El relato del nacimiento de
Jesús que nos proporciona el evangelio de Mateo está probablemente entre lo más
distintivo de las historias de Navidad: el anuncio de un ángel a José, la
estrella de Belén, la llega de los (reyes) magos, la matanza de los inocentes,
la huida a Egipto, son algunos de los hechos que rodean el nacimiento de Jesús
y de los que sólo nos enteramos por Mateo, pues los demás evangelistas no se
detienen en ellos. Cuán distinta sería la celebración de la Navidad si no tuviésemos
este relato, ¿verdad?
Hace ya bastante tiempo que el
consenso entre los entendidos nos dice que Mateo es un evangelio escrito desde
la perspectiva judía – para la mayoría es el más judío de los evangelios - y
probablemente redactado en Judea o cerca de ella (¿Siria? ¿Transjordania?).
Pero la naturaleza estrictamente hebrea del texto podría ir mucho más allá de las
tradicionales consideraciones sobre el autor, el lugar o la fecha de su
composición: podría estar conectado con el Judaísmo Enocista. Esa es al menos
la tesis que Amy E. Richter desarrolla en su trabajo doctoral, “The Enochic Watcher`s Template and the
Gospel of Matthew” (Marquette University, Wisconsin, USA, 2010). ¿Mateo y
la tradición (o mitología) Enocista? Vamos por parte, comencemos por entender
qué es el judaísmo Enocista.
De lo que tratamos aquí es de
una tradición milenaria y muy extensa, que intentaremos reducir a algunos
puntos fundamentales para abreviar su análisis. Los expertos denominan judaísmo
Enocista a una particular cultura o tradición dentro del mundo judío que tuvo
sus inicios y desarrollo en el periodo intertestamental y que afectó en mayor o
menor medida al judaísmo de la época y a las dos religiones que se derivaron de
él: el judaísmo rabínico y el cristianismo. Desde fines del siglo IV AC la
caída del imperio persa supuso el triunfo del helenismo o de la civilización
griega en todo el mediterráneo oriental. En medio de las vicisitudes más bien
trágicas que acarreó este periodo para los judíos – que en más de tres siglos
tuvieron apenas unos setenta años de independencia – los cuestionamientos sobre
el origen del mal y el sufrimiento del pueblo de Dios llevaron a los maestros
judíos a formular respuestas que explicaran el origen del pecado y las dos más
populares se conectaron con famosos patriarcas de la historia bíblica. Por un
lado, los judíos Adanistas plantearon el papel central que jugaron los primeros
humanos, y por cierto Adán, en la transgresión en el jardín del Edén, de donde
se deriva el estado actual de la maldad en la tierra como consecuencia de la
desobediencia humana a los mandatos de Dios; esta tradición apelaba a Génesis
2-3 como su base textual. Por otro lado, los judíos enocistas rastrearon el
origen del mal en una causa extra mundana, cósmica: la desobediencia de los
ángeles caídos. A diferencia del grupo anterior, estos judíos leían el origen
del mal no en la historia del jardín del Edén, sino en una historia posterior:
Génesis 6:1-4. Según este críptico relato, los “hijos de Dios” se unieron
(sexualmente) con las “hijas de los hombres” y de esa unión nació una raza de
gigantes. Aunque el texto no hace ningún juicio de valor sobre dicha unión, los
versos siguientes – que narran el aumento de la maldad humana previa al diluvio
– parecen dar una connotación negativa a tal enlace o así al menos lo leyeron
algunos judíos. Para estos últimos lectores los “hijos de Dios” eran ángeles
que estaban ante el trono de Dios pero que se vieron atraídos por la belleza de
las féminas humanas e incurrieron en la transgresión de violar la frontera que
separa a humanos de ángeles, a seres terrestres de seres celestiales. Como
resultado de esta unión sexual anti natura nació una raza de gigantes, hombres
perversos y violentos. Además, los ángeles pecadores enseñaron a los humanos
una serie de conocimientos secretos sobre metalurgia, astrología y cosmética,
entre otras materias, todo lo cual llevó a la idolatría y a la fornicación que
finalmente culminaron con el juicio de Dios: el diluvio castigó a los hombres desobedientes
y los ángeles caídos fueron arrojados del cielo. Nos enteramos de toda esta
fantástica historia a través de 1 Enoc, un texto seudoepigráfico cuyo supuesto
autor sería el patriarca Enoc – de ahí lo de “enocista” – y que habría sido compilado
alrededor del siglo I, reuniendo materiales mucho más antiguos.
La historia del Judaísmo
Enocista es un capítulo más de la a su vez compleja y dilatada historia del
judaísmo del Segundo Templo, periodo que abarca más de seis siglos y que
constituye un intervalo esencial en la historia de Israel y de la religión
judía. Los enocistas ejercieron una enorme influencia cultural, religiosa y
política: allí están la literatura enocista y la vertiente apocalíptica. Desde el
tiempo de la revolución macabea los enocistas en general se volvieron críticos
del Templo de Jerusalén y probablemente ello dio origen a una de sus variantes
más notables: el movimiento esenio. Su diagnóstico era asimismo crítico: el
pecado es un problema cósmico, supra humano y originado en los ángeles
caídos, consiguientemente la humanidad
está irremisiblemente perdida en el pecado y aún la religión oficial judía – incluidos
el Templo y sus sacerdotes – es impura y corrupta. Pero Dios va a intervenir en
el final de los tiempos y va instituir un nuevo Templo, restaurando el
sacerdocio puro de los descendientes de Enoc. El “Libro de los Vigilantes”, la porción de 1 Enoc que contiene el
relato de génesis 6:1-4 que comentábamos antes, es en esencia un Apocalipsis. Tanto
el “Libro de los Vigilantes” como el
“Libro Astronómico” habrían sido
redactados alrededor del 300
AC , lo que hace de ambos los más antiguos Apocalipsis (extra
bíblicos) que se conocen, los que posteriormente fueron recopilados por el o
los editores de 1 Enoc e incluidos junto con otros materiales en esta última
obra.
Varios aspectos de 1 Enoc y
sobre todo del “Libro de los Vigilantes”
tienen su equivalente en Mateo. Así, por ejemplo, el uso de títulos tales como
“Hijo del Hombre”. Como es sabido esta última designación es originaria del
primer Apocalipsis bíblico, el libro de Daniel, y fue usada posteriormente por
el o los autores del Libro de los
Vigilantes para adjudicársela a su héroe cósmico y escatológico, el
patriarca Enoc. El título apunta al aspecto celestial de la carrera de Enoc, al
hecho de que tuvo acceso al mundo divino como ningún otro hombre antes que él.
En tal sentido es llamativo el derrotero inverso que siguen Enoc y los ángeles
caídos. Mientras estos últimos abandonan su sitial de privilegio junto a Dios para
descender a este mundo terrenal, Enoc hace lo contrario, abandona este mundo corrompido
para ascender al trono de Dios a interceder por los ángeles corrompidos. Pues
bien, la expresión “Hijo del Hombre” se usa varias veces en los evangelios sinópticos,
siendo Mateo el que más la emplea (aparece en 32 versículos en Mateo, 13 en
Marcos y 26 en Lucas). Si tal terminología tenía una connotación apocalíptica,
mesiánica o escatológica más o menos conocida a partir de su uso por los
círculos enocistas, entonces la apropiación de la misma por parte de Jesús no
debe haber pasado desapercibida para quienes tuvieran algún conocimiento de las
discusiones doctrinales o teológicas que cruzaban al mundo judío. Al menos para
los enocistas – pensemos en los esenios – este aspecto del discurso de Jesús
debe haber sido muy llamativo. ¿Tenían en mente Jesús o los evangelistas a los
enocistas cuando usan esta terminología? ¿Debemos leer esta expresión, “Hijo
del Hombre”, como una interpelación dirigida a los enocistas, a quienes creían que
Enoc era el personaje cósmico – escatológico, cuando en realidad ese papel le
correspondía a Jesús?
Otro aspecto que vincula a la
literatura enocista y a Mateo es el tema apocalíptico. Hoy en día es difícil
precisar qué se entiende por Apocalipsis o apocalíptico, pues hay variadas
definiciones. A modo de resumen podemos entender por literatura apocalíptica a
aquel género que se caracteriza, entre otra cosas, por: la atribución
seudoepigráfica, los viajes celestiales (fuera de este mundo), la revelación de
secretos divinos, el fin del mundo (cataclismo cósmico), las figuras
mesiánicas, las visiones, los mediadores de otro mundo (ángeles), la revisión
de la historia. Muchos de estos aspectos vuelven a conectar a Mateo con la
literatura enocista. Mateo tiene una veta apocalíptica y escatológica muy
importante, incluso capítulos enteros hacen de este su tema central (Mateo
24-26; notar que casi un tercio de las menciones que hace Mateo al “Hijo del
Hombre” ocurren en estos pasajes de alcances cósmicos). De particular interés
para nuestra materia es la presencia de mediadores de otro mundo, a saber,
ángeles, que intervienen como parte del relato escatológico – apocalíptico. Los
ángeles juegan un papel central en la literatura enocista, como queda de
manifiesto en el “Libro de los Vigilantes”
con la aparición de los ángeles rebeldes. El lector seguramente no necesita que
le recordemos a su vez el papel que juegan los ángeles en el relato evangélico
(ángel o ángeles se usa en 19 versos en Mateo, 5 en Marcos, 23 en Lucas, 4 en
Juan) y ni hablar del Apocalipsis, donde el concepto “ángel” o “mensajero” se
emplea 75 veces (el 40% de todos los usos en el Nuevo Testamento). Si en los
círculos enocistas los ángeles aparecen frecuentemente asociados a Enoc
(incluso el patriarca se transforma en un ser semi angélico en 2 Enoc), en el
Nuevo Testamento los ángeles forman parte del mundo sobrenatural que rodea a
Jesús desde su infancia (Mateo y Lucas) hasta su advenimiento escatológico
(Mateo y Apocalipsis).
Según Richter los paralelos
entre la literatura enocista y el relato de la natividad de Mateo en particular
son muy llamativos y deben ser tenidos en cuenta al momento de entender el
nacimiento de Jesús. En los próximos artículos trataremos de profundizar en esa
relación.
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