El 11 de junio de 1963 el monje budista
Thich Quang Duc, a la sazón de 73 años, se sentó tranquilamente en medio de una
calle en Saigón en la postura del loto y con la ayuda de otros jóvenes monjes
se roció de combustible y luego se prendió fuego. Un periodista norteamericano,
David Halberstam, testigo presencial de tan increíble escena, resumiría luego
su impresión ante lo que vio: “Las llamas salían de un cuerpo humano… En el
aire estaba el olor de la carne quemada. Detrás de mí pude escuchar el murmullo
de los vietnamitas que ahora se reunían. Yo estaba demasiado choqueado para
llorar, demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, demasiado
desconcertado incluso para pensar”. Como ilustra la imagen (foto superior)
Thich Quang Duc permaneció inmóvil mientras su cuerpo era devorado por las
llamas ante la mirada atónita de los espectadores, en medio de un día más del
caluroso y despejado verano vietnamita. Esta terrible escena es otra postal de
una cascada de dramáticas fotografías que nos legara el sangriento y prolongado
conflicto en Vietnam y el sudeste asiático. En nuestro lenguaje occidental
diríamos que el anciano monje se suicidó quemándose a lo bonzo y que su
sacrificio responde a las alienantes condiciones impuestas por la guerra, pero
en clave budista esa no es la lectura es correcta; el por qué esto es así
trataremos de responderlo en lo que sigue.
El sacrificio de Thich Quang Duc
sería seguido muy poco tiempo después por otros cuatro monjes budistas y de ahí
en más los occidentales han tenido noticias intermitentes de otros eventos
similares en esa región del mundo. Probablemente las nuevas inmolaciones de
este tipo no han sido un suceso del mismo tenor que el del viejo monje
vietnamita (la imagen superior se convirtió en un “ícono” de los sesentas),
pero ha llevado a muchos a creer que Thich Quang Duc fue un pionero, el
iniciador de esta “tendencia”. Nada más alejado de la realidad; Thich Quang Duc
no fue ningún innovador, como muy bien lo saben los expertos europeos que desde
inicios del siglo XX tuvieron acceso a traducciones de escrituras budistas y
registros históricos del Lejano Oriente. Hoy sabemos que quemar ya sea partes
del cuerpo o el cuerpo entero es un rasgo antiquísimo del budismo chino, quizás
tan antiguo como del siglo IV o V DC: al parecer desde entonces y hasta la
actualidad esta conducta ha estado presente, con mayor o menor popularidad,
como un aspecto más de la vida religiosa china. Se sospecha también que el acto
específico de suicidarse por fuego parece ser incluso más antiguo, es decir,
sería una conducta que ya existía en China antes de la llegada del budismo, y muchos
especulan que podría estar relacionada con las sequías que afectaban de tanto
en tanto a la nación: quien se inmolaba intentaba por esta vía propiciar el
favor divino para que volvieran las lluvias. De alguna manera el budismo
incorporó esa tradición y pronto los budistas chinos le dieron su propia forma:
desde quemar algunas extremidades, dedos o brazos, hasta el cuerpo entero (hoy
en día en algunas ceremonias de “consagración” de los nuevos monjes se retiene
algo de esas viejas prácticas al producir pequeñas quemaduras en la rasurada
cabeza de los jóvenes).
Fue esa vieja práctica budista
de su vecino del norte lo que el monje Thich Quang Duc importó ese verano de
1963, claro que en su caso tenía un agregado especial: uno de corte político.
Resulta que al frente del país estaba por entonces Ngo Dinh Diem (1901-1963),
un personaje que había servido en la administración colonial francesa y que era
descendiente de una familia que se había convertido al catolicismo en el siglo
XVII, cuando los franceses arribaron por primera vez a esa región. Si bien el
catolicismo tenía una presencia de casi quinientos años (desde la llegada de
los portugueses primero y los franceses después) y pese a ser la segunda
comunidad católica más importante de Asia después de Filipinas, el catolicismo
seguía siendo en el siglo XX una religión minoritaria, frente a una inmensa
mayoría budista. Dada su trayectoria política y filiación religiosa, los
norteamericanos creyeron que Ngo Dinh Diem serviría mejor a una lucha anti
comunista y su gobierno (1954-1963) pronto derivó en dictadura, con apoyo
militar estadounidense. Pero Diem encabezó un régimen corrupto y entre otras
medidas imprudentes nombró casi exclusivamente a católicos en el gobierno y la
administración pública, es decir, entregó el país en manos de una minoría
cristiana y excluyó a la mayoría budista. Sintiéndose segregados en su propia
tierra, no es extraño que laicos y monjes budistas creyeran que eran objeto de
una persecución. En medio de este complejo y enmarañado trasfondo se inserta la
inmolación de Thich Quang Duc.
Con todo lo dicho hasta ahora habría que agregar
que la muerte de Thich Quang Duc tenía ciertos elementos que le agregan un
condimento especial a esta historia, como se deja ver en su carta testimonio póstuma:
“Antes de cerrar mis ojos para ir a Buda, tengo el honor de presentar mis
palabras al presidente Diem, pidiéndole ser amable y tolerante hacia su pueblo
y reforzar una política de igualdad religiosa”. El sentido de protesta es
innegable en las palabras del monje (gatillado por la tensión católico-budista
a la que aludíamos antes), pero es igualmente llamativo el sentido espiritual
de su sacrificio: “para ir a Buda”. En palabras de otro militante líder
budista: “Quemarse uno mismo hasta la muerte es la más noble forma de lucha que
simboliza el espíritu de no violencia del Budismo”. El escritor y líder budista
Thich Nhat Hanh escribió más tarde (en relación a la muerte de Thich Quang Duc
y otros monjes): “La prensa habló entonces de suicidio, pero en esencia no lo
es. No es incluso una protesta. Lo que los monjes dijeron en las cartas que dejaron
antes de quemarse ellos mismos buscaba sólo alarmar, mover los corazones de los
opresores y llamar la atención del mundo al sufrimiento padecido entonces por
los vietnamitas. Quemarse uno mismo es probar que lo que uno dice es de la
mayor importancia… El monje vietnamita, al prenderse fuego, dice con toda su
fuerza y determinación que él puede someterse al más grande de los sufrimientos
para proteger a su pueblo. Expresar la voluntad de quemarse uno mismo, por lo
tanto, no es cometer un acto de destrucción sino ejecutar un acto de
construcción, es decir, sufrir y morir por el bien de la gente de uno. Eso no
es suicidio.” La lectura budista de la inmolación de Thich Quang Duc sugiere,
entonces, que la misma no es un suicidio, sino algo así como un acto de supremo
altruismo. Claramente aquí estamos ante un problema, pues los occidentales
entendemos que el poner fin a la vida propia - cualesquiera sean los medios usados
o los motivos invocados – califica como suicidio. El caso que acabamos de
presentar nos confronta con un hecho notable, el de la relación entre el
budismo y la decisión de poner fin a la vida propia, o de budismo y suicidio
como diríamos equivocadamente en
occidente
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