En los últimos años ha habido
una creciente explosión de relatos homosexuales en la TV chilena.
Específicamente en lo que dice relación con producciones de ficción –
telenovelas – los canales de TV abierta han incorporado guiones y personajes
homosexuales ya sea en roles principales o secundarios, tanto masculinos como
femeninos. En casi todos los casos el personal involucrado – guionistas,
productores, directores, actores – ha reforzado esa puesta en escena con el
discurso de la “diversidad sexual”, es decir, que por medio de esa
representación se quiere contribuir a educar a la población sobre la
importancia de la diversidad sexual y familiar, así como la integración y
aceptación de las “minorías sexuales”. Con este trasfondo se entiende que casi
siempre los personajes homosexuales aparezcan bajo una luz positiva, como
caracteres simpáticos o vulnerables, de modo de atraer el favor de la
audiencia.
Esta tendencia televisiva que,
detalles más o menos, es común a varios países de América latina, es muy
importante precisamente por el argumento de la “diversidad”, esto es, por el
compromiso de la televisión a mostrar respetuosamente a los distintos
integrantes de la sociedad, con el ánimo de valorar la pluralidad moderna.
Visto desde una perspectiva evangélica el asunto no puede ser más llamativo
porque resulta que la diversidad latinoamericana no se agota en el tema sexual,
la diversidad adopta muchas formas, entre ellas también la diversidad
religiosa. ¿Qué sucede con la diversidad religiosa en la TV? ¿Ha abordado la
televisión chilena con el mismo entusiasmo pro homosexual la diversidad
religiosa del país?
Cuando el tema de la diversidad
se extiende más allá de los márgenes de la sexualidad la verdad es que el
asunto se torna mucho más oscuro. La experiencia evangélica es un buen ejemplo.
Así, en lo que se refiere a la cultura religiosa del país, el compromiso de la
TV chilena con la diversidad es casi nulo. Apenas en los últimos tres o cuatro
años algunas producciones han incorporado tímidamente uno que otro personaje
evangélico, pero el trato dado a los mismos resulta muy decidor. ¿Qué pasa
cuando comparamos los roles homosexuales y evangélicos en las telenovelas
chilenas?
En primer lugar, mientras los
personajes homosexuales – como señalamos antes – por lo general apelan a la
simpatía del público, las raras ocasiones en que un personaje evangélico
aparece en pantalla o bien se muestra en un tono neutro, que no genera ni
simpatía ni rechazo, o bien es un personaje abiertamente desagradable que
obviamente no pretende captar el fervor popular. Interesante; a diferencia de
los roles homosexuales, los evangélicos por lo común son seres extraños, ajenos
al chileno promedio.
En segundo lugar, mientras los
personajes homosexuales ocupan lugares protagónicos o secundarios, los roles
evangélicos corresponden a apariciones furtivas con ninguna trascendencia en la
historia central.
En tercer lugar los números
también son reveladores. La población evangélica en Chile ronda entre el 15-18%
de la población del país; los homosexuales afirman constituir entre 6-10%. Es
claro que la minoría evangélica es bastante más numerosa que la homosexual; con
todo, la representación de la homosexualidad supera largamente a la de los
evangélicos.
En cuarto lugar, es interesante
considerar la raigambre histórica de ambas minorías. La presencia evangélica
organizada – iglesias, misiones, escuelas – tiene un poco más de ciento
cincuenta años en Chile (desde mediados del siglo XIX). El movimiento pro
homosexual organizado tiene unas dos décadas en el país. Nuevamente, pese a ser
una minoría mucho más antigua en Chile que la homosexualidad, los evangélicos siguen
mucho más ausentes de la pantalla.
En quinto lugar, la desigual
representación de ambas minorías se extiende a los horarios y cobertura. Los escasos
espacios evangélicos en pantalla normalmente se reducen a los fines de semana y
casi siempre muy temprano en la mañana, cuando la mayoría de la población
duerme o está trabajando. Por el contrario, los horarios en que se escenifica
la homosexualidad por lo general corresponden a “horas punta”, cuando se tiene
la máxima exposición en la teleaudiencia.
En sexto lugar y tan decidor
como lo anterior es la manera como la televisión chilena representa al
cristianismo en pantalla: en casi todos los casos es a través de una parroquia,
un sacerdote o un seminarista católico. Obviamente en el Chile de las
telenovelas no existen iglesias, ni pastores, ni misioneros, ni estudiantes de
teología evangélicos. Cuando se trata de conversar sobre cuestiones “valóricas”
o morales el interlocutor es un cura o una monja, jamás un ministro evangélico.
En este último aspecto la televisión chilena no se diferencia en nada de la
televisión latinoamericana.
Estos pocos hechos deberían
llevar a un observador imparcial a preguntarse sobre el curioso y extraño
concepto de “diversidad” que maneja la televisión chilena; muy generosa con los
homosexuales, tacaña y hostil con los evangélicos. Quizás la primero suene
novedoso para muchos, pero lo segundo es una historia repetida. En el próximo
artículo volveremos sobre las causas de esta asimetría histórica, reconstruida
nuevamente a propósito de la reciente devoción televisiva por la
homosexualidad.
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