En principio puede parecer extraño asociar a Silicon Valley
con las drogas, pero si lo pensamos un poco tal asociación no es tan insólita.
Después de todo, estamos casi todos los días conectados a Internet, incluso
muchas horas al día, en lo que algunos especialistas comienzan ya a describir
como un trastorno, para el cual se utilizan distintas terminologías; así
escuchamos de ciberadicción o de ciberdependencia; en inglés se usa la sigla
IAD por "Internet Addiction Disorder" o Desorden de adicción a Internet.
Se trata de una materia muy debatida por médicos,
psicólogos, sociólogos, siquiatras y otros profesionales, en una discusión que
es muy interesante y que sólo vamos a mencionar de pasada. Lo importante para
nuestro análisis es el uso del término adicción para describir el
comportamiento o la relación entre las personas e Internet y los smartphones.
Existen varias versiones sobre la etimología del término "adicción",
que procede del latín adictus, pero casi todas coinciden en que el concepto
alude a alguna dificultad o imposibilidad de decidir libremente. Como veremos
luego, a comienzos del siglo XIX comenzó a usarse este término para referirse a
quienes desarrollaban cierto grado de dependencia al consumo de opio y más
tarde se usó en general para describir a quienes consumían regularmente algún
tipo de droga. Que los científicos del siglo XXI recurran al concepto adicción
para aludir a cómo algunas personas interactúan con Internet o equipo
tecnológicos nos permite hacer un primer puente entre las nuevas tecnologías y
las drogas. Usted bien podría decir que esta conexión es entonces metafórica,
resultado del uso de un lenguaje figurativo para comparar cómo los seres
humanos nos relacionamos con las drogas y con la tecnología digital. Pero como
vamos a documentar a lo largo de este capítulo la relación entre Silicon Valley
y las drogas no es puramente figurativa. Como vimos en el capítulo anterior,
los orígenes de Silicon Valley nos conectan con la contracultura hippie de los
años 1960s y si hay algo que los hippies compartieron en general fue el consumo
de... drogas.
Las drogas han acompañado a la humanidad desde tiempos
ancestrales. Así, por ejemplo, drogas de origen natural, derivadas del cultivo
de diversos productos vegetales, fueron asociadas a prácticas médicas o
religiosas, ya sea como analgésicos, anticonceptivos o afrodisíacos. Un buen
ejemplo es el opio, componentes recurrente en la medicina griega y romana
(Omero alude al opio en la Odisea). Los árabes continuaron su uso en la Edad
Media y más tarde también la Europa renacentista. En 1680 el doctor Sydenham
escribía: "Entre todos los remedios que ha complacido a Dios Todopoderoso
dar al hombre para aliviar sus sufrimientos, ninguno es tan universal y eficaz
como el opio". En el siglo XIX los europeos agregaron al opio (y su
derivada, la morfina) nuevas drogas, como la efedrina, procedente de Asia, y la
coca (y su derivada, la cocaína) de América, destinadas a servir como
analgésicos, para mitigar trastornos digestivos o tratar problemas de salud
mental. Recomendadas por médicos, estas drogas eran usadas por toda la
población (desde 1884 Freud comenzó a recomendar cocaína a algunos de sus
pacientes). En 1863 un químico italiano patentó el Vin Mariani, un vino que
contenía hojas de coca y que se vendía como un tónico saludable; recomendado
nada menos que por el Papa León XIII, lo usaron además la reina Victoria de
Inglaterra, Alfonso XIII de España, el presidente Ulises S. Grant de Estados
Unidos; también artistas como Julio Verne, Alejandro Dumas, Emile Zolá, Robert
Louis Stephenson. Algunos creen que Louis Carroll pudo haber estado bajo el
efecto de algunas drogas cuando escribió "Alicia en el país de las
maravillas". Fue tal el éxito de Vin Mariani que incluso en Estados Unidos
un farmacéutico, John Pemberton, creó en 1886 la Coca-Cola, una versión gringa
de jarabe medicinal en base a la coca. Tabletas de cocaína acompañaron las
expediciones de Shackleton y Scott en la Antártica. En medio de esta atmósfera
es importante notar el caso del sicólogo y filósofo norteamericano William
James, que a fines del siglo XIX experimentó con alcohol y óxido nitroso y que
resumió las vivencias místico-espirituales que le proveyeron estas sustancias
en "The Varieties of Religious Experience" (1902). Pero, claro, las
drogas tienen su lado oscuro y ya en 1800 comenzó a popularizarse en inglés el
término addiction. De hecho, Samuel Coleridge y Thomas de Quincy, dos
celebridades de la literatura inglesa, vivieron el infierno de la adicción al
opio a inicios del siglo XIX.
Ya en el siglo XX, durante las guerras mundiales, las drogas
se emplearon con otros fines. Los nazis, por ejemplo, usaron pervitina (o
pervitín), para potenciar el desempeño de los soldados en combate y también
probaron con distintas drogas para perfeccionar las técnicas de interrogatorio
de prisioneros en los campos de concentración, siendo tristemente célebre el
uso de la mescalina en Dachau. Tras la guerra, cientos de científicos del III
Reich fueron trasladados a Estados Unidos bajo el amparo del proyecto
"Paperclip". Estos científicos fueron empleados por la OSS (Office of
Strategic Services), interesada en aprender de la experiencia alemana en el uso
de drogas para interrogatorios (inteligencia). Cuando más tarde la OSS se
transformó en la CIA, esta última continuó la investigación con drogas. Se quería
dar con una droga que ayudara a "ablandar" a una persona cuando es
sometida a interrogatorios ("truth drug" o droga de la verdad),
facilitando así la obtención de información y permitiendo además el
"brainwashing" o lavado de cerebro que facilitara a su vez el
"mind control" o control mental. La CIA y el gobierno sospechaban que
los soviéticos ya contaban con tales drogas e incluso temían que tal vez las
podrían estar usando contra prisioneros de guerra norteamericanos en Corea.
Tras varios intentos fallidos, la CIA creyó hallar la solución en una nueva
sustancia, el LSD. Importado desde Suiza, la CIA dio prioridad a la producción
local y estableció programas de pruebas con universidades y profesionales de la
salud. Así entra en esta historia el LSD.
El LSD-25 o dietilamida de ácido lisérgico (nombre técnico)
es un compuesto que se extrae a partir de unos hongos que crecen en el centeno.
Fue sintetizado por primera vez en 1938 por el químico suizo Albert Hofmann en
los laboratorios de la farmacéutica SANDOZ. En 1943 y por accidente, Hofmann
entró en contacto con una pequeña cantidad de LSD y la experiencia que vivió
fue tan impactante que resultó fundamental para que SANDOZ clasificara al LSD
como una droga sicoactiva e iniciara su comercialización como un agente de
apoyo para tratamientos de sicoterapia. La investigación sobre el LSD se
disparó después de la II Guerra Mundial. Para 1951 se habían publicado más de
cien artículos y en 1961 la cifra superaba los mil (en inglés, francés, alemán,
japonés, ruso, polaco, etc.). Obviamente el impacto más directo del LSD por
aquel entonces fue en el mundo de la psiquiatría, en especial en enfermedades
como la esquizofrenia, para la cual los tratamientos en uso en los años 50s -
electroshock o sicoanálisis - no ofrecían mejora alguna para los pacientes; de
ahí la esperanza puesta en el LSD. A lo cual habría que agregar la creencia de
que el LSD era algo así como una comprobación empírica de la existencia del
inconsciente.
En 1949 tuvo lugar la primera importación privada de LSD a
Estados Unidos, conforme a las indicaciones de SANDOZ, como un producto de uso
clínico para tratamientos psiquiátricos. Cuatro años más tarde, en abril de
1953, la CIA comienza el proyecto MK ULTRA, una operación encubierta en la que
se financió a muchos psicólogos y siquiatras para investigar el uso de la droga
en voluntarios en universidades, centros de salud e investigación en todo el
país. Se trata del mayor programa de control mental y de drogas llevado a cabo
por la Agencia durante la guerra fría. Entre los más destacados profesionales
que trabajaron para la CIA bajo este programa estuvo Ewen Cameron, máximo
dirigente de la psiquiatría norteamericana y mundial. La participación de
Cameron ha sido objeto de fuerte crítica, tomando en cuenta que fue uno de los
expertos que asesoró al tribunal de Nuremberg para procesar, entre otros, a los
nazis que hicieron experimentos con prisioneros durante la guerra; toda una
ironía atendiendo a las pruebas con LSF que Cameron efectuó en voluntarios,
muchos de los cuales nunca supieron que eran conejillos de indias para un
programa financiado por la CIA. Otro personaje igualmente polémico en la
operación MK ULTRA fue el capitán y ex espía Alfred Hubbard, quien se ufanaba
de haber hecho que más de 6.000 personas probaran el LSD.
Ahora bien, en paralelo a las actividades secretas de la
CIA, hubo una importante corriente de profesionales e intelectuales que
descubrieron el LSD y favorecieron su uso. El siquiatra inglés Humphrey Osmond
(1917-2004) lideró el primer equipo médico que introdujo el uso de mescalina y
luego el LSD en un hospital psiquiátrico en Saskatchewan, Canadá. El proyecto,
considerado pionero en su tipo, atrajo las miradas de todas partes del mundo y
entre los interesados se contaba el célebre escritor Aldous Huxley (1894-1963),
quien escribió a Osmond para ofrecerse como voluntario. En mayo de 1953,
aprovechando su paso por Los Ángeles, Osmond visitó la casa de Huxley y lo
asistió personalmente para una prueba con 0.4 gramos de mescalina, en una sesión
que duró varias horas y que marcó una experiencia impactante para Huxley, como
veremos luego. En un posterior intercambio epistolar entre ambos, Osmond acuñó
el término "sicodélico" para referirse al LSD y la mescalina. El
término procede de raíces griegas y se traduce etimológicamente como
"manifestación de la mente"; es decir, para Osmond la importancia de
estas sustancias radica en que ayudan a liberar o exponer lo que hay dentro de
la mente humana (cuestión en línea con la creencia que mencionamos antes de que
el LSD demostraba la existencia del inconsciente). Que esto tenga lugar a
través de la alteración de la percepción consciente es otra vez clave para
Osmond, pues encaja con la definición de esquizofrenia: una alteración de los
estados de percepción. Así, entonces, las sustancias sicodélicas permiten al
especialista ponerse en el lugar del esquizofrénico, literalmente experimentar
su mente, su mundo. Por esta vía, creía Osmond, se podría tener más éxito en el
tratamiento de la enfermedad.
Pero volvamos con Huxley porque, al igual que Stewart Brand
en el capítulo anterior, es uno de los personajes clave en esta historia.
Huxley era por entonces un célebre escritor; buena parte de esa fama la debía a
"Brave New World" (la versión en español "Un Mundo Feliz"),
la novela de ciencia ficción publicada en 1932 y que le dio fama mundial: hoy
es considerada la mayor de sus obras y una de las mejores novelas en lengua
inglesa del siglo XX. En esta obra Huxley presenta un futuro distópico, una
civilización súper avanzada pero donde no hay libertad porque las vidas de sus
habitantes están programadas de antemano; curiosamente la gente es feliz porque
a todos se les suministra una droga llamada soma, de modo que acepten su
destino y sean sumisos al sistema. La novela nos deja con una sensación de
espanto ante lo que pueden hacer las drogas, visto que es el mecanismo que
describe el libro para esclavizar a las personas en el futuro. Sin embargo, dos
décadas después de escribir "Un Mundo Feliz", la relación de Huxley
con las drogas experimenta un cambio radical. Como vimos, la prueba con
mescalina en 1953 produjo un profundo y duradero efecto en Huxley, quien al año
siguiente publicó "The Doors of Perception," (Las Puertas de la
Percepción), un breve ensayo filosófico en el que resume positivamente esa
vivencia, a la que califica como una "experiencia beatifica", cuando
vio "lo que Adán había visto la mañana de la creación... palabras como
"gracia" y "transfiguración" vinieron a mi mente".
Vaya declaración. Pero hay más, Huxley incluso vislumbra un despertar
religioso, cuando el correcto uso de las drogas permita a las personas
"adquirir una radical auto trascendencia y una profunda comprensión de la
naturaleza de las cosas".
Para ponderar estas sentidas declaraciones de Aldous Huxley
será bueno tener presente ciertos antecedentes. Por ejemplo, como que su
abuelo, Thomas H. Huxley, fue uno de los más férreos defensores de la teoría
evolutiva de Darwin en el siglo XIX, cuando la nueva ciencia chocó con las
creencias religiosas predominantes en Inglaterra. En el fragor de esa polémica
entre ciencia y religión, Thomas Huxley tomó partido por la ciencia e inventó
la palabra "agnóstico" para definir su postura ante la religión.
Desde entonces un sello de escepticismo filosófico marcó la distancia de la
familia Huxley con lo religioso. Su nieto Aldous Huxley creció en esa atmósfera
familiar, lo que explica que el famoso escritor fuera un hombre más bien lejano
a la religión. ¿Cómo, entonces, debemos entender las anteriores declaraciones
místicas, cuasi espirituales, de Aldous Huxley en "The Doors of
Perception"? Bien, habrá que consignar que más o menos desde que se
instaló en California a fines de la década del treinta Huxley se comenzó a
interesar en el misticismo oriental, específicamente en el budismo, prueba de
lo cual es su lectura del Libro Tibetano de los Muertos. La posibilidad de
experimentar un estado místico por intermedio de sustancias sicoactivas, como
las drogas sicodélicas, despertó la curiosidad del escritor, lo que lo habría
motivado a acercarse a Osmond para ofrecerse como voluntario en los test de
mescalina. En 1955, mientras redactaba "Heaven and Hell" (la secuela
de "Las Puertas de la Percepción"), Huxley tuvo su segunda
experiencia con mescalina, esta vez acompañado por el capitán Hubbard, y más
tarde, ese mismo año, tuvo su primera sesión con LSD, nuevamente asistido por
Hubbard. Así que, en el lapso de tan sólo dos años, Huxley se convirtió en un
adelantado en el uso de sustancias sicodélicas, no ya con fines clínicos -
Huxley no sufría patologías mentales - sino como una alternativa para
"ampliar la conciencia" o lograr la "iluminación", según el
lenguaje budista. De hecho, a mediados de la década del 50 Huxley integró un
selecto grupo de científicos e intelectuales - entre ellos el siquiatra de Los
Ángeles Oscar Janiger (1918-2001) y el teólogo y filósofo británico Alan Watts
(1915-1973) - que dieron inicio al uso del LSD en reuniones sociales,
completamente independiente de cualquier investigación clínica como la que
estuvo en el origen del empleo del LSD por sicólogos y siquiatras. Es un
anticipo de lo que ocurrirá en la década del 60, cuando los jóvenes descubran
el LSD. En todo ello juegan un papel fundamental las obras que escribió Huxley
a raíz de sus experiencias con la mescalina y el LSD: "The Doors of
Perception", "Heaven and Hell" y "Island" (1961), la
trilogía que da inicio a un género denominado "literatura
sicodélica".
Vale la pena consignar que los dos primeros libros de esta
trilogía están inspirados en un poema del inglés William Blake (1757-1827),
titulado "The Marriage of Heaven and Hell" (1790), y en donde Blake
escribe: "if the doors of perception were cleansed everything would appear
to man as it is: infinite" (Si las puertas de la percepción estuviesen
limpias todo aparecería ante el hombre como es: infinito). Inspirado en Blake y
en las ideas del filósofo francés Henri-Louis Bergson (1859-1941), Huxley
plantea la analogía del cerebro humano como una "válvula reductora",
esto es, como un filtro cuyo propósito es proteger al individuo ante un
potencialmente abrumador flujo de información procedente del mundo exterior y
que podría confundirnos y dificultarnos la vida. Para hacernos las cosas más
fáciles el cerebro filtra esa enorme y muchas veces inútil cantidad de datos
externos para reducir su volumen a lo que necesitamos como individuos para
sobrevivir. El efecto químico de las sustancias sicodélicas - mescalina, LSD -
es limpiar o abrir esos filtros o puertas de modo que podamos percibir el mundo
en su totalidad, es decir, ampliar nuestra conciencia. Para Huxley eso
implicaba también la posibilidad de una experiencia metafísica, un estado
místico. El resultado de todo esto fue un cambio de percepción del LSD y de las
sustancias sicodélicas en general en sectores de la población más bien ajenos a
la medicina. Desde que el doctor Hofmann sintetizara el LSD y luego se
iniciaran tratamientos clínicos en ambientes de laboratorio u hospitales, las
drogas sicodélicas estuvieron principalmente en manos de psicólogos, siquiatras
y terapeutas, lejos de la manipulación profana. Pero la labor de algunas
personas, como el agente de la CIA Alfred Hubbard mencionado antes, y sobre
todo Aldous Huxley, cambiaron esta situación de manera radical. Los libros de
Huxley que citamos recién y el testimonio del propio escritor alteraron la
aproximación hacia las sustancias sicodélicas: los nuevos interesados no
andaban tras la cura médica de la esquizofrenia, el alcoholismo o los
trastornos psicóticos, sino tras el santo grial de una experiencia mística,
espiritual, la "ampliación de la conciencia humana". El cambio
irrumpió con fuerza en la década de los sesenta, pero Huxley no vivió lo
suficiente para ver las consecuencias. Murió a los 69 años, el 22 de noviembre
de 1963, el mismo día que en Dallas era asesinado el presidente John Kennedy y
en Inglaterra fallecía otro famoso escritor, C. S. Lewis. Fue un cáncer de
laringe lo que acabó con la vida de Huxley, quien antes de expirar pidió a su
esposa unas dosis de LSD para calmar su dolor y tener un suave tránsito hacia
la muerte. Con su estampa como intelectuales Huxley ayudó a popularizar el LSD
como algo "cool", buena onda, positivo. Aunque nunca sabremos cuál
habría sido su reacción ante la posterior evolución del LSD en los años
siguientes, para la generación joven de esa década Huxley abrió un camino que
justificaba el consumo del LSD y la mescalina. En Los Ángeles un joven Jim
Morrison se inspiró en el libro de Huxley para bautizar su nueva banda,
"The Doors", mientras que muy cerca de allí, en San Francisco, los
hippies se convirtieron en ávidos lectores de sus obras.
Pero la muerte de Huxley dejó dispuesto el escenario para
quien sería el gurú del LSD en los años 1960s: Timothy Leary (1920-1996). El
famoso y polémico sicólogo de Harvard había comenzado a investigar sobre hongos
alucinógenos a fines de la década del cincuenta. Leary y Huxley se conocieron
en el MIT - Massachusetts Institute of Technology - donde Huxley asistía como
profesor visitante. Leary invitó a Huxley a Harvard, teniendo ambos hombres el
tiempo para profundizar su interés compartido por las sustancias sicodélicas.
En el otoño de 1960 Leary había formado en Harvard el Psilocybin Research
Project (proyecto de investigación de silocibina) junto a otros tres colegas:
Richard Alpert, Andrew Weil y Huston Smith. El encuentro con Huxley convenció a
Leary de replantear su investigación, que pasó a denominarse Harvard
Psychedelic Project (Proyecto Sicodélico de Harvard); en este caso la
influencia de Huxley fue fundamental para que Leary reorientara su
investigación hacia el LSD. Leary y sus colegas se convencieron de que el LSD
no podía quedar encerrado en los estrechos pasillos de las instalaciones
clínicas como ocurría por entonces; compartían con Huxley la idea de que las
drogas sicodélicas no producían daño corporal y que, por el contrario,
generaban tal cambio en el comportamiento humano como para experimentar estados
místicos, incluso una transformación cultural. En agosto de 1961 Leary invitó a
Huxley al XIV Congreso Anual de Sicología Aplicada, en Copenhague, donde ambos
expusieron su visión sobre el uso de estas sustancias. Curiosamente Leary fue
más vehemente que Huxley en su exaltación de las benéficas propiedades
transformadoras de las drogas sicodélicas. En su exposición, "How to
Change Behaviour", Leary se explayo generosamente sobre las cualidades de
las nuevas sustancias para la sicoterapia; dijo que su uso podía producir
"satori" ("iluminación" en la terminología budista) e
incluso habló de una "dimensión cósmica". Claro que esto fue
demasiado para varios de sus colegas en el auditorio, quienes mayoritariamente
creían en el uso de estas drogas bajo estricto control médico. Lentamente
comenzó a larvarse una crítica profesional contra Leary y la dirección que
tomaba su proyecto en Harvard. Para peor, varias de las pruebas que llevó a
cabo el equipo de Leary en los meses siguientes (incluida una con estudiantes
de un seminario teológico) terminaron en medio de escándalos, cuestión que
convenció a la Universidad de poner punto final al proyecto en 1963 y de paso
despedir a Richard Alpert. Leary, por entonces en México, jamás regresó a
Harvard.
A partir de entonces Leary inició una carrera mediática y de
conferencista que lo convirtió en el rostro de la revolución psicodélica en
curso en Estados Unidos. En 1964 Leary, Richard Alpert y Ralph Metzner publican
"The Psychedelic Experience", una suerte de guía para quienes se
iniciaran en el uso de sustancias sicodélicas. El subtítulo del libro era muy
decidor: "Un Manual Basado en el Libro Tibetano de los Muertos". Pese
a su origen en una familia católica, Leary conectó su experiencia sicodélica
con el misticismo oriental y en particular el budismo tibetano. Notar una vez
más que los ideólogos de la sicodelia, como Leary, y la contracultura hippie
compartían un mismo interés por las religiones asiáticas como el budismo y el
hinduismo, más en línea, según ellos, con esta "ampliación de
conciencia" que el cristianismo. Pero volveremos sobre este aspecto religioso
más adelante. En 1966 Leary introduce la famosa frase que lo identificará en
Estados Unidos y el mundo: "turn on, tune in, drop out" - enciende,
sintoniza, abandona. Según Leary la frase se la habría sugerido Marshall
McLuhan, como parte de unos consejos que le dio para que comunicara mejor su
mensaje. En septiembre de 1966, en una célebre entrevista para Playboy, Leary
exalto pomposamente algunas de las virtudes del LSD: mejoraba la vida sexual
(cosa que él mismo decía haber probado), podía hacer que una mujer
experimentara cientos de orgasmos, incluso que curaba la homosexualidad. Pero
ni todos estos beneficios impidieron que ese mismo año las autoridades de Nueva
York prohibieran el LSD, prohibición a la que se sumó California el 6 de
octubre de 1966. Los hippies de San Francisco respondieron con una gran
manifestación de protesta, el "Human Be-In", el 14 de enero de 1967,
que reunió entre 25.000 y 30.000 jóvenes. Entre los oradores ese día destacó
Timothy Leary, pero en la trastienda, a cargo de los aspectos técnicos de la
puesta en escena se hallaba… Stewart Brand, el autor del "Whole Earth
Catalogue". Ese evento de inicios de 1967 marca uno de los primeros hitos
"tecnodélicos": la confluencia de los intereses tecnológicos de Brand
y la apuesta por las drogas sicodélicas de la contracultura hippie y de Tim
Leary. Con este amplio trasfondo de tecnología, budismo, hinduismo, LSD y
música "ácida", se hace más fácil entender, por ejemplo, la
inclinación budista de Steve Jobs.
Silicon Valley nos obliga a recorrer una larga historia y
una etapa de ella dice relación con las drogas de la contracultura de los
sesenta. Comenzamos este capítulo hablando de la adicción a la tecnología,
usando la metáfora de la tecnología como una droga. Pero a medida que avanzamos
descubrimos una conexión, no metafórica, si no muy real, entre la historia de
Silicon Valley y las drogas.
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