluso estoico) otorgaron un cierto aire de sabiduría distintiva a las diferentes prácticas ascéticas. Algo de esa influencia la alcanzamos a vislumbrar asimismo en ciertas comunidades ascéticas que se presentaron incluso en el judaísmo: los terapeutas de Egipto y los esenios de Palestina. Hasta donde sabemos hoy, se trataría de los únicos casos, más bien aislados, de judíos ascetas, pues el judaísmo tradicional siempre miró con escepticismo estos estilos de vida; para los rabinos los sacrificios personales que iban más allá de los ayunos contemplados en la Torah resultaban sospechosos, ni hablar de la abstinencia sexual que se oponía a la enseñanza rabínica sobre la importancia del matrimonio y la vida familiar. Pero la limitada penetración del ascetismo en el mundo judío no nos debe engañar sobre su mayor permanencia y extensión en el mundo grecorromano.

Algo de esa presencia etérea pero omnímoda del ascetismo grecorromano la podemos percibir también en las páginas del Nuevo Testamento: “… prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias…” 1 Timoteo 4: 3-4. Es cierto que la interpretación tradicional ha visto en estas palabras del apóstol una descripción de un gnosticismo primitivo, pero habrá que recordar que precisamente los gnósticos representan una forma o estadio posterior de desarrollo de las ideas ascéticas. Los documentos gnósticos están llenos de detalles de los ayunos y mortificaciones que los maestros gnósticos prescribían a sus seguidores, incluido por cierto el celibato, pues la carne es mala y mantener relaciones sexuales es una forma de contaminarse con esa maldad. Como lo notamos en el pasaje citado, Pablo observa agudamente que este aspecto en particular – la abstinencia sexual – es fundamentalmente contrario al modelo de vida cristiano que él preconiza. Esta firmeza apostólica mantuvo a raya el ascetismo gnóstico, al menos por algún tiempo.

Pero el cristianismo estaba llamado a mantener una dura lucha con la cultura grecorromana, incluido el ascetismo. Es cierto que para el año 300 el desafío gnóstico estaba en gran medida superado, pero una nueva forma de ascetismo se abriría camino en el mediterráneo oriental. El ascetismo, que se había vestido primero un ropaje de sofisticada filosofía, más tarde el del estrambótico misticismo gnóstico, se presentó finalmente en lo que conocemos como monaquismo. Los primeros monjes aparecieron en Egipto hacia fines del siglo III y después del 300 se extendieron rápidamente por el cercano oriente. Ya sea en la forma de anacoretas (Egipto) o en comunidades de monjes (Siria), el monaquismo se tornó rápidamente popular, al convertirse el “hombre santo” (el monje) en un intermediario entre la gente y Dios (o así al menos lo vio el populacho,como en elcaso de Simeón Estilita en la imagen principal de este artículo). Debe haber habido un gran potencial en esta nueva forma de cristianismo, más místico, más sacrificado, o algo así pudo haber pensado Atanasio, el célebre obispo de Alejandría a principios del siglo III. Lo cierto es que Atanasio pronto agrupó a una numerosa población de vírgenes, jovencitas – incluso adolescentes – provenientes de todo Egipto, grupo al que tuvo la peregrina idea de presentar como credenciales de la sana vida espiritual de su iglesia. Pero Atanasio tampoco olvidó a los monjes y así estableció una firme y duradera amistad con Antonio, el fundador del monaquismo egipcio. Todos sabemos que Atanasio es mejor conocido y recordado por su lucha de toda una vida contra el arrianismo, pero lo que es menos conocido es que en esa lucha anti arriana Atanasio enarboló la bandera de la trinidad junto al estandarte del ascetismo: Atanasio fue el primer obispo cristiano que adoptó abiertamente la causa ascética y la unió a la de la trinidad. Si bien la controversia arriano-trinitaria se extenderá por gran parte del siglo III, para fines de esa centuria las ideas de Atanasio finalmente se impusieron gracias al patrocinio imperial; el triunfo de la trinidad atanasiana significará también el triunfo del ascetismo cristiano. A lo largo de esos años una mayoría de obispos cristianos seguirían el camino señalado por Atanasio, esto es, el de un ascetismo trinitario o un trinitarianismo ascético.

Pero aparte de las ramas teológicas – la trinidad - de las que se sirvió el ascetismo para escalar en la iglesia imperial, los efectos del ascetismo en el ámbito familiar y sexual fueron impresionantes. Después de Constantino, el cristianismo fue haciendo lentos avances en la aristocracia romana, si bien durante la mayor parte del siglo IV convivieron cristianos y paganos al interior de las familias de la élite romana. Sin embargo, la irrupción del movimiento ascético - en la forma de los primeros monjes, santones y vírgenes – provocó una enorme conmoción en la aristocracia imperial. Se sucedieron polémicas, escándalos, incluso expulsiones de la ciudad (la más sonada por entonces fue la de Jerónimo, el autor de la Vulgata), todo porque el discurso ascético de exaltación de la abstinencia sexual chocaba frontalmente con la tradición familiar romana, sobre todo con el rol central del matrimonio en la constitución de la sociedad. Los sucesores de Atanasio no sólo exaltaron la abstinencia sexual, cuestión básica para la conducta ascética, sino que progresivamente desarrollaron un visión crítica del matrimonio, llegando incluso a su descalificación, casi como si fuera una obra del diablo (uno de los ejemplos más impactantes de esta retórica anti matrimonio fue la de Gregorio de Nisa). Fue precisamente esta irracional visión de la sexualidad humana, exaltando la virginidad y denostando el matrimonio, lo que despertó el rechazo de una parte mayoritaria de la elite romana. Esta controversia fue potenciada por argumentos doctrinales sustentados por los ascetas. Los obispos ascetas se esforzaban en identificar el ascetismo con la defensa de la trinidad, de modo que los que se oponían a sus puntos de vista en el fondo frisaban con la herejía anti trinitaria. Esta identificación del ascetismo con la ortodoxia  nicena facilitaba la denuncia de los oponentes al ascetismo como potenciales herejes. En cierta medida, lo que estaba en juego aquí era la confrontación entre el elemento laico (la aristocracia cristiana romana) contra el elemento eclesiástico (los obispos ascetas) por el control de la iglesia cristiana. En el siglo V, en instancias como el concilio de Efeso, los clérigos – los obispos ascetas y sus apoyos monacales – impusieron su triunfo final y definitivo sobre el elemento laico. En adelante, sólo los cristianos que se abstuvieran de mantener relaciones sexuales y que estaban más cerca de Dios podrían dirigir a la iglesia; los demás cristianos – los laicos – que tenían una vida sexual activa estaban más lejos de Dios y por consiguiente debían renunciar a cualquier rol protagónico en la iglesia. Estamos en las puertas de la iglesia medieval; la vieja y heroica iglesia primitiva ha muerto.


“Todo el poder a los ascetas”. En el transcurso de menos de doscientos años, entre los siglos III y IV DC, un nuevo y poderoso movimiento ascético copó el escenario y expulsó a los laicos, obligándolos a refugiarse en las graderías. Durante los próximos mil años sólo los ascetas animarán el show, hasta que una nueva revolución después de 1517 volverá a traer a escena a los laicos postergados. ¿Fue el cambio religioso del siglo IV el triunfo del cristianismo? Si algo triunfó entonces habría que preguntarles a Atanasio y sus amigos.

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