martes, 22 de marzo de 2011

Equinoccios y Precesión



Popularmente la gente entiende que el equinoccio del 20 de marzo – cuando el sol cruza el ecuador celeste – marca el inicio del otoño en el hemisferio sur y por el contrario, de la primavera en el hemisferio norte. En general el público masivo asocia los equinoccios y los solsticios como los hitos que señalan los cambios estacionales a lo largo del año. Para quien esté más familiarizado con los ciclos del cielo y la naturaleza esta percepción es diferente: solsticios y equinoccios marcan más bien el punto medio, la mitad de una estación, no su término o el inicio de otra. Así, entonces, se habla de estaciones oficiales y estaciones verdaderas. En cualquier caso, lo cierto es que al sur del ecuador estamos en otoño.


El equinoccio de marzo se ha asociado en el hemisferio norte con la terminología del punto vernal, o punto Aries, como se llamaba en el pasado al momento en el que el sol cruzaba el ecuador pasando desde el hemisferio sur hacia el hemisferio norte. ¿Por qué “punto Aries”? La historia es más o menos larga, pero la podemos resumir como sigue. Hacia el 1900 a. C., si observáramos la posición del sol en el cielo para el equinoccio de marzo, veríamos que el sol se ubicaba en la constelación de Tauro.


Si hiciésemos la misma observación hacia el 70 a. C. veríamos que para la misma fecha el sol se encontraba casi en los límites entre las constelaciones de Aries y Piscis. Esto quiere decir que durante los casi 18 siglos anteriores el sol, cada vez que cruzó el ecuador en el equinoccio de marzo, lo hacía teniendo como fondo las estrellas de la constelación de Aries.



Como el primer milenio antes de Cristo coincide precisamente con la época de la maduración de la astronomía babilónica, así como con las observaciones griegas, no es extraño que al equinoccio de marzo se le llamara por entonces “punto Aries”, pues ello recordaba a los astrónomos que cuando el sol cruzaba el ecuador celeste lo hacía en el sector del cielo que correspondía a la constelación del carnero.

Sin embargo, en las décadas que precedieron al nacimiento de Cristo, la posición del sol al momento del equinoccio de marzo ya no se hallaba en Aries, sino en la constelación de Piscis, los peces, como se aprecia en la imagen siguiente.



En resumen, en un plazo de casi dos mil años, la posición del sol al momento del equinoccio de marzo se desplazó desde la constelación de Tauro, pasando por la de Aries hasta alcanzar finalmente la de Piscis en vísperas de la era cristiana. El registro histórico nos dice que el único hombre que se dio cuenta de este cambio en la antigüedad fue el notable astrónomo griego Hiparco, allá por el siglo II a. C. Su descubrimiento fue prodigio de observación, pues el cambio que hemos anotado del sol con respecto a las estrellas ocurre a una escala casi imperceptible para los seres humanos, a razón de cerca de 1º cada 70 años. Hiparco se percató de esta situación al cotejar la rica “base de datos” de las observaciones hechas siglos antes por los babilonios, registros que gracias a las conquistas de Alejandro Magno habían llegado a manos de los astrónomos griegos. A este fenómeno tan especial se le conoce como “precesión de los equinoccios” y nos revela un movimiento por lo común desconocido de nuestro planeta. Para decirlo de manera simple, este “vaivén” de la tierra hace que la posición del sol con respecto a las estrellas varíe de manera lenta pero continua.

¿Qué lección práctica podemos extraer de estos extraños y lejanos sucesos para nuestras vidas hoy? A lo menos quienes confían cada mañana su fortuna a la consulta de su horóscopo, harían bien en recordar que las constelaciones se “corren” constantemente debido al movimiento de precesión de los equinoccios, de forma que esas exasperantes letanías de “…si usted nació entre el 21 de marzo y …entonces…” no tienen hoy el sentido que pudieron haber tenido en tiempos de los griegos y babilonios, cuando efectivamente el “punto Aries” tenía al sol en la constelación de Aries. Nuestra cohorte de astrólogos, tarotistas y adivinos modernos, exponiendo su rampante ignorancia de los verdaderos movimientos relativos de los astros, siguen repitiendo como siempre que “si usted nació entre el 21 de marzo y…”

viernes, 18 de marzo de 2011

Hattusas y el Pentateuco


Los descubrimientos realizados desde 1906 en Bogasköy, en la meseta de Anatolia, Turquía, permitieron dar con los restos de Hattusas, la antigua capital del imperio hitita del segundo milenio antes de Cristo. Los hititas eran un pueblo mayormente desconocido hasta entonces y que en las páginas de la Biblia se identifican con los heteos, los descendientes de Het (Génesis 10:15; 1 Crónicas 1:13). Según el Antiguo Testamento mantuvieron contacto desde tiempos antiguos con los israelitas como lo indican indican los casos de Abraham (Génesis 23:3), Esaú (Génesis 26:34), Moisés (Números 13:29), Josué (Josué 1:4), los jueces (Jueces 1:6), David (1 Samuel 26:6; 2 Samuel 11:3), Salomón (1 Reyes 10:28), Eliseo (2 Reyes 7:6) y Ezequiel (Ezequiel 16:3, 45).

El estudio de los cerca de diez mil documentos en tablillas cuneiformes rescatados en Hattusas sacó a la luz muchos contratos que por su fecha tienen la importancia de ser contemporáneos de la época de Moisés. Entre los tratados más célebres del mundo antiguo hallado en la colección de Hattusas se encuentra el que celebraron el rey hitita Hattusilis III y el faraón Ramsés II de Egipto, después de la famosa batalla de Qadesh (o Kadesh, como leen los textos en inglés) entre ambas potencias en el 1300 a. C. (el tratado de paz definitivo se firmo unos 20 años después de la batalla, lo que evidencia las largas negociaciones de paz entre los dos imperios). El tratado invocaba al dios Ra y al gran dios de la tormenta de Hatti de modo de establecer “una próspera paz y una excelente hermandad entre el gran rey, el rey de Egipto, y el gran rey de Hatti, su hermano, por siempre jamás”. La “copia” egipcia del mismo se encuentra en inscripciones en el templo de Amón en Karnak. La investigación histórica en el Medio Oriente nos ayuda a entender la importancia que las formalidades de los pactos tenían en esa región del mundo antiguo, tanto para los casos de relaciones personales como para las relaciones internaciones de la época. Si bien la práctica de tratados está bien documentada entre otros pueblos de la región (asirios, sumerios, babilonios, egipcios) los tratados hititas deben estar entre los mejor conservados y los más completos del Antiguo Medio Oriente. La literatura inglesa se refiere a este tipo de tratados con el término suzerainity, concepto que lleva implícita de una suerte de protectorado, como los que se establecieron en cierto momento de la historia moderna entre algunas naciones europeas o de éstas con países africanos o asiáticos. Un triste ejemplo de este tipo de dependencia es el infame protectorado que estableció Hitler sobre Checoslovaquia en vísperas de la II guerra mundial. Lo llamativo de estos contratos hititas, en especial los del tipo señor – vasallo (como los que imponían los reyes hititas a los reyes que derrotaban), es la estructura y estipulaciones que los caracterizan:

(a) un preámbulo, que identifica al autor del tratado, sus títulos y atributos,

(b) un prólogo histórico que fundamenta los lazos de apoyo mutuo entre señor y vasallo,

(c) un listado de las obligaciones y estipulaciones del tratado,

(d) los testigos – normalmente divinos – que son garantes del tratado. (Los asirios sólo invocaban a sus propios dioses en sus tratados; los hititas, en cambio, eran un poco más considerados, incluían también a los dioses de sus vasallos.)

(e) las bendiciones y maldiciones para el cumplimiento o incumplimiento de los términos contractuales.

Además de estos elementos las formalidades del contrato incluían dejar una copia del contrato en un templo, su lectura pública cada cierto tiempo, el juramento de fidelidad del vasallo y ceremonias religiosas, tales como el sacrificio de animales y el rociamiento de sangre para oficializar la aceptación del pacto.

Quienquiera que esté medianamente familiarizado con la literatura bíblica apreciará de inmediato las similitudes de la legislación mosaica con los códigos contractuales existentes por entonces. En particular, pasajes como Éxodo 20-23 y el libro de Deuteronomio dan señales de que muy probablemente Moisés recurrió a un cierto lenguaje que era común en la época y que definía obligaciones contractuales entre dos partes que llegaban a un acuerdo, papel que jugaban en este caso Israel y Yahvé. Notar, por ejemplo, el extraordinario ejemplo de Deuteronomio 27 con la ceremonia que se le manda a Israel celebrar en el monte Ebal, la figura de las piedras como testigos y nuevamente la fuerte imagen de las bendiciones y maldiciones que esperaban a Israel dependiendo de su cumplimiento de los términos del pacto del Sinaí. Un ejemplo ilustrativo de lo anterior se puede rastrear en Éxodo 19:3-8:

Preámbulo (verso 3):
“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel:

Prólogo histórico (verso 4):
Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí.

Principios Generales (verso 5a):
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto,

Bendiciones (versos 5b, 6a):
Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.”

El término hebreo que traducimos “pacto”, berith, aparece 285 veces en el Antiguo Testamento, de las que 83 apariciones corresponden al Pentateuco, es decir, cerca del 30% del uso de este vocablo en la Biblia hebrea es explicado por los libros de Moisés; más específicamente, el Génesis da cuenta de 27 usos de la palabra, cerca del 10% de su uso total. Estos datos nos dan pistas acerca de la importancia de este concepto en la literatura mosaica. ¿Por qué Moisés recurre a este vocabulario y a una terminología de pactos, una terminología con connotaciones legales? Precisamente uno de los temas centrales del Pentateuco, por no decir que el más importante, es la idea del pacto del Sinaí, el pacto entre Yahvé y su pueblo, tema que une transversalmente todo la obra de Moisés. Si los sucesos del Sinaí apuntaban a un contrato o pacto trascendental para la historia de Israel, se nos aparece como más comprensible que la estructura del relato mosaico se ajustara a los términos de los tratados vigentes por entonces y al lenguaje de pactos con que estarían más familiarizados sus contemporáneos. En este sentido, el Génesis sirve como una suerte de antesala al pacto del Sinaí: nos presenta las historias de los pactos o tratos previos que hizo Dios con el ser humano. Así entendemos que Moisés aprovecha el Génesis para familiarizar a su audiencia con los pactos que realiza con Adán y Eva en Edén, con Noé y su descendencia tras el diluvio, con Abraham al sacarlo de su tierra en Mesopotamia y prometerle la tierra de Canaán.
Resulta muy esclarecedor citar un párrafo de un artículo de J. A. Thompson, quien estudió esta materia en los años sesenta:
“Parece claro que la idea de pacto del Medio Oriente provee a Israel una metáfora significativa para la exposición de las relaciones existentes entre Yahvé e Israel. No quiere decir que la idea, tal como existía en el ambiente secular de aquellos días, era completamente adecuada para exponer las muchas caras del pacto divino entre Yahvé y su pueblo. Pero este concepto, tomado prestado del terreno de la ley internacional, y revestido de una especial aplicación teológica, dio expresión concreta al concepto más profundo de elección divina. Los tratados del Medio Oriente, y en particular el tratado de protectorado hitita, en su estructura literaria, en su vocabulario, en su contexto histórico y, en alguna medida, en su espíritu general, tiene por tanto una considerable significación para los estudios del Antiguo Testamento”.

Reloj Mundial

Ciudad de Mexico

Bogotá

Madrid

Buenos Aires

Temuco

Apocryphicity

New Publications by ETS Members