En nuestro artículo anterior repasamos la
historia de Wadi Fainan, región situada al sur del Mar Muerto y uno de los
mayores centros mineros del mundo antiguo. La investigación científica en Wadi
Fainan ha desvelado la alta contaminación de la región como resultado de miles
de años de una explotación minera intensiva, cuyo principal producto era el
cobre, pero que también suministraba ingentes cantidades de subproductos como
el plomo, un metal pesado de altísima toxicidad. Vimos también que el periodo
de mayor producción coincidió en gran medida con la extensión del gobierno
romano en esa región del mundo, cuestión que para nada es casualidad: los
romanos construyeron una de las mayores industrias mineras de la antigüedad y
de paso se convirtieron también en la sociedad más contaminante antes de la
revolución industrial (en la foto principal exploradores en las minas romanas de Dacia, actual Rumania).
Los pueblos del antiguo Medio Oriente habían
comenzado la explotación de metales (como cobre y estaño) varios miles de años
antes de Cristo, experiencia común a toda la cuenca del mediterráneo. Aunque
solemos pasarlo por alto, la verdad es que el ascenso de Atenas en el siglo V
AC y la construcción de un imperio ateniense descansaba en gran medida en la
explotación de las mimas del Laurión, muy próximas a la ciudad. Como medio de acuñación
de monedas (de oro, plata cobre, estaño, bronce), como recurso para forjar
armas (bronce y hierro) así como fuente de riqueza (oro y plata), la minería
jugaba un papel central en el juego político y militar de la antigüedad. No
puede sorprender entonces que desde sus inicios Roma haya entrado en el mismo
juego. Ya los primeros enfrentamientos entre Roma y Cartago dieron prueba de la
importancia del factor minero. Como es sabido, en la Segunda Guerra Púnica
Aníbal levantó un formidable ejército en España - elefantes incluidos - con el
que cruzó los Alpes y debutó en Italia infligiendo colosales derrotas a las
legiones romanas. Lo que es menos conocido es que Aníbal pudo solventar ese
ejército dado que los cartagineses tenían acceso al oro y la plata de las minas
españolas, ya sea porque las mismas eran parte de los territorios ibéricos que conformaban
su imperio ultramarino o bien porque estaban en manos de tribus y jefes locales
que eran aliados de los cartagineses. Cuando más tarde los romanos se apoderaron
de esos territorios españoles y de sus minas comenzaron a cimentar su victoria sobre Cartago. La
riqueza minera de los yacimientos de la península ibérica llevó a que los
romanos ampliaran las explotaciones existentes y abrieran otras nuevas, convirtiendo
a España en el crisol de su industria minera. Desde entonces, dondequiera que
las legiones impusieran la autoridad de Roma la búsqueda de minas y metales que
explotar se convirtió en una prioridad, lo que explica la intensificación de la
producción en Wadi Fainan.
Sin embargo, como lo sabemos muy bien, la
minería es una actividad altamente contaminante y si eso sigue siendo así
incluso hoy en día, con toda la tecnología disponible, podemos imaginar lo que
debió ser en la antigüedad. Un ejemplo muy relacionado con los romanos nos
puede dar una idea al respecto. En la antigüedad se conocían siete metales:
estaño, plomo, zinc, plata, oro, cobre y hierro, ordenados por su punto de
fusión (de menor a mayor). El estaño era el más fácil de fundir (232ºC), el
hierro el más difícil (1535ºC). El plomo tiene un bajo punto de fusión (328ºC)
por lo que debe haber estado entre los primeros metales usados por el hombre y hay
evidencia de su explotación desde antes del 4.000 AC, explotación que durante
la civilización grecorromana escaló su consumo a un máximo. Los romanos en
particular hallaron muchos usos para el plomo. En latín plumbum significa plomo y no es casualidad que nuestro español
“plomería” y el inglés “plumbing” (cañerías) deriven de plumbum, pues precisamente los romanos hicieron un uso intensivo
del plomo en la construcción de cañerías y en los acueductos que transportaban
el agua a sus ciudades: el uso del plomo en la construcción de cañerías y
ductos para el agua fue la aplicación más importante del plomo en las ciudades
romanas. Pero no sólo la industria de los ductos de agua usaba plomo, también
se empleaba mucho en la construcción en general y en la construcción de barcos
en particular. Los romanos también recurrieron al plomo para usos más domésticos,
como para preparar las pinturas con las
que decoraban sus casas, las tinturas con las que teñían sus ropas e incluso el
peltre (una aleación de plomo y estaño) con la que fabricaban varios utensilios
de uso casero. Las mujeres romanas usaban productos estéticos hechos en base a
plomo (pinturas para los labios y polvos faciales) y como si esto no fuera
poco, copas, ollas y otros implementos de la vajilla romana usados para comer y
beber eran hechos con materiales en base a aleaciones de plomo. El plomo tiene
propiedades bactericidas y ello explica que los romanos lo hayan usado asimismo
para preservar sus alimentos, como espermicida (especie de anti conceptivo) y
también para tratar algunas enfermedades cutáneas; incluso el vino romano (al
igual que el griego) se almacenaba en toneles hechos con plomo al cual se
agregaba pequeñas cantidades de compuestos de plomo para prevenir su
fermentación; algo parecido sucedía con el almacenamiento del aceite. Dado que
los romanos no conocían el azúcar se usaba acetato de plomo (que tiene un sabor
dulce) para dulcificar. Incluso en la hora de la muerte un hermoso ataúd hecho
con plomo podía esperar a un ilustre ciudadano romano (¿víctima del mismo
plomo?) Quizás este cotidiano y variopinto uso del plomo nos ayude a entender
por qué era llamado también “el metal romano”: en un sentido muy literal, el
imperio romano era un imperio de plomo.
Ahora bien, el plomo y sus compuestos son
altamente venenosos. La volatilidad y la pulverización de estos productos hace
muy fácil la contaminación del agua, el aire y el suelo. Si recordamos que por
lo general junto a las minas estaban las fundiciones para procesar los
minerales, los vapores que allí se producían y los vertidos sobre las aguas
deben haber sido fuente de una altísima contaminación ambiental. Ya en una
remota antigüedad los egipcios y después los griegos (Hipócrates) habían notado
los nocivos efectos del plomo sobre la salud humana y los romanos no
desconocían esa realidad: pérdida de apetito y peso, palidez, cólicos, fatiga,
irritabilidad y espasmos nerviosos; no por nada la mayor parte de los
trabajadores en las minas eran esclavos y una condena “a las minas” era
sinónimo de una sentencia de muerte. Dependiendo de la cantidad y el tiempo de
exposición al envenenamiento con plomo el efecto sobre el cuerpo puede ser
diverso, pero normalmente el daño afecta tres funciones corporales básicas: la
formación de sangre, el trabajo del sistema nervioso y los riñones, aparte del
hecho de que el plomo se deposita de manera permanente en los tejidos y en los huesos,
haciendo que el envenenamiento se prolongue de por vida.
Pero, ¿cuánto plomo usaron los romanos? ¿Son
cantidades significativas como para producir estragos? Para dimensionar el
problema podemos observar las investigaciones científicas que se han llevado a
cabo desde los años 1950s hasta el presente en los hielos de Groenlandia. En
esa región se han estudiado muestras extraídas de hasta 3 km de profundidad,
sobre las cuales se puede medir la composición del hielo acumulado desde hace
unos 7.800 años. Los resultados indican que hasta aproximadamente el año 1000
AC la presencia de plomo en el hielo de Groenlandia se mantuvo baja y se
explicaba fundamentalmente por causas naturales. Pero en el primer milenio
antes de Cristo el plomo comenzó a depositarse en cantidades cada vez mayores,
hasta alcanzar un máximo en el periodo entre el 500 AC y 300 DC, es decir, en
el periodo grecorromano y sobre todo en el Imperio Romano. La presencia de
plomo en las capas de hielo correspondiente a este último periodo es casi
cuatro veces mayor al de la etapa previa, cuando el plomo respondía a causas
naturales. Las estimaciones actuales indican que en la época dorada del imperio
los romanos procesaron hasta 80.000 toneladas anuales de plomo, con cerca de un
5% de ese total liberado a la atmósfera (unas 4.000 toneladas/año). Todo indica
que la circulación de las corrientes de aire atrapó esas emanaciones aéreas de
partículas de plomo que alcanzaron la tropósfera y terminó por depositarla en Groenlandia
e incluso en el Ártico. Más aún, la investigación de los isótopos de plomo ha
llevado a la conclusión de que en el periodo entre el 150 AC y 50 DC el 70% del
plomo depositado en Groenlandia provino de las minas de Río Tinto, en Andalucía
(sureste de España), el corazón minero de Roma. Según los expertos, ¡se trata
de la primera contaminación aérea de escala hemisférica detectada antes de la
Revolución Industrial (que tuvo lugar más de 1.500 años después)! Durante los dos primeros siglos de la era cristiana
la producción romana de plomo pudo haber sido de unos 4 kg per cápita, una
cifra que representa casi 2/3 del consumo de plomo en los Estados Unidos en los
años setenta. Tras la caída del Imperio Romano los niveles de plomo disminuyen
bruscamente hasta alcanzar un mínimo en la Edad Media y vuelven a incrementarse
desde fines de ese periodo y el Renacimiento a medida que aumenta otra vez la
producción y consumo de plomo, para alcanzar nuevos máximos desde la Revolución
Industrial del siglo XIX. Los niveles de plomo comienzan a descender otra vez
después de los años 1970s, cuando en el hemisferio norte se introducen los
combustibles sin plomo.
Las cifras indican que la producción y el uso del plomo en el Imperio
Romano sin duda alcanzaron niveles sin precedentes en la antigüedad. Aunque las
estimaciones siempre son tentativas nos dan un punto de referencia para
dimensionar de qué estamos hablando. Dado el volumen involucrado y lo
contaminante del plomo algunos se han preguntado qué efectos tuvo el plomo
sobre el Imperio Romano. La verdad es que ocurre una cosa muy curiosa con el
plomo y es que en el pasado llegó a ser altamente apreciado por la diversidad
de usos y servicios que prestaba y que ya hemos señalado. Ello explica que la
exposición al plomo fuera muy distinta según la clase social a que se
perteneciera en la antigua Roma, y todo apunta a que la aristocracia era la
mayor consumidora de plomo. ¿Debilitó el plomo a la aristocracia romana? Y si
ello fuera así, ¿cuál fue la magnitud del efecto del plomo en la clase
gobernante de Roma? ¿Acaso fue el plomo responsable de la caída del Imperio
Romano? Preguntas que aún debaten historiadores y científicos, pero que nos
recuerdan que si la contaminación ambiental acompañó de cerca a la redacción de
la Biblia (ver artículo anterior sobre Wadi Fainan) la polución generada por la
minería romana – en particular la explotación del plomo – acompañó
silenciosamente los primeros siglos de vida del cristianismo y de la iglesia.
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