¿El mejor amigo del hombre? El perro, obvio,
¿quién más? El concepto está tan arraigado que quizás ya olvidamos hace mucho
cuándo fue la primera vez que lo oímos. Hoy es una de esas verdades que se
asumen como normal, algo dado. Pero la larga historia de las relaciones entre
perros y humanos no siempre ha sido lo que parece. Tomemos como ejemplo el registro bíblico y
nos encontraremos con lo que apunta hacia una compleja convivencia entre ambas
especies.
Según los expertos el perro fue domesticado
hace unos 11.000 años atrás aproximadamente, la primera especie domesticada en
la prehistoria, resultado de la confluencia de dos especies de cazadores, el
hombre y el lobo. En la región del antiguo medio oriente en particular el perro
gozó de una amplia aceptación, a juzgar por el registro arqueológico. La
literatura y el arte de Egipto, Siria, Mesopotamia, Asiria, Anatolia y Grecia
dejan en claro que este animal fue muy valorado, seguramente a propósito de las
múltiples funciones que desempeñaba y que facilitaban la vida de sus amos:
colaboración en la cacería, cuidado del rebaño, protección del hogar, incluso
como arma de guerra (algunos ejércitos de la antigüedad desplegaban unidades de
soldados acompañadas por perros de gran tamaño, posiblemente del tipo molosos).
Más notable aún, tal parece que egipcios, griegos, romanos y persas comenzaron
a tener perros simplemente como mascotas, es decir, por el puro placer de la
compañía. La mejor evidencia de esto último la proporcionan los varios cementerios
caninos hallados en lugares tan diversos como Chipre, Grecia, Egipto (donde
podían ser embalsamados) y Palestina (en los años 1980s se descubrió en Ascalón
el más grande cementerio de perros de la antigüedad, con miles de ejemplares).
¿Y cuál era la situación en Israel? En 1960 D.
Winton Thomas publicó un artículo que creó tendencia: “Kelebh Dog: Its Origin and some Uses of it in the Old Testament”. A
partir del registro bíblico Thomas planteaba la teoría de que los antiguos
israelitas tenían una valoración negativa de los perros, un animal despreciable
para la cultura hebrea. Desde entonces esta opinión se ha vuelto generalizada entre
los expertos. Al revisar la evidencia, es difícil no pensar que algún papel pudo
jugar la ley de Moisés en la valoración que puedan haber tenido los antiguos
hebreos acerca de los perros. Revisemos brevemente algún par de puntos
destacados.
- El problema de la carroña. La
ley mosaica definía el contacto con restos mortales de humanos y animales
como una fuente de contaminación o impureza (ritual), razón por la cual
los israelitas evitaban el contacto con cadáveres u osamentas. Dado que
los perros pueden comportarse como carroñeros y alimentarse de cadáveres,
la posibilidad de que el contacto con perros los expusiera a una eventual
contaminación debe haber sido muy molesto para un observante judío. De
hecho, el que un cuerpo fuera devorado por perros era una imagen potente,
por lo común interpretada como emblema de juicio divino (así lo casos de
Acab y Jezabel, 1 Reyes 14:11; 16:4; 21:24; 2 Reyes 9:10, 36).
- El problema de consumir sangre.
De acuerdo a la Tora, estaba expresamente prohibido para los judíos el
consumo de sangre puesto que “la vida de la carne en la sangre está”
(Levítico 7:26-27; 17:11, 14; Deuteronomio 12:23-25). Se trata de una
instrucción que en todo caso antecedía a la ley de Moisés, pues ya
encontramos su enunciado en el pacto de Dios con Noé, que se supone era
extensivo a todos los seres humanos, hebreos o no (Génesis 9: 3-5). Como
fuere, lo cierto es que el espectáculo de los perros lamiendo sangre
humana o animal, una acción tabú para cualquier judío, podría otra vez
haber ayudado a bajar la estima de estos animales en la comunidad hebrea.
Aparte de estas aparentes dificultades planteadas
por la ley, muchos leen en los mismos relatos de los personajes bíblicos la
expresión cultural del desprecio por los perros (Deuteronomio 23:18; 1 Samuel
24:14; 2 Samuel 3:8; 16:9; Salmo 22:20). No obstante, estas expresiones deben
ser tomadas con cautela, pues las palabras de Goliat podrían llevarnos a pensar
que los filisteos también despreciaban a los perros (1 Samuel 17:43) y sin
embargo ya hemos visto que acaso el mayor cementerio canino del mundo antiguo
está nada menos que en una ciudad filistea. Por otro lado, las palabras de Job
(Job 30:1) nos recuerdan que la ayuda de los perros en el cuidado de los
rebaños también era valorada. En fin, es verdad que en su conjunto las
menciones que hayamos en la Biblia casi siempre asocian a los perros con un
escenario negativo, pero es posible que esta fuera una consecuencia particular de
las normas religiosas definidas por las leyes de Moisés y que pudieran haber
llevado a una valoración negativa de ciertos comportamientos de los animales.
Es de esperar que futuras investigaciones arqueológicas aporten nuevos
antecedentes para ayudarnos a aclarar la verdadera posición de estos
fantásticos animales en el antiguo Israel y saber así si el perro fue también
el mejor amigo de Moisés.
Crédito imagen:
http://desertlocalnews.com/best-dogs-desert/
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