“Voy a ser tu mayordomo
Y vos harás el rol de señora bien
O puedo ser tu violador
La imaginación
Esta noche todo lo puede”
La letra de “Juego de Seducción”, uno de los éxitos
musicales de Soda Stereo, bien puede servir como puerta de entrada a una
discusión que quizás no es tan común en América Latina, pero que sí es más
conocida en el país del norte: la controversia sobre la cultura de la
violación. Al tomar este ejemplo no pretendemos decir que Soda Stereo fuera un
grupo machista, sexista o misógino, como tampoco que su música o letras hayan
buscado incitar la violencia sexual contra la mujer. Nada de eso. Sin duda
muchas personas en el continente han bailado o se han enamorado al ritmo del
célebre grupo de rock y eso forma parte de las legítimas opciones de diversión
de diversos sectores de la población. Simplemente tomamos aquí el ejemplo de
uno de los temas favoritos de la banda para ilustrar lo que constituye
precisamente el quid del asunto que
tratamos, cual es: cuánta seriedad le asignamos al concepto “violación”, qué
tanto entendemos la violencia sexual como un problema social y contemporáneo. Por
cierto, todos sabemos que los compositores, artistas y músicos en general, y en
particular los del ámbito del pop y el rock, se toman muchas licencias a la
hora de explotar la creatividad en el arte, en especial cuando se trata de
hablar del amor y del sexo. Por lo mismo, nadie esperará que cada canción que
suena en la radio sea un concentrado de filosofía. Pero, por otro lado, también
tenemos conciencia que el arte es un reflejo más del mundo y de la sociedad en
que vivimos.
El concepto y lenguaje de la
cultura de la violación surgió durante los años 1970s, precisamente con el nacimiento
de la “segunda ola” del movimiento feminista en el hemisferio norte. 1975 es el
año clave en la definición del concepto, a través del premiado documental “Rape Culture” de Margaret Lazarus y el
quizás aún más influyente libro de Susan Brownmiller “Against Our Will”. La idea detrás del concepto es que la violación
no es un problema de ciertos delincuentes y sus víctimas, no es un problema de
individuos, sino un problema social, comunitario, un problema que tiene que ver
con una cultura que cobija, alimenta y hasta cierto punto protege el acto de
violación de mujeres. Las teóricas feministas de los años setentas y siguientes
afirmaron que la violación es un problema cultural en aquellas sociedades en
las que las mujeres no están empoderadas, donde subsisten diferencias
significativas entre hombres y mujeres en términos económicos, políticos,
educativos y laborales. Esas diferencias o esa falta de igualdad, sostiene el
argumento, lleva a la exaltación de lo masculino y a la denigración de lo
femenino, a que el hombre crea que está por encima de la mujer y en última
instancia a la violación, la expresión máxima de violencia contra la mujer.
Según lo ven las teóricas feministas, entonces, la violación es principalmente un
acto de poder, o mejor dicho de abuso de poder, por el que el hombre reafirma
su dominio sobre la mujer. Detrás de esta comprensión del fenómeno de la
violación hay una serie de supuestos teóricos que explican su origen, lo que
nos lleva a su vez a la discusión fundamental de cómo entender la violación y
la conducta del violador.
Hasta los años setentas la
violación era considerada por lo general el acto de un individuo desquiciado,
un paria social, un delincuente de baja estofa que no controlaba sus peores
instintos. La ley británica lo definía como “el conocimiento carnal de una
mujer, no su esposa, violentamente y contra su voluntad”. En general se
entiende que la violación comprende una compulsión forzada, donde la fuerza
puede ser física o de carácter sicológica. En términos también generales, se
entiende por violación la penetración vaginal, anal u oral por parte de un
ofensor, usando su cuerpo (pene, manos) o un objeto inanimado. En realidad
cualquier persona, hombre, mujer o niño, puede ser potencialmente víctima de violación
(la violación puede ser heterosexual u homosexual), pero las estadísticas y la
experiencia cotidiana indican que la abrumadora mayoría de las víctimas son
mujeres y que la mayoría de los atacantes son hombres, de donde surgen
preguntas claves, pero difíciles de responder, ¿por qué se produce la
violación? ¿Qué explica la conducta del violador como agresor sexual? ¿Cómo
entender la persistencia de esta violencia contra la mujer en particular?
El estudio de la literatura
científica sobre la violación da cuenta de los cambios en la mirada académica y
social acerca del tema. Hasta comienzos de los años setenta poco interés había
en las ciencias sociales sobre la violación; uno de los primeros estudios
propiamente tales, “Patterns in Forcible
Rape” (1971), de Menachem Amir, sería después muy criticado por las
feministas. Poco se avanzó en términos teóricos hasta el 2000, pero de la
bibliografía disponible sobre la investigación científica relativa al delito de
violación, dos textos presentan las teorías básicas: L. Ellis “Theories of Rape: Inquiries into the Causes
of Sexual Aggression” Hemisphere, New York (1989) y O. Jones “Sex, Culture and the Biology of Rape: Toward
Explanation and Prevention” California Law Review (1999) 87(4):827-942.
Tres grandes categorías teóricas surgen de esta literatura: la evolucionista (biocomportamiento),
la feminista (sociocultural) y la integrista. Las explicaciones evolucionistas
o basadas en el biocomportamiento sostienen el papel central de la biología o
más específicamente de los procesos de selección natural. En lo fundamental,
los teóricos evolucionistas consideran que la violación es una táctica de
copulación agresiva en respuesta a las presiones de selección natural que
operan sobre los machos. Por el contrario, la explicación feminista o
sociocultural sostiene que el placer sexual no es la causa primaria de la
violación, sino más bien que la agresión sexual es una forma masculina de
establecer y mantener dominio sobre la mujer; por tanto, la violación es una
conducta socialmente adquirida, transmitida y reforzada a través de la
aculturación de los hombres, que aprenden a considerar a las mujeres como
inferiores o sometidas. Los integracionistas, por su parte, operan sobre la
mezcla de distintos elementos de ambas teorías.
Lo cierto es que para el año
2000 se comenzó a expandir en el mundo académico norteamericano –
particularmente en la sicología, la sociología y la antropología – el cambio
teórico fundamental sostenido por las feministas: la violación dejó de ser vista
como un problema de un malhechor individual y su víctima, y pasó ser
considerado un problema social, un problema cuya solución compete al conjunto
de la sociedad que permite (¿ayuda?) a la perpetuación de la violencia contra
la mujer: el concepto de la cultura de la violación comenzó a tener sustento
teórico y social. Uno de los elementos que define la “cultura de la violación”
según sus teóricos es la distinta responsabilidad moral y social que esa
cultura coloca sobre hombres y mujeres. Para decirlo en términos más simples, en
la cultura de la violación la mujer es responsable (¿culpable?) de su propia
violación, mientras que el hombre… bueno, el hombre es un depredador sexual
innato, su tendencia natural es hacia la penetración; ergo, la mujer es responsable
de incitar/no incitar la conducta masculina (natural) de penetración. De la
mano con este predicamento van viejos mitos misóginos (heredados de griegos y
romanos), como el que señala que a la mujer le gusta la violencia masculina y
aún desea, secretamente, ser violada. Como la mujer es un agente sexual pasivo
y el hombre un agente sexual activo – otro mito grecorromano – a la mujer le
excita la idea de ser violada. Esta mitología explosiva estaría detrás de la
psiquis del violador: el comportamiento femenino es decodificado en términos
del instinto de violación. Así, cuando una mujer se viste de una manera
determinada, se comporta de un modo específico o se coloca en un lugar
inapropiado, todas estas distintas situaciones son procesadas en términos de un
solo mensaje sexual: “¡viólame!”. De ahí la típica sorpresa del violador al
ser acusado: ¡“Pero si ella quería tener sexo!”.
Es verdad que la competencia entre explicaciones
“biológicas” versus “culturales” supera con mucho el tema de la violación y forma
parte de una controversia bastante más voluminosa, sobre todo dado el carácter
del movimiento feminista. También es verdad que la idea de la “cultura de la
violación” – el concepto de que la sociedad es responsable por la misoginia
masculina que perpetúa la conducta del violador – es hoy en día objeto de
polémica y discusión en el hemisferio norte. Pero una cosa es indudable: la
violación sigue siendo un problema social significativo en muchas sociedades en
el mundo y Latinoamérica no es la excepción. Como tampoco podemos negar que los
viejos mitos misóginos heredados de la cultura grecorromana hace más de dos mil
años se han mantenido muchas veces incólumes hasta nuestros días y se perpetúan
en las mentes de muchos hombres de nuestro tiempo. De seguro griegos y romanos
habrían entonado con entusiasmo aquello de “puedo ser tu violador”.
En los próximos días mayores datos en facebook y un interesante link para descargar un excelente texto de consejería para víctimas de violación (en inglés).
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