En nuestra reflexión anterior veíamos el auge de la teoría biológica – determinismo biológico o esencialismo biológico – en el siglo XIX como explicación fundamental de la conducta sexual de los seres humanos. En esa línea la conducta sexual de una persona está determinada por los genitales que nos legó la evolución, mientras que las conductas que se apartan de esa dependencia genital (como la homosexualidad) eran consideradas por lo común como un tipo de trastorno o enfermedad respecto de la función evolutiva básica del sexo: la reproducción de la especie. Pero, veíamos también, esa teoría perdió creciente apoyo tras la Segunda Guerra Mundial, al punto que fue casi completamente opacada en varios sectores de occidente por una nueva teoría que puso el acento en el ámbito social y cultural.
Normalmente
tendemos a pensar que el cambio desde una teoría científica a otra es el
resultado de un descubrimiento científico que medió dicha transformación, como
ocurrió, por ejemplo, con la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII,
cuando el ser humano descubrió que la tierra no era el centro del universo y
que giraba en torno al sol. En cambio, en el caso que consideramos ahora, es
decir, en la importancia y precedencia dadas a la sociedad y la cultura por
sobre la biología en la determinación del comportamiento humano (incluido lo
sexual), no hubo ningún nuevo descubrimiento científico específico que
explicara esa modificación, sino que la
misma fue más bien el resultado del nacimiento de una nueva ciencia: la
lingüística. Uno no se imaginaría que la ciencia del lenguaje pudiera tener
efectos en la teoría sexual, pero eso fue exactamente lo que ocurrió en el
siglo XX. La lingüística nace alrededor del 1900 y uno de sus principales
progenitores fue el suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913). La visión de
Saussure desafió las convenciones de la época, que suponían que la realidad es
algo dado, independiente del lenguaje. Saussure, en cambio, avanzó la osada
hipótesis de que el lenguaje, en cierta medida, construye la realidad: para
Saussure nosotros vemos el mundo a través
del lenguaje. Saussure postuló que el estudio de la lingüística debiera ser
parte de una empresa más grande y abarcadora, a la que denominó semiología (del
griego semeion, “signo”) o semiótica.
Al buscar estructuras – lenguaje, signos y conceptos – que subyacen y hacen
inteligible el discurso humano, Saussure sentaría las bases para el desarrollo
posterior del estructuralismo y de la crítica postmoderna; de ahí también que a
la lingüística saussureana se la conozca como lingüística estructuralista.
Ahora
bien, ¿qué tiene que ver todo lo anterior con el sexo? Bueno, ocurre que una de
las ideas de Saussure, aquello de la arbitrariedad del lenguaje, en el sentido
de que el lenguaje es una construcción social/cultural independiente de la
naturaleza, iba a tomar vuelo propio en las décadas siguientes, quizás incluso
de una manera que ni el mismo Saussure se hubiera imaginado. Desde entonces se
comenzó a hablar del “giro lingüístico” (“linguistic
turn”) en las ciencias sociales y con ello se comenzó a enfatizar el hecho
de que el comportamiento humano está determinado por el lenguaje y por lo tanto
es, en última instancia, independiente de la naturaleza, es más bien el
resultado de una construcción social/cultural. Eso es así incluso en lo
referido al comportamiento sexual o, dicho en otras palabras, la sexualidad
humana está determinada por la forma como el sexo es “construido” en la
sociedad o la cultura, la sexualidad es entonces un subproducto de la cultura
humana. En este esquema lo biológico es apenas un input de entrada, un dato más
de la causa, pero nunca el determinante de la conducta sexual. Es por lo
anterior que la nueva teoría se conoció como constructivismo social o
determinismo lingüístico (o esencialismo lingüístico). En este marco conceptual
no existe nada “natural” o “anti natural”, “normal” o “anormal”, no hay en
definitiva una posibilidad de apelar a la naturaleza como una vía para
sancionar ciertas conductas sexuales, pues al fin y al cabo las conductas
sexuales que practican los seres humanos son el resultado de las convenciones
que se fraguan al interior de sus comunidades. Como esas convenciones a su vez
están determinadas por las estructuras de poder que articulan la vida en
sociedad, entonces las normas sexuales tradicionales no son más que el
resultado de las imposiciones políticas construidas a lo largo del tiempo y no
tienen más valor que el que les confieren esas autoridades políticas. Esta
visión “lingüística”, sociocultural del sexo, va a tener sus mayores exponentes
en los seguidores de la tradición estructuralista y post estructuralista
occidental, es decir, en el postmodernismo y en el feminismo de los años 1960s
en adelante, para enganchar posteriormente con los movimientos homosexuales que
desde los años 1990s han irrumpido con fuerza para reforzar aquello de que no
hay nada “natural” o “normal” en una determinada conducta sexual.
Ahora
bien, independientemente de cuál sea nuestra apreciación de esta teoría, una
cosa es cierta, la vieja discusión entre biología y sociedad, lo que los
gringos denominan el debate “nature vs
culture” (o “nature vs nurture”),
sigue siendo una puerta abierta, una en la que aún la ciencia del sexo nos debe
una respuesta definitiva.
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