Como comentábamos en el último artículo, la reciente
explosión de la homosexualidad en la televisión chilena forma parte de un
reclamo de sectores culturales y políticos del país. El argumento es que
debemos defender la homosexualidad porque representa parte de la “diversidad”
de la nación. Pero como consignábamos entonces, lo que esos sectores entienden
por “diversidad” y su celo por reivindicarla y defenderla resulta sesgado
cuando se compara el trato dado a homosexuales y evangélicos en la pantalla
chilena. En general nuestros
productores, actores, guionistas y directores del arte televisivo funcionan a
la vez bajo un esquema pro homosexual y anti protestante, independientemente de
que sean o no conscientes de ello. Dicho en otras palabras, su concepto de la
diversidad del país es muy generoso con los homosexuales pero hostil con el
mundo evangélico. Se trata de un sesgo que no es exclusivo de la televisión; no
es pura casualidad que en películas recientes – como “Joven y Alocada” (2012) –
la escenificación del mundo evangélico siempre sigue el patrón negativo: los
evangélicos son malas personas. ¿Por qué nuestra elite – ferviente defensora de
la diversidad sexual – es tan hostil a la diversidad religiosa representada por
el protestantismo?
Para responder a estas cuestiones hay que
bucear profundamente en la historia latinoamericana. Y es que el Imperio
Español era una empresa político-religiosa, a la vez hispánica y católica. En
el esquema de los albores del siglo XVI, cuando surge este imperio, eso
significó definir y defender la identidad nacional en términos de la
catolicidad: lo que no es católico no es parte de la comunidad, es ajeno a
ella. Para decirlo simplemente:
Identidad = catolicidad
Esta ecuación fundamental explica la naturaleza
profundamente anti protestante y anti semita del imperio español, pues
evidentemente herejes y judíos estaban fuera de la catolicidad. Se trata de una
ecuación que, detalles más o menos, se ha mantenido firmemente en pie desde la
colonia hasta nuestros días. ¿cómo afecta esta ecuación a nuestra elite
chilena, incluida por cierto nuestra elite artística y cultural?
La elite chilena, su clase dirigente cultural,
política y económica, ha sido forjada en su mayoría por instituciones
eclesiásticas católicas, cuestión que también es herencia de la colonia.
Incluso en los sectores más apartados del catolicismo – el marxismo local por
ejemplo – sus cuadros dirigentes o bien han pasado por la educación católica o
bien entienden el cristianismo en términos del catolicismo. Visto así, no es
extraño que en Chile se pueda ser marxista y católico, capitalista y católico,
sindicalista y católico, homosexual y católico… pero no se puede ser evangélico
y católico. El protestantismo es irreducible al catolicismo. Lo mismo pasa con
el judío. Para que la ecuación de identidad latinoamericana se mantenga en pie
debe asimilarse de alguna manera al catolicismo, pero con religiones extrañas
ese ejercicio no es posible. Por tal razón el evangélico, al igual que el
judío, sigue siendo un alienígena en América Latina, un extraño por definición,
un punto que se escapa a la ecuación de nuestra identidad hispánica y católica.
En cierto sentido, el texto que publicó en 1941 el hoy célebre Alberto Hurtado –
“¿Es chile un país católico?” – es una
vuelta retórica sobre la misma cuestión, casi como si el sacerdote jesuita
preguntara: ¿Es chile un país con identidad? Porque en este esquema perder la
catolicidad es perder la identidad.
La elite cultural y artística de Chile, en este
análisis los productores, directores, actores y guionistas de la televisión y
el cine chilenos, exhiben una extraordinaria empatía por la diversidad sexual
del país (homosexuales), pero un soterrado rechazo hacia la diversidad religiosa
(evangélicos). La raíz de este sesgo y a la vez de su distorsionada comprensión
del término “diversidad” no es sino la recreación una y otra vez, en televisión
y en cine, de un viejo patrón cultural e histórico inculcado en estas tierras
durante los largos siglos de la dominación colonial: el anti protestantismo
español. Así las cosas, tal parece que hoy en día hay diversidad y diversidad,
o será que, como el viejo chiste de que algunos somos más iguales que otros, también algunos somos más diversos que otros.
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