“Todo está en las manos de nuestro Señor, la vida y la muerte son
determinadas por él. Voy a estrellarme contra el buque enemigo cantando un
himno… Estaré esperando por ti a las puertas del cielo. ¿Pero se me permitirá a
mí mismo entrar allá? Mamá, ora por mí. No seré capaz de soportarlo bien si no puedo estar contigo.
¡Adiós, Mamá!”
Una emotiva carta de despedida,
una más de las muchas que se escribieron durante la segunda guerra mundial, en
este caso de un hijo hacia su madre en el lejano hogar. Pero esta carta tiene
algo muy particular: su autor, Tsukuru Hayashiichi, murió el 12 de abril de
1945 al estrellar su avión contra los buques de la flota norteamericana en la
batalla de Okinawa. Tsukuru Hayashiichi era protestante y kamikaze.
En nuestra última escala por los
tortuosos caminos del suicidio nos encontramos con uno de los episodios más
insólitos que jamás pudiéramos imaginar: la existencia de cristianos entre los
pilotos suicidas japoneses de la segunda guerra mundial. Como es sabido, el
término kamikaze significa “viento divino” (kami
se podría traducir como “divinidad” o “espíritu divino”, aunque a veces se
interpreta equivocadamente como dios en el sentido occidental del término) y se
habría originado en la época de la invasión mongola (siglo XIII), cuando un
tifón (taifú) destruyó
sorpresivamente a la flota y a la poderosa fuerza expedicionaria enviada por el
Gran Kan de China para invadir Japón: los japoneses interpretaron este suceso
como una intervención divina que salvó a su país de la conquista mongola. El
recuerdo de esta antigua epopeya salvadora rondó otra vez los cerebros de los
estrategas militares nipones a fines de la segunda guerra mundial, cuando los
avatares de la contienda llevaron a Japón a luchar por su sobrevivencia; esta
vez, como una medida desesperada para detener el avance de las fuerzas de
Estados Unidos hacia sus costas, los militares japoneses desarrollaron una
serie de armas suicidas, la más famosa de las cuales fue sin duda la de los
pilotos que estrellaban sus zeros contra los buques norteamericanos, pilotos a
los que los japoneses aplicaron el término kamikaze. Para ellos literalmente
los pilotos que se inmolaban se convertían en kami, una suerte de ente divino que podía incluso llegar a ser
honrado en los altares póstumamente.
Desde la llegada de católicos y
protestantes a las islas del Japón en el siglo XVI se establecieron las
primeras misiones e iglesias cristianas en el país del Sol Naciente. Sin
embargo, la oposición oficial (Hideyoshi ejecutó a varios cristianos en su
periodo) y religiosa – shintoista y budista – contra la expansión del
cristianismo hizo que incluso para los años 1930s los cristianos no fueran más
que el 1 ó 2% de la población del país, esto es, una ínfima minoría. No es
extraño entonces que al momento de estallar la guerra los soldados cristianos
del ejército imperial fueran igualmente una fracción muy menor. Si agregamos a
lo anterior que la inscripción en las escuadrillas kamikaze era por lo general
voluntaria, resulta particularmente sorprendente hallar reclutas cristianos
dispuestos a inmolarse al estilo kamikaze. El relato de Takamasa Suzuki, hijo
de padres católicos y educado él mismo en la escuela dominical, nos puede dar
algunas pistas:
“El 3 de mayo de 1945 fuimos consultados por nuestro comandante de
compañía quiénes serían voluntarios para misiones de Ataque Especial (o
misiones suicidas). Pasé noches enteras preguntándome a mí mismo si debería
ofrecerme como voluntario o no… Sabía que Japón estaba condenado a perder la
guerra pero pensaba que tenía que sacrificarme a mí mismo por el bien de la
nación. Decidí ser voluntario y así me uní al tokko-tai (la Fuerza de Ataque
Especial). Tres días después, el 6 de mayo, la compañía entera fue reunida de
nuevo. El comandante de la compañía bramó, perdió su calma y nos llamó a todos
una basura. Hubo sólo cinco o seis hombres que se ofrecieron como voluntarios
de los 210 en nuestra compañía”.
Como consigna el testimonio de
Suzuki el alistamiento en las escuadrillas kamikazes era voluntario y los oficiales
exhortaban a los soldados en las unidades militares escogidas para que se
unieran al esfuerzo supremo para salvar a la nación, claro que para 1945 muchos
hombres no estaban dispuestos a sacrificarse viendo próximo el fin de la
guerra. Con todo, los testimonios sugieren que el sentimiento de sacrificarse
por su nación era muy fuerte en los voluntarios, a tal punto de considerar que
morir de esta forma no era muy distinto a experimentar la muerte de otra
manera. Es verdad también que muchos de estos voluntarios estaban imbuidos de
un espíritu religioso en línea con la tradición shintoista de morir por el
emperador y probablemente creían que despertarían en la otra vida en el paraíso
como retribución de ese sacrificio, como recuerda un sobreviviente cuando
relata que “la última cosa que nuestros camaradas muertos nos decían era,
“estaré esperando por todos ustedes en el santuario de Yasukuni””. Precisamente
el santuario de Yasukuni, en Tokio, es el controversial lugar donde hasta hoy
se rinde culto a los espíritus de los soldados japoneses muertos en la guerra.
Pero no todos los kamikazes eran shintoistas, había también algunos ateos y
unos pocos cristianos; para estos últimos una conversión post mortem en dioses del santuario de Yasukuni no era una
perspectiva real. ¿Por qué entonces soldados japoneses cristianos, católicos o
protestantes, se enlistaron voluntarios en tales misiones suicidas? El
veinteañero Ichizo Hayashi, otro piloto cristiano, escribiría a su madre:
“Vivimos en el espíritu de Jesucristo y morimos en ese espíritu. Este
pensamiento está conmigo. Es gratificante vivir en este mundo, pero el vivir
tiene un sentido de futilidad ahora. Es tiempo de morir”. Las palabras de los
que murieron en ataques suicidas, como Hayashi o Hayashiichi citado al
principio, así como las de los que sobrevivieron, como Suzuki, nos recuerdan
que estos jóvenes compartían el valor cultural de sus compatriotas respecto al
sentido de la inmolación como algo que bajo ciertas circunstancias no es
negativo, sino muy positivo. A diferencia de la mayoría de sus camaradas, estos
kamikazes cristianos no esperaban engrosar póstumamente el panteón de los
dioses de Yasukuni, sino reunirse en el cielo cristiano con sus padres, madres
y conocidos, aunque la duda expresada por Tsukuru podría haber rondado sus
últimos días: ¿Pero se me permitirá a mí
mismo entrar allá?
Como recuerdan observadores en los momentos finales
de la guerra, después de los bombardeos atómicos sobre Japón, habitantes de
Kioto apuntaban que los dioses ancestrales del Japón habían sido más efectivos
en salvar a Kioto que el Dios cristiano en salvar a Nagasaki (antiguo reducto
cristiano en Japón). Pero el Dios que no salvó a Nagasaki, ¿recibiría a los
kamikazes cristianos?
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