“Todo lo hizo fundir
el rey en la llanura del Jordán, en tierra arcillosa, entre Sucot y Saretán. Y
no inquirió Salomón el peso del bronce de todos los utensilios, por la gran
cantidad de ellos”. 1 Reyes 7:46-47.
Cuando hablamos de contaminación ambiental
inmediatamente acude a nuestra mente la imagen por antonomasia: una chimenea
escupiendo humo a la atmosfera. La asociación es tan evidente que damos por
sentado que contaminación es sinónimo de industrialización. Años y décadas de
educación forjaron esa relación causa-efecto: la revolución industrial del siglo
XVIII es el origen de la crisis ecológica en la que estamos inmersos hoy en
día. Como colofón, uno podría asumir que antes de la revolución industrial no
había contaminación, ¿verdad? Sin embargo, la documentación histórica y la
investigación científica de la lejana antigüedad vienen a atemperar un poco esa
ecuación inculcada en los días de escuela; hoy estamos aprendiendo que la
contaminación antropogénica – causada por el ser humano – es muy anterior al
surgimiento de la fábrica moderna. Pero, ¿qué tan anterior? En rigor los
humanos comenzaron a contaminar el planeta desde que aprendieron a manejar el
fuego, esto es, a quemar áreas verdes y liberar gases de combustión a la
atmósfera, hace miles de años. Pero los efectos contaminantes de la actividad
humana no se hicieron significativos para el medio ambiente sino hasta que el
manejo del fuego encontró una nueva aplicación: la fundición de metales. El
impacto de los metales fue tan trascendente que incluso la historia humana se
articula en torno a ellos y así hablamos de la edad del cobre, del bronce y del
hierro. Cobre, bronce, hierro… metales que por cierto aparecen en las páginas
de la Biblia y que nos indican que en tiempos bíblicos había también eso que
llamamos contaminación ambiental.
Al sur del Mar Muerto, en el extremo
meridional del reino Hachemita de Jordania, se encuentra Wadi Fainan, un
territorio árido, golpeado por los inclementes vientos del desierto arábigo, y
que presenta al visitante un impresionante paisaje volcánico… o al menos eso
parece. A decir verdad, en esa región del mundo no hay volcanes y el volcán
activo más cercano está a unos dos mil kilómetros más al oeste, en Sicilia. El
paisaje de Wadi Fainan no es el producto de una erupción volcánica ni los
restos esparcidos por el terreno lava petrificada: en realidad nada de ese
desolador entorno es natural, todo ha sido creado por el ser humano. Wadi
Fainan es una región rica en minerales y desde tiempos muy remotos sus primeros
pobladores comenzaron a explotar los metales que allí abundaban, principalmente
el cobre. La explotación minera en la región, que cubre una extensión de unos
500 km2, comenzó probablemente en una fecha tan temprana como el
4000 AC, sino antes, y se fue incrementando con el paso del tiempo, hasta
alcanzar su clímax entre el 500 AC y el 100 DC, luego se mantuvo estable
durante el periodo romano posterior para decaer a comienzos del periodo
bizantino, estimándose actualmente que la producción minera cesó hacia el siglo
VI DC. Las investigaciones de las últimas décadas han detectado entre 230 y 250
minas que estuvieron en operaciones en algún momento durante todo este periodo.
En resumen, durante miles de años Wadi Fainan fue una fuente casi inagotable de
producción de cobre, principalmente, pero también de otros metales, como el
plomo.
Si pensamos por un momento en los
cuestionamientos ambientales y ecológicos que enfrenta la industria minera en
la actualidad, teniendo en cuenta lo que sabemos hoy sobre la naturaleza y los
efectos altamente contaminantes de la minería, nadie podría sorprenderse de que
Wadi Fainan sea una zona muy contaminada, más aún considerando los métodos
antiguos de explotación minera. La disposición de los yacimientos en Wadi
Fainan permitió la operación “a cielo abierto”, sin necesidad de recurrir a
excavar túneles subterráneos. Para quien no esté familiarizado con la minería
habrá que consignar que en su estado natural los elementos por lo común no se
presentan en un estado químicamente puro, sino aleados, o sea mezclados con
otros elementos, de donde la actividad minera adquiere su carácter altamente
contaminante, porque no sólo debe aplicar un proceso contaminante para extraer
el mineral, luego intervienen otros procesos, también contaminantes, para
separar los metales buscados. Es este conjunto de procesos lo que potencia la
polución ambiental derivada de la actividad minera. En el mundo antiguo el
fuego fue el principal mecanismo para la operación minera misma y la fundición
de metales, lo que significa que se requerían ingentes cantidades de madera
para sostener la explotación: para obtener “x” toneladas de metal se
necesitaban “y” hectáreas de bosques. Así que donde operaba una mina
rápidamente los bosques a su alrededor sufrían el primer impacto. Wadi Fainan
seguía esa lógica y aunque no se sabe qué arboles se usaban ni cuál era la proporción
exacta (toneladas de mineral/hectáreas de bosque), es un hecho que tras miles
de años de operación el impacto sobre la vegetación cercana debe haber sido
devastador. En una región de por sí árida y con pocas precipitaciones, la
deforestación producida por la minería superó a la larga la capacidad natural
de recuperación de la vegetación.
Aparte de ser una región riquísima en mineral
de cobre, Wadi Fainan gozaba de un buen abastecimiento de agua natural, lo que
propició también el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Pero todo
indica que durante el máximo auge de la explotación en las minas de Wadi
Fainan, entre la era del Bronce y el periodo romano, el nivel de contaminación
terminó por estropear la actividad agrícola. Y es que la minería contaminó
irremediablemente primero las aguas, luego los campos, los cultivos y por
último a los animales que se alimentaban de ellos, cuyas deposiciones volvían a
enriquecer el ya contaminado suelo de la región. ¿Y los humanos? Reportes
científicos sobre el estudio de los restos de cementerios del periodo bizantino
(siglos IV al VII DC), señalan que la concentración de cobre y sobre todo plomo
en los huesos se equipara y en algunos casos incluso supera los niveles de esos
elementos hallados en restos humanos del periodo industrial (siglo XIX), aún en
lugares de alta exposición moderna a metales pesados, como la Silesia alemana y
regiones mineras de Suecia.
Han transcurrido ya más de mil quinientos
años desde que la incesante actividad en las minas y los hornos de fundición de
la región de Wadi Fainan llegó a su fin. Pese al largo intervalo de reposo, la
tierra aún exhibe las dolorosas huellas de la contaminación minera, como queda
reflejado en las mediciones e investigaciones que en las últimas décadas
realizan universidades e instituciones de Jordania, Europa y Estados Unidos (en la foto principal el doctor Najjar, director de las excavaciones, aprestándose a descender a una de los antiguos piques; la tonalidad azul en las rocas es la típica de la presencia de cobre).
Siendo uno de los mayores centros de explotación cuprífera continua en la
historia del mundo, la tóxica herencia de Wadi Fainan nos recuerda que los
humanos hemos venido contaminando el planeta desde hace milenios y que la moderna
polución industrial es tan sólo un capítulo posterior de globalización y
aceleración de un proceso que iniciaron nuestros ancestros hace ya mucho
tiempo.
Por último, ¿tuvo algo que ver Wadi Fainan
con las legendarias minas del rey Salomón? Imposible saberlo. El pasaje que
citábamos al principio sólo hace referencia a que Salomón “hizo fundir”, esto
es, estableció fundiciones en la región
del valle del Jordán, varios kilómetros al norte de Wadi Fainan, pero no
necesariamente implica que el rey se haya involucrado en el negocio minero. En
ninguna parte de las escrituras se dice que Salomón haya explotado minas
directamente y de seguro el mito de “las minas del rey Salomón” nace de las
continuas conexiones que hace la Biblia entre Salomón y la abundancia de
metales y piedras preciosas: “E hizo el rey que en Jerusalén la plata llegara a
ser como piedras” (1 Reyes 10:27). Ahora bien, si esta abundancia de recursos
metálicos y metalúrgicos en el reinado de Salomón – que entre otras cosas
sirvió para decorar el templo de Jerusalén - es producto de la importación o la
producción propia, no tenemos forma de saberlo al presente, como tampoco
podemos precisar si Wadi Fainan era parte de su reino. Por otro lado, dada la
importancia de los recursos mineros en la geopolítica de la antigüedad, uno
podría suponer que Salomón no habría perdido oportunidad de hacerse del control
de esta región minera; pero la simple verdad es que no sabemos si alguna vez
Wadi Fainan estuvo bajo el control de Salomón. Lo que sí podemos conjeturar con
más certeza es que las fundiciones que el rey estableció en la zona del Jordán
probablemente deben haber sido muy parecidas en su operación a las de Wadi Fainan
y por tanto deben haber sido también contaminantes. Pero más allá de lo que
podamos especular sobre la relación entre Salomón y la minería, lo cierto es
que la máxima contaminación en Wadi Fainan se dio en paralelo a la historia
bíblica, desde Moisés hasta el nacimiento de la Iglesia. ¡Contaminación en los días de Cristo, muy cerca de Jerusalén! ¿Quién lo habría imaginado?
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