De nuestro muy breve repaso de
las dos principales teorías científicas sobre el sexo, un detalle muy
significativo, pero usualmente ignorado, es la importancia relativa que sobre
ellas iban a tener dos personajes claves: el austriaco Sigmund Freud y el suizo
Ferdinand de Saussure (foto superior). Si bien ambos hombres se formaron en el siglo XIX, sus
teorías alcanzaron el mayor impacto en la primera mitad del siglo XX y aunque
claramente Freud fue mucho más conocido y hasta popular que Saussure, el
impacto de sus ideas en el terreno sexual fue mucho más inesperado.
Es evidente que Freud ha
ejercido una influencia enorme en la cultura sexual de occidente en los últimos
cien años y sigue siendo un referente obligado para quienes incursionan en la
investigación sobre sexualidad y erotismo. Pero además de su impacto en la
cultura popular Freud tuvo asimismo un significativo efecto en el mundo
político, específicamente en las izquierdas europeas, al punto que Althusser –
uno de los principales referentes del marxismo occidental de la post guerra –
considerará como la trilogía máxima al grupo compuesto por Freud, Marx y
Nietzsche. No habrá que descubrir ahora que desde la popularización de las
obras de Freud se comenzó a forjar un “Freud-marxismo” que se nutría de una
visión particularmente atea de la sociedad, suerte de alternativa a la cuestionada
sociedad cristiano-capitalista. Pero aunque todo pintaba bien para que Freud se
convirtiera en el mentor de la política sexual del marxismo europeo occidental,
algo pasó en el camino que hizo que el fundador del sicoanálisis perdiera esta carrera,
precisamente en el ámbito en el que era más reconocido. En la post guerra, en
la segunda mitad del siglo XX, no fue Freud quien guió o iluminó la política
sexual de las izquierdas occidentales, sino Ferdinand de Saussure: el modesto
profesor suizo eclipsó al sabio vienés. ¿Cómo ocurrió este cambio
extraordinario?
Aunque para el ciudadano de a
pie los detalles del sicoanálisis le sean desconocidos, de seguro el nombre de
Freud no le es extraño; todo lo contrario ocurre con Saussure, prácticamente un
desconocido para el gran público. En términos de su producción literaria, Freud
escribió de sexualidad hasta el hartazgo, mientras que Saussure se
circunscribió sólo a la lingüística y el estudio del lenguaje. Todo indicaría
que si la izquierda europea occidental buscaba un guía en materias de
sexualidad – Marx dijo poco y nada al respecto – Freud era su hombre. Sin
embargo, contra toda probabilidad, esta carrera la ganó Saussure después de
1950. Las razones de esta historia habría que buscarlas en los sistemas que
desarrollaron ambos personajes: el sicoanálisis y la lingüística. El
sicoanálisis es una metodología de investigación de la mente humana y por
extensión de la historia personal a través de su registro sicológico. El
sicoanálisis se centra en la experiencia individual y busca relaciones entre
diversos episodios de la existencia individual, retrocediendo hasta donde la
memoria y el sueño permitan hurgar en el pasado, incluso hasta la infancia. Ante
los conflictos, depresiones y crisis que llevan a una persona al diván del
sicoanalista, Freud dará una respuesta estándar más o menos del tenor: “Sus
problemas se deben a que sus deseos más íntimos (incluidos los sexuales) entran
en contradicción en su super-ego con las normas sociales a las que debe
someterse”. Uno debe aprender, pues, a hacer convivir sus deseos personales con
las expectativas y convenciones sociales. Todo eso está muy bien, pero no
resulta muy atractivo para algunas izquierdas por la sencilla razón de que en
este diagnóstico Freud no llama a la transformación de la sociedad cuanto más
bien a la transformación del individuo. Dicho en otras palabras, la ciencia freudiana
está más centrada en la persona que en la sociedad, en lo individual que en lo
colectivo. Para el talante más masivo y social del marxismo, tanto individuo es
un tanto frustrante; máxime si Freud no habla en ninguna parte del cambio
social, menos de la revolución.
Por una vía distinta, ciertos aspectos de la obra de Saussure que resultarían particularmente
seductores para los críticos literarios de izquierda: en primer lugar el
carácter impersonal del sistema saussureano. En el modelo de Saussure el agente
humano parece reducido al papel de un mero decodificador en un sistema
altamente codificado como es el lenguaje, de donde queda claro que la estrella
de la historia no es el agente humano sino el sistema en sí: el lenguaje o
sistema de códigos y signos. Dicho en otras palabras, lo individual (lo humano)
pierde importancia ante lo supra humano (lo colectivo, aquí el lenguaje). Esa
lectura, hecha en momentos en que triunfaba un sistema colectivista en la
gigantesca escala de la Unión Soviética, no pasó inadvertida para las
izquierdas europeas. Esto explica lo que apunta Holquist, cuando señala que por
entonces el impacto de Saussure en la URSS fue mayor “que en cualquier otro
país”. De hecho el estructuralismo que nace a partir de las ideas de Saussure
va a compartir con muchas otras ideologías y filosofías recientes – de los
últimos dos siglos – la tesis central del papel absolutamente menor del agente
humano versus el rol protagónico de las estructuras/sistemas externos a ese
agente, lo que en la teoría estructuralista se expresa en el papel fundamental
de las estructuras semiológicas (el lenguaje) como verdaderos constructores de
la realidad social y cultural. Así que siguiendo la huella de Saussure el
lenguaje nos revelaría la importancia de lo colectivo por sobre lo individual,
o así lo leyeron al menos los seguidores izquierdistas de Saussure. De modo que
el tenor político de la interpretación de las ideas de Saussure y la lectura
estructuralista constituye un aspecto esencial en la elección que hicieron los
intelectuales de izquierdas para adoptar el punto de vista del “giro
lingüístico”. Un segundo aspecto fundamental para las izquierdas es el
denominado “relativismo lingüístico”, “la tesis de que la cultura, a través del lenguaje, afecta la manera
en que pensamos, especialmente quizás nuestra clasificación del mundo percibido”.
Esta idea de relatividad implícita en el lenguaje era sumamente atractiva para
las izquierdas obsesionadas con relativizar los valores universales de la
cultura capitalista, una cuestión aún más gravitante para la izquierda
postmodernista dada su intrínseca estructura de relativismo moral. En suma, el
“giro lingüístico” inaugurado por Saussure es también (y para las izquierdas
postmodernistas ante todo) un giro político, toda vez que el lenguaje es
político; de ahí que la sexualidad postmoderna o el discurso sexual de la
izquierda postmodernista sea una discurso político: la sexualidad es política
(lo que recuerda el slogan de los setentas, “the personal is political”). En suma, dada su funcionalidad
colectiva, política, fue la ciencia de Saussure, no la de Freud, la que
construiría la política sexual de las izquierdas occidentales en la segunda
mitad del siglo XX.
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