“Y cuando ella se la
puso delante para que comiese, asió de ella, y le dijo: Ven, hermana mía,
acuéstate conmigo. Ella entonces le respondió: No, hermano mío, no me hagas
violencia; porque no se debe hacer así en Israel. No hagas tal vileza. Porque
¿adónde iría yo con mi deshonra? Y aún tú serías estimado como uno de los
perversos en Israel. Te ruego, pues, ahora, que hables al rey, que él no me
negará a ti. Mas él no la quiso oír, sino que pudiendo más que ella, la forzó,
y se acostó con ella”. 2 Samuel 13:11-14.
En el día internacional de la no violencia
contra la mujer nada mejor que continuar nuestro estudio en los pasos de la
violación en la Biblia. La dramática historia de la vejación de Tamar por parte
de su (medio) hermano Amnón es sin duda uno de esos episodios tristes de
violencia sexual de que las páginas de la Biblia dan testimonio (el cuadro de Le Sueur, hacia 1640, es sólo el fruto de la imaginación del artista). La historia es
ominosa en primer lugar por la suerte que corrió Tamar, pero también por el
papel que desempeñaron los demás personajes aludidos directa o indirectamente
en este ataque sexual. Sin duda Amnón es el villano principal, un tipo
aparentemente voluble, susceptible a las insinuaciones de sus cercanos e
incapaz de controlar sus pasiones e instintos. Su primo y concejero, Jonadab, era
un “hombre muy astuto” (13:3), tanto que su astucia oscurece la moralidad de
sus actos, no sólo por haber maquinado todo el engaño, sino además porque su
posterior intervención (13:32) despierta sospechas: ¿qué tanto sabía de los
planes de Absalón? ¿Acaso su concejo a Amnón era parte de otra maquinación? No
mucho mejor parado queda el rey David; como padre de Tamar y principal defensor
de la integridad de su hija el rey actúa enérgicamente: “se enojó mucho”. ¡¿Se
enojó mucho?!
Bueno, a decir verdad, el propio David venía saliendo de una reciente aventura
sexual con Betsabé (2 Samuel 11) y de seguro el hombre no se sentía moralmente
muy calificado para castigar a su hijo. Por último, Absalón; lo que comenzó con
un mal concejo (13:5) Absalón lo termina con otro no más feliz: “Pues calla
ahora, hermana mía” (13:20). En lugar de actuar para restablecer la honra de su
hermana, Absalón se nos presenta más preocupado de preparar su propio golpe
para acabar con quien era, dicho sea de paso, el heredero del rey.
No pocos expertos han reparado en una suerte
de “historia oculta” de este episodio: su connotación política. Resulta que
tener relaciones sexuales ilícitas con las féminas de una familia equivalía a
deshonrar a la cabeza de esa familia, al padre (y por extensión a los demás
varones de la casa). Un buen ejemplo es la historia de otra violación muy
anterior, la de Dina, la hija de Jacob, violada por Siquem (Génesis 34); la
brutal respuesta de los hijos de Jacob da cuenta de los fuertes códigos
sociales que regulaban estos ataques sexuales. En lo que hoy es ya un clásico
sobre esta materia, una serie de ensayos editados bajo el sugerente título “The Fate of Shechem” (Cambridge, 1977),
el notable investigador J. Pitts-River trata el código de honor-vergüenza (u
honor-deshonor) que en su opinión caracterizaba a las sociedades mediterráneas
(de las que la hebrea era una más) y que operaba implacablemente en materias de
conducta sexual. Según este autor, el honor se define principalmente en base a
la sexualidad, tanto para hombres como para mujeres. El honor de un hombre se
mide por la pureza sexual de las mujeres de su círculo familiar; como lo señala
Pitts-River: “Las cualidades naturales de potencia o pureza sexual y las
cualidades morales asociadas con ellas proveen el marco conceptual sobre el
cual se construye el sistema (de honor y vergüenza)”. En una sociedad así una de las formas en que
un hombre puede demostrar su virilidad es compitiendo por los favores de las
mujeres, lo que tiene a su vez consecuencias categóricas: el éxito en esta
competencia se compra al precio de la deshonra del hombre que ha fallado en
proteger a la mujer cuyos favores han sido recibidos. Pitts-River usa como
ilustración de este punto la figura latina del Don Juan: “Don Juan, el destructor de reputaciones – este es el
sentido básico del título burlador –
cuyas aspiraciones al auto engrandecimiento están basadas sobre la noción de
que el honor que tu quitas a otro se vuelve tuyo”. O como lo expone A. Gouldner
en “Enter Plato” (New York, 1965), el
honor es un juego de suma cero; el incremento en el honor de un hombre se
consigue a expensas del de otro. Puesto que la conquista sexual sirve como
demostración de masculinidad, el seductor o adúltero gana en estatura, pero a
expensas de otro. Mientras más grande es el valor concedido a la pureza
femenina, más intensa es la competencia por el preciado commodity, más grande
es el honor que se gana con su conquista.
Uno podría cuestionarse si efectivamente este
código o sistema ideológico de honor-vergüenza aplica también al pueblo hebreo;
al menos Pitts-River cree que sí en base a su estudio del caso de Siquem y la
violación de Dina. Es verdad que el texto bíblico no se expresa en el lenguaje
del honor y deshonor, pero también es cierto que tampoco usa un término
equivalente a “violación”. Pero si el lenguaje varía, las conductas sí resultan
reveladoras. En este último sentido, las conductas tipificadas por Pitts-River
y Gouldner relacionadas con la violencia sexual (la violación) parecen calzar
bastante bien con los relatos bíblicos. En el caso de Dina, la reacción de sus
hermanos no deja dudas sobre quién era la parte ofendida: “hizo vileza en
Israel acostándose con la hija de Jacob” (Génesis 34:7). Cualesquiera hayan
sido los sentimientos íntimos de Dina, lo que cuenta la historia es la
vergüenza y reacción de los varones de la familia. La violencia sexual (y la
violación es la suprema expresión de la misma) afecta directamente a los
varones de la familia de la mujer violentada; cuestión que nos lleva de vuelta
al caso de Tamar.
Si tuviéramos que resumir la intervención de
los hombres que aparecen involucrados en esta historia y que son parientes de
Tamar – Amnón, Jonadab, David y Absalón – habría que concluir que todos ellos
fallaron miserablemente en lo que era su función principal en la familia del
antiguo Israel: proteger la integridad física y sexual de las mujeres de la
familia. Peor aún, la acción de Amnón - mancillar la honra de la hija del rey -
tiene un claro componente político, pues equivale a deshonrar al mismísimo rey:
un hombre que no puede gobernar su propia casa y asegurar a su hija difícilmente
podrá hacerlo por el resto de la gente. Puesto en el contexto más amplio de 2
Samuel 12 – 20, el relato de Tamar ciertamente se inserta en una trama mayor de
descomposición del reino davídico debido a intrigas internas, conjuras
palaciegas y disputas dinásticas, todo lo cual queda patéticamente
ejemplificado en la sangrienta sublevación posterior de Absalón. ¿Fue la
violación de Tamar un elemento más en la lucha por el poder dentro de la
familia real? ¿Fue acaso Tamar apenas un simple peón en el juego de ambiciones
de una familia real en descomposición? Cualquiera sea la respuesta que demos a
estas interrogantes una cosa es cierta: la inmoralidad sexual iniciada por
David en 2 Samuel 11 trajo duras consecuencias. Si aplicáramos la teoría del
honor como un juego de suma cero, el honor perdido por Urías fue capitalizado
por David: no hubo ganancias ni pérdidas netas. Sin embargo, mirado en el largo
plazo, David fue el perdedor absoluto de toda la operación: una hija violada,
hijos asesinados y una cruenta revuelta. El concepto de la violencia sexual
como un juego de suma cero en el marco del código honor-vergüenza del sistema
mediterráneo antiguo puede ser muy útil para analizar la violencia sexual en el
texto bíblico: nos ayuda a entender la dinámica de la violación en los relatos
hebreos. Sin embargo, la historia de David y en particular la de su hija Tamar
nos debiera recordar también que en el marco de la moral sexual de la Biblia la
violencia sexual no es un juego de suma cero, es más bien un juego de pérdida
neta: la violación de Tamar es un trágico recordatorio de ello.
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