martes, 26 de enero de 2016

Mateo y los paralelos entre la natividad y la literatura enocista



En nuestro artículo anterior planteábamos las interesantes coincidencias que se dan en la literatura judía del Segundo Templo entre Jesús y Enoc, en particular aquellas que se pueden rastrear a través del evangelio de Mateo, tal como lo documenta el trabajo doctoral de Amy E. Richter. El relato de la natividad o el nacimiento de Jesús es un caso a tener en cuenta.

En los primeros capítulos de Mateo el evangelista nos cuenta diversos sucesos que tienen su contrapunto en la tradición enocista. Así, por ejemplo, las dudas sobre la paternidad, que según Mateo, llevaron a José a pensar en la posibilidad de anular secretamente su compromiso con María, pues razonablemente José entendía que su novia había tenido relaciones sexuales con otro hombre (Mateo 2:18-19). En la tradición preservada en 1 Enoc hay una situación parecida de sospecha de paternidad, en este caso de Lamec y su hijo Noé. El relato bíblico (Génesis 5:28-29) no dice nada al respecto, pero según el texto seudoepigráfico Lamec sospechaba que Noé, dada su apariencia física y precoz habilidad, no era realmente hijo suyo sino de alguno de los vigilantes o ángeles caídos. Para salir de dudas Lamec recurre a la intermediación de su padre Matusalén, quien a su vez consulta a su padre Enoc (quien a esas alturas goza en el cielo de una condición semiangelical) para así finalmente confirmar que Noé realmente es hijo de Lamec.

Otro punto de semejanza es la intervención angelical. En el nacimiento de Jesús es más que evidente la profusa presencia de ángeles en diferentes etapas de la anunciación, el nacimiento y los primeros años de vida del niño Dios. Pero particularmente interesante es la relación entre ángeles/poderes superiores con la paternidad/filiación. Aquí nuevamente saltan los paralelos entre Mateo y la tradición enocista. Según el evangelista José creía que el bebé era hijo de otro hombre, pero un ángel le avisa que en realidad es hijo de un agente superior (el Espíritu Santo), mientras que en 1 Enoc la historia es al revés: Lamec cree que Noé es hijo de un ángel, cuando otro agente superior, Enoc (devenido casi en un ángel) le confirma que el niño es humano y legítimo hijo de Lamec.

Es importante destacar el contraste sobre la posición relativa de ángeles y humanos. En la tradición enocista los ángeles ocupan un estadio superior a los hombres. De hecho el ascenso del patriarca Enoc al trono de Dios es descrito en términos tales que el lector queda con la impresión de que Enoc se ha transformado en una figura angelical o comparte características distintivas de los ángeles. Efectivamente en 3 Enoc (siglo V o VI DC) Enoc se va a transformar en el poderoso ángel Metatrón, nada menos que el secretario de Dios y cabeza de los demás ángeles. Si bien esto último es pura especulación mística judía, la posición jerárquicamente superior de los ángeles sigue la exposición del Antiguo Testamento (Salmo 8:5, “Le has hecho un poco menor que los ángeles”). En el Nuevo Testamento en cambio los ángeles se nos presentan como seres al servicio de Jesús y de los hombres (al menos de quienes son seguidores de Jesús). Tal vez si el mejor ejemplo de esta subordinación de los ángeles con respecto a los humanos se encuentra en la epístola a los Hebreos (Hebreos 1:13-14).

Otro aspecto muy llamativo es la inversión del relato de los vigilantes. Según el Libro de los Vigilantes el pecado entró en el mundo cuando los vigilantes o ángeles pecadores cruzaron la frontera que divide al reino angelical/espiritual del reino humano, un acto que tuvo consecuencias desastrosas. En el relato de Mateo nuevamente asistimos a un cruce de la frontera entre las potencias superiores y los humanos, pero esta vez con un resultado muy diferente. La irrupción de los Ángeles Caídos en la tierra trajo la violencia, el crimen, la idolatría y la fornicación; por el contrario, la intervención del Espíritu Santo y el nacimiento de Jesús trajeron paz y salvación. La historia desastrosa inaugurada por los visitantes celestes, los Vigilantes, se contrasta ahora con la maravillosa historia de Jesús.

Por último, la presencia de los magos crea otro puente entre Jesús y las tradiciones sobre Enoc. El relato del evangelista insinúa un conocimiento astronómico-astrológico de parte de los magos: “Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo2:2). El griego anatolé, traducido “oriente” en este versículo, presenta evidentes connotaciones astrológicas, pues se puede traducir también como “saliente” o “naciente”: es la estrella del niño Dios que nace en el oriente. El ABC de cualquier astrólogo radica en asociar a una persona con su estrella, como parece hicieron los magos en el caso de Jesús. Pero cualquiera sea la relación de estos magos con la astronomía-astrología de la época, para un judío conocedor de la tradición enocista no pasaría desapercibida esta conexión con los astros y el firmamento. Y es que el judaísmo enocista (y en general el pueblo judío) desarrolló una compleja relación con los astros en los siglos que precedieron al nacimiento de Jesús. De una parte el canon bíblico – el Antiguo Testamento – condenaba las prácticas astrológicas, pero de otro lado el periodo intertestamental vio una creciente inmersión judía en la astrología. Esta tensión entre rechazar y aceptar queda de manifiesto en la literatura enocista. Entre las artes y saberes ocultos que los Ángeles Caídos enseñaron a los humanos sin permiso divino está la astrología, origen a su vez de la idolatría posterior. Por otro lado, en 1 Enoc 17-36 se relata el viaje de Enoc por el cosmos y el conocimiento que Dios le comparte sobre los astros, lo que convierte a Enoc en el padre de la astrología. Así que hay un conocimiento astrológico malo, revelado por los Vigilantes y sin permiso de Dios, pero hay también un saber astrológico bueno, autorizado por Dios a través de las revelaciones dadas a Enoc. En definitiva, así como en los casos anteriores el relato de Mateo parece deshacer las supuestas consecuencias malignas dejadas por los Vigilantes, así también ahora la presencia de los magos – portadores de conocimientos celestes parecidos a los de los Vigilantes – es portadora de buenas noticias, la llegada de un mensajero celestial al que vienen a adorar.

Por cierto que hay muchas otras materias en las que podría seguir trazándose el sorprendente paralelo entre la natividad de Mateo y la literatura enocista, como bien lo documenta la investigación de Amy E. Richter, pero estos pocos detalles nos abren la puerta hacia el para muchos desconocido y apasionante mundo del judaísmo del Segundo Templo. Parte de esa cosmovisión, las tradiciones judías sobre Enoc, los Vigilantes y el origen cósmico del mal flotaban en el ambiente cuando Jesús aparece en escena y de seguro no eran para nada desconocidas de Mateo y su círculo. Ahora bien, el que Mateo haya tenido a la vista las tradiciones enocistas y el que haya redactado su propia historia en una suerte de reversión de los hitos enocistas no significa necesariamente que compartiera esas creencias, pero si que pudo haber usado las mismas para construir un puente mas para enganchar a la audiencia judía. Este hecho puede ayudarnos a entender cómo o por qué Mateo seleccionó algunos de los materiales con los cuales construye su relato, en particular el de la natividad. Pensemos por un momento. Según las especulaciones y mitología enocista hubo un punto en la historia en que los mundos divino y humano se cruzaron, con consecuencias trágicas, pero de en medio de ese mal salió un mensaje de esperanza y futuro encarnado en el “Hijo del Hombre”, el patriarca-ángel Enoc. Mateo tenía en sus manos una historia parecida, una en la que nuevamente se cruzan las fronteras divino/humanas, pero esta vez con un resultado mucho más positivo, donde el protagonista ya no es Enoc, sino el verdadero Hijo del Hombre, Jesús. 

Crédito imagen Libro de Enoc, 
http://theremnanttrust.info/book-of-enoch/

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