“El Rapto de Europa” es una auténtica obra de
arte: su autor, el Tiziano (c. 1490-1576), es un personaje clave en la pintura del siglo XVI y
la obra misma una de las más importantes del arte renacentista. Pero la pintura
es atrayente además por la historia que la rodea y las discusiones a las que ha
dado lugar incluso en las últimas décadas. Así, por ejemplo, no sabemos qué
nombre le dio el Tiziano y el título actual procede aparentemente de comienzos
del siglo XVII, aunque está inspirado en la íntima relación entre la pintura y
el motivo mitológico que le dio origen. En la mitología griega, Europa era hija
del rey de Tiro y por tanto una princesa fenicia. Siendo una joven muy hermosa,
atrajo las miradas del libidinoso Zeus, el soberano entre los dioses del
Olimpo. Haciendo gala de su lujuria, Zeus adopta la forma de un poderoso toro para
acercarse a la princesa. En el momento en que Europa, junto a sus doncellas,
acompaña el rebaño de su padre en la orilla del mar, el toro (Zeus) se aproxima
a la joven como un animal tierno y sumiso. Atraída por esta inesperada
aparición Europa adorna con guirnaldas de flores los cuernos del toro y viéndolo
dócil monta sobre él; ese es precisamente el momento esperado por el animal
para zambullirse en el mar y nadar rumbo a Creta con su preciada carga. El mito
no describe lo que allí sucede y sólo nos informa después que Europa ha quedado
embarazada de Zeus. Ahora bien, para cualquiera que esté ligeramente
familiarizado con los mitos griegos no es un misterio que Zeus viole a Europa
en la isla. A decir verdad, la conducta de Zeus sigue un patrón más o menos
estándar: cuando el padre de los dioses veía a una muchacha atractiva adoptaba
una forma animal para atraer a la joven, secuestrarla, llevarla a un lugar
retirado y allí violarla. El historial de seducciones, raptos y violaciones de
mujeres y diosas a manos de Zeus es lo bastante extenso como para que el
capítulo de Europa en realidad no sea más que un pequeño episodio. Empero, más
de mil quinientos años después de que este episodio fuera redactado en el mundo
grecorromano, atrajo la atención del maestro Tiziano.
La pintura se exhibe actualmente en el Isabella Stewart Gardner Museum de la
ciudad de Boston, Estados Unidos, y es considerada como la mayor obra del
Renacimiento italiano disponible en una colección americana. Fechada
aproximadamente entre los años 1559 y 1562, la pintura inicialmente era parte
de la obra que el Tiziano ejecutaba para su patrón de ese entonces, el rey
Felipe II de España. En los círculos aristocráticos en los que se desenvolvían
artistas y mecenas del Renacimiento, las historias de la mitología grecorromana
eran ampliamente conocidas y formaban parte, hasta cierto punto, del currículum
educativo de las élites. De modo que, si bien la pintura sólo muestra el rapto
de Europa, de hecho sugiere asimismo la inminencia del ataque sexual, como por
lo demás lo sabría cualquier buen conocedor del mito; el cielo gris y
tormentoso hacia donde se dirige el toro con su princesa apunta hacia el
dramático final: la desfloración de Europa. Pero la pintura no sólo anuncia la violencia
sexual, también la erotiza. Varios detalles han llamado la atención de los
expertos en este sentido. El despliegue del cuerpo de Europa es generoso en
exhibir bastante de su anatomía desnuda. El sutil detalle de la mano de la
mujer asida del cuerno del toro (un elemento fálico y por tanto de insinuación
sexual). El Cupido que tiene su arco relajado, como si ya hubiese disparado su
flecha y la princesa se hubiera enamorado (¿de su agresor?). A su vez, las
miradas de los cupidos parecen dirigidas no al rostro de Europa, sino más bien
a su entrepierna descubierta (¿tal vez a sus genitales?). La pañoleta o tela al
viento, una señal de triunfo más que de dolor. Pero por sobre todo, el rostro
de la princesa, inclinado en un ángulo tal que deja en la duda al espectador,
¿está asustada o disfruta el momento? ¿Expresa angustia o simple resignación?
El conjunto de estos elementos lleva a muchos analistas a preguntarse si es una
escena trágica o si la mujer está excitada por lo que viene. De ahí que la
representación de Tiziano plantee la erotización del acto de violación. Pero
hay aún un detalle más decidor. Si miramos con atención la pintura apreciamos
claramente que el único personaje que nos observa es el toro. ¿Qué tiene de
particular? Bueno, los expertos nos enseñan que cuando un personaje nos observa
a través de una pintura, está invitando a los espectadores a poner su atención
en él, a ponernos en su lugar, a simpatizar con él. Por lo que hemos dicho del
mito en el que se inspira la pintura, la mirada del toro es un gesto y una
invitación a simpatizar con el punto de vista del violador. En resumen, la
representación sensual y excitante de Europa, la mirada del toro hacia nosotros
y la ambigüedad erótica del cuadro, todo nos lleva a cuestionarnos si estamos
ante una tragedia o una escena de placer. Lo que a su vez plantea – según otros
eruditos – la ambigüedad moral que escenifica la pintura y que ronda por cierto
casi todo acto de violación: ¿hay consentimiento o no? ¿Acaso mera resignación?
Dado el problema que plantea el espinoso asunto del consentimiento en cualquier
cargo judicial por violación, el dilema moral que sugiere esta obra maestra del
Tiziano no deja de ser significativo para nosotros.
Pero, después de todo lo dicho, se preguntará
el lector, ¿acaso el Tiziano era una especie de personaje indecente que no
entendía la gravedad de una agresión sexual tan denigrante como la violación?
¿Por qué no fue más explícito en representar a una Europa horrorizada, en lugar
de una mujer moralmente ambigua? Para ser justos, el Tiziano trataba de
representar una historia griega y en la Grecia clásica, tanto en su mitología como
en la vida real, las mujeres eran comúnmente entendidas como seres inmorales,
casi degeneradas, siempre en busca de placer sexual. De esta idea de que las
mujeres son seres sexualmente insaciables había sólo un paso a creer que las
mujeres se excitan con la violación. Que en el fondo a la mujer le gusta ser
violada es exactamente lo que creían los misóginos griegos; por brutal que nos
parezca, los griegos daban por hecho que a las mujeres les encanta la violencia
sexual masculina. Es casi como que los griegos nos dijeran: “¿te gusta esa
mujer? Entonces viólala; así se trata a las mujeres”. Empero, por sorprendente
que nos parezca, las ideas grecorromanas sobre la mujer y la violación no
desaparecieron con el fin de esa civilización y el advenimiento del
cristianismo. Investigaciones recientes nos advierten que la fantasía de que
las mujeres disfrutan ser violadas estaba ampliamente extendida al menos entre
los pintores del Renacimiento italiano, como lo demuestra Diane Wolfthal en “Images of Rape: The “heroic” tradition and
its alternatives” (Cambridge, 1999), o en el arte renacentista y barroco
italiano según lo reseña Yael Even en “Commodifying
images of sexual violence in sixteenth-century Italy”, Source (2001)
20:13-19 y “The Emergence of Sexual Violence
in Quattrocento Florentine Art” en “Violence
in fiftheenth-century text and image”, E. Ducruck y Y. Even (eds.) Camden
(2002). Incluso el tratamiento judicial de casos de violación en la Venecia
renacentista apunta en la misma dirección, como lo sostiene la investigación de
Guido Ruggiero, “The boundaries of eros:
Sex crime and sexuality in Renaissance Venice” (Oxford University Press,
1985). Definitivamente mil años de cristianización no habían podido o sabido
borrar los viejos mitos grecorromanos sobre mujeres y violación.
A casi cuatro siglos y medio de su
composición, y en un contexto cultural muy distinto al de los griegos o al del
Renacimiento, los espectadores modernos han comenzado a ver con otros ojos
tanto el mito de Europa como la pintura de Tiziano que tan magistralmente se
inspira en él. La violencia sexual en general y la dirigida contra la mujer en
particular ya no son vistas con la condescendencia de antaño y por ello no es
extraño que tanto una espectacular obra de arte, “El Rapto de Europa”, como su
autor, el Tiziano, sean objeto de serias revisiones y cuestionamientos que
confrontan la ética con el arte de la violación.
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