Nuestra reflexión anterior sobre
los higos y las manzanas nos puede servir para ilustrar la tremendamente
interesante y compleja relación entre los alimentos por un lado y la cultura y
el pensamiento humano por otro: una cuestión que, por cierto, cualquier lector
de la Biblia
debe tener presente tan sólo pensando en el levítico y las discutidas leyes de
la dieta judía allí enunciadas. Pero que este es un asunto universal y no
exclusivamente judío es el resultado lógico de cualquier investigación sobre
esta materia en el mundo antiguo, fuera de las fronteras de Israel. Así ocurre,
por ejemplo, cuando nos encontramos con el curioso tratamiento pitagórico de
otro alimento por lo demás bastante vulgar: las habas. Como repasaremos muy
brevemente, los seguidores de Pitágoras se abstenían de las habas en lo que
constituye uno de los tabús alimenticios más extraños de la historia.
Para entender el tema digamos de
entrada que las habas forman parte de un género de leguminosas pertenecientes a
la familia de las Fabáceas, y como todas las leguminosas, se trata de plantas
ricas en proteínas, por lo que desde antiguo fueron muy apreciadas por su valor
nutricional. De hecho, esto último explica que en la antigüedad se conocieran
también como “la carne de los pobres”, por ser precisamente un sustituto
proteico en ausencia de carne. Este es un asunto nada menor, pues como
sostienen muchos investigadores en la actualidad, muy probablemente los
habitantes de la cuenca del mediterráneo tenían una dieta pobre en carne por no
decir que eran mayormente vegetarianos (ya sea por convicción o, como creen
muchos, por la imposibilidad de complementar su alimentación con carne). En
suma, las leguminosas – y por cierto las habas – eran una fuente fundamental de
recursos alimenticios en un tiempo en que el hambre era un fenómeno cotidiano.
De ahí que, entonces, un tabú que restringiera el consumo de las habas
resultara obviamente muy llamativo. Eso es exactamente lo que hicieron los
pitagóricos, o al menos lo que fuentes antiguas señalan con respecto a la dieta
seguida por esta secta.
Hay que tener presente que
cuando hablamos de pitagórico el lector moderno asociará de inmediato “el
teorema de Pitágoras” y por tanto un tinte matemático o científico al adjetivo
“pitagórico”. Sin embargo, en la antigüedad, al menos en la Grecia clásica, la palabra
pitagórico tenía una connotación muy diferente. Para los griegos Pitágoras se
había labrado una fama no precisamente de “matemático” sino más bien de algo
así como un “chamán”, una especie de maestro o místico embarcado en prácticas
esotéricas y de ahí que sus seguidores, los pitagóricos, fueran reconocidos
como un grupo sectario o hermético, una clase aparte de personas que manejaban
códigos secretos de iluminación y un conocimiento cerrado a los extraños. En
ese grupo, según testifican autores antiguos como Aristóteles, Diógenes Laercio
y Plinio el Viejo, se practicaba un tabú o abstención del consumo de habas
(sugiriéndose en algunos casos incluso la prohibición del contacto), conducta
para la cual se dan las más diversas razones.
La guerra de Pitágoras contra las
habas podría estar relacionada con… la política. Algunos apuntan a que las habas
eran usadas como elemento de recuento de “votos” en algunos regímenes tiránicos
especialmente odiados por Pitágoras y de ahí la inquina contra las pobres habas.
Otros creen que el carácter oligárquico de la secta pitagórica estaría detrás
de esta conducta: las habas eran el alimento típico del “vulgo”, la clase de
gente de la que Pitágoras y sus seguidores se alejaban completamente. En este
último caso las habas actuarían como una suerte de marcador de identidad
social; los pitagóricos no iban a consumir lo que comía la gente sin letras.
Haya algo de verdad en esto o no, una cosa es cierta: la gente común, que
escasamente probaba carne, no dejaría de comer habas a menos que tuviese buenas
razones para no morir de hambre. Pero hay otra posible explicación que gana más
consenso entre los expertos actuales y está relacionada precisamente con la
naturaleza mística de la secta pitagórica.
¿Será posible que la
estigmatización pitagórica de las habas tenga que ver con los efectos
fisiológicos o corporales que produce su ingesta, flatulencia incluida? Al menos
Galeno y una larga lista de médicos de la cultura grecorromana han dejado
constancia del conocimiento médico de los efectos, a veces del malestar, que
producían las habas. Pero esas “inconveniencias” nunca fueron obstáculo para
que los médicos aprobaran el consumo de habas. Tal parece que los pitagóricos
veían las cosas de una manera diferente. Para ellos los efectos más dañinos del
consumo de habas se encontrarían en el mundo onírico: las habas afectaban la
conexión pitagórica con los sueños. Claro, las habas estorbaban el buen dormir
y el tener buenos sueños y resulta que los sueños y su interpretación jugaban
un papel esencial en toda la dinámica de la secta pitagórica, muy dada a la
reencarnación y a las revelaciones místicas, cuestiones que obviamente se
canalizan mediante los sueños. Todo ese esfuerzo, entonces, se venía abajo con
las molestas habas, razón por la cual – así sigue el argumento – Pitágoras
habría decidido cortar por lo sano y terminar con la ingesta de las benditas legumbres.
Pero la historia podría ser
incluso peor. ¿Habrá algún “lado oscuro” de las habas? Dado que se sabe que la
circunspección con respecto a las habas se extendía a sectores religiosos del
antiguo Egipto así como de Grecia, tal parece que el problema con las habas
podría explicarse por la relación que esas culturas – o algunos grupos
sacerdotales – establecían entre las habas y la muerte. La evidencia textual
sugiere que las habas eran consideradas depositarias de las almas de los
muertos, ya sea porque literalmente las habas eran receptáculos que portaban
las almas de los difuntos o ya sea porque cumplían esa función simbólicamente.
Si esto es efectivo, quizás algunos podrían haber razonado que al comerse un haba
podrían incurrir en una especie de acto de canibalismo. Por otro lado, la
conexión con la muerte pudiera tener una base científica, dado que hoy se sabe
que en algunas personas se puede desarrollar la enfermedad conocida como
fabismo o “mal de las habas” y que está conectada con la deficiencia de la
enzima G6PD y que en conjunto con la presencia de b-glucósidos en las habas lleva
a un malestar corporal extendido y en algunos casos extremos a la muerte. ¿Qué
tal? Después de todo, piensan algunos, Pitágoras quizás no estaba tan perdido.
Pero este cuestionamiento a las habas
fue un fenómeno más propio de ciertos círculos que poblaban el mediterráneo
oriental – entre ellos los pitagóricos. En lo que respecta a los romanos no
tenían ningún problema con las habas, de lo cual da cuenta su agricultura,
donde ocupaban un lugar muy importante. Como fuere, la próxima vez que las
comamos podríamos soñar con qué podría haber sido el teorema pitagórico de las habas.
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