martes, 27 de mayo de 2014

Teoría sexual II: el determinismo lingüístico (o constructivismo social)



En nuestra reflexión anterior veíamos el auge de la teoría biológica – determinismo biológico o esencialismo biológico – en el siglo XIX como explicación fundamental de la conducta sexual de los seres humanos. En esa línea la conducta sexual de una persona está determinada por los genitales que nos legó la evolución, mientras que las conductas que se apartan de esa dependencia genital (como la homosexualidad) eran consideradas por lo común como un tipo de trastorno o enfermedad respecto de la función evolutiva básica del sexo: la reproducción de la especie. Pero, veíamos también, esa teoría perdió creciente apoyo tras la Segunda Guerra Mundial, al punto que fue casi completamente opacada en varios sectores de occidente por una nueva teoría que puso el acento en el ámbito social y cultural.

Normalmente tendemos a pensar que el cambio desde una teoría científica a otra es el resultado de un descubrimiento científico que medió dicha transformación, como ocurrió, por ejemplo, con la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, cuando el ser humano descubrió que la tierra no era el centro del universo y que giraba en torno al sol. En cambio, en el caso que consideramos ahora, es decir, en la importancia y precedencia dadas a la sociedad y la cultura por sobre la biología en la determinación del comportamiento humano (incluido lo sexual), no hubo ningún nuevo descubrimiento científico específico que explicara  esa modificación, sino que la misma fue más bien el resultado del nacimiento de una nueva ciencia: la lingüística. Uno no se imaginaría que la ciencia del lenguaje pudiera tener efectos en la teoría sexual, pero eso fue exactamente lo que ocurrió en el siglo XX. La lingüística nace alrededor del 1900 y uno de sus principales progenitores fue el suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913). La visión de Saussure desafió las convenciones de la época, que suponían que la realidad es algo dado, independiente del lenguaje. Saussure, en cambio, avanzó la osada hipótesis de que el lenguaje, en cierta medida, construye la realidad: para Saussure nosotros vemos el mundo a través del lenguaje. Saussure postuló que el estudio de la lingüística debiera ser parte de una empresa más grande y abarcadora, a la que denominó semiología (del griego semeion, “signo”) o semiótica. Al buscar estructuras – lenguaje, signos y conceptos – que subyacen y hacen inteligible el discurso humano, Saussure sentaría las bases para el desarrollo posterior del estructuralismo y de la crítica postmoderna; de ahí también que a la lingüística saussureana se la conozca como lingüística estructuralista.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo lo anterior con el sexo? Bueno, ocurre que una de las ideas de Saussure, aquello de la arbitrariedad del lenguaje, en el sentido de que el lenguaje es una construcción social/cultural independiente de la naturaleza, iba a tomar vuelo propio en las décadas siguientes, quizás incluso de una manera que ni el mismo Saussure se hubiera imaginado. Desde entonces se comenzó a hablar del “giro lingüístico” (“linguistic turn”) en las ciencias sociales y con ello se comenzó a enfatizar el hecho de que el comportamiento humano está determinado por el lenguaje y por lo tanto es, en última instancia, independiente de la naturaleza, es más bien el resultado de una construcción social/cultural. Eso es así incluso en lo referido al comportamiento sexual o, dicho en otras palabras, la sexualidad humana está determinada por la forma como el sexo es “construido” en la sociedad o la cultura, la sexualidad es entonces un subproducto de la cultura humana. En este esquema lo biológico es apenas un input de entrada, un dato más de la causa, pero nunca el determinante de la conducta sexual. Es por lo anterior que la nueva teoría se conoció como constructivismo social o determinismo lingüístico (o esencialismo lingüístico). En este marco conceptual no existe nada “natural” o “anti natural”, “normal” o “anormal”, no hay en definitiva una posibilidad de apelar a la naturaleza como una vía para sancionar ciertas conductas sexuales, pues al fin y al cabo las conductas sexuales que practican los seres humanos son el resultado de las convenciones que se fraguan al interior de sus comunidades. Como esas convenciones a su vez están determinadas por las estructuras de poder que articulan la vida en sociedad, entonces las normas sexuales tradicionales no son más que el resultado de las imposiciones políticas construidas a lo largo del tiempo y no tienen más valor que el que les confieren esas autoridades políticas. Esta visión “lingüística”, sociocultural del sexo, va a tener sus mayores exponentes en los seguidores de la tradición estructuralista y post estructuralista occidental, es decir, en el postmodernismo y en el feminismo de los años 1960s en adelante, para enganchar posteriormente con los movimientos homosexuales que desde los años 1990s han irrumpido con fuerza para reforzar aquello de que no hay nada “natural” o “normal” en una determinada conducta sexual.


Ahora bien, independientemente de cuál sea nuestra apreciación de esta teoría, una cosa es cierta, la vieja discusión entre biología y sociedad, lo que los gringos denominan el debate “nature vs culture” (o “nature vs nurture”), sigue siendo una puerta abierta, una en la que aún la ciencia del sexo nos debe una respuesta definitiva. 

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