El término cibernética fue acuñado por Norbert Wiener (1894-1964), un
matemático y físico norteamericano, en el verano de 1947, poco después del
término de la II Guerra Mundial. Wiener se inspiró en un vocablo griego,
“kubernetes”, que designaba al piloto o capitán de una nave en la antigua
Grecia. Curiosamente, la mayoría desconoce que esta palabra, kubernetes,
aparece ya en dos pasajes del Nuevo Testamento. Uno de ellos es Hechos 27:11: “Pero el centurión daba más crédito al piloto
(kubernetes) y al patrón de la nave,
que a lo que Pablo decía”. Precisamente la idea de un piloto o navegante que
guía o controla una embarcación, que le da el rumbo para navegar es lo que
Wiener quería dar a entender con el concepto cibernética. Wiener definió la
cibernética como “la ciencia de la
comunicación y el control en los seres vivos y en la máquina” y así aparece
en el libro que publicó en 1948 (“Cybernetics, or Control and Communication in
the Animal and Machine”).
Norbert Wiener fue un niño prodigio; ingresó a la Universidad de Tufts
a los 11 años y se graduó a los 14 años; después obtuvo su PhD en Harvard a los
18 años. Posteriormente prosiguió sus estudios de lógica simbólica en
Cambridge, Inglaterra, con el célebre filósofo Bertrand Russell y el matemático
Hardy. Wiener se especializó en física matemática y trabajó en campos tan
diversos como teoría cuántica, balística y tecnología de la comunicación
mientras trabajaba en el MIT, donde hizo clases desde 1919 hasta 1960. Fue en
los años 1920 – 1923 que se hizo conocido por primera vez por su investigación
del movimiento browniano; la descripción estadística desarrollada por Wiener
serviría después para el surgimiento de la teoría de procesos estocásticos. En
esto estaba cuando en 1940 se ofreció voluntariamente a trabajar para el
gobierno de Estados Unidos en las áreas de investigación científico-tecnológica
con miras a aplicaciones militares, dado que parecía inminente el ingreso del
país en la II Guerra Mundial. Por cierto, un detalle no menor, el interés de
Wiener por ayudar al esfuerzo bélico no sólo tenía que ver con su compromiso
como ciudadano; Wiener era judío – condición de la que sólo se enteró en la
adolescencia pues su padre le había ocultado este detalle – lo que estimuló el
firme propósito de contribuir a la derrota del fascismo.
El origen de la cibernética está inextricablemente relacionado con la
II Guerra Mundial. Como decíamos recién, Wiener comenzó a trabajar para el
gobierno en 1940, cuando se puso a las órdenes de Vannevar Bush (1890-1974),
quien era por entonces director del US
Office of Scientific Research and Development. Vannevar Bush era el zar de
la investigación en ciencias y tecnología con miras a aplicaciones militares,
es decir, era el hombre que coordinaba a la ingente dotación de científicos y
técnicos repartidos por el país y que trabajaban arduamente en nuevos proyectos
para fortalecer las capacidades militares de Estados Unidos ante la amenaza de
la guerra. Vannevar Bush fue profesor del MIT, director de Carnegie Institution en Washington y quien desarrolló el primer
analizador diferencial construido en el MIT en 1930 y que resolvía ecuaciones
diferenciales para enfrentar problemas de suministro eléctrico que aquejaban
por entonces a las empresas. Se trataba de un elemento más en una serie de
inventos que se aceleraron entre los años 1920s y 1930s y que constituyen el antecedente
histórico para el desarrollo posterior del computador. Vannevar Bush dirigía un
extraordinario equipo y entre sus alumnos estaba Claude Shannon, de quien
hablaremos luego y que jugó un papel muy importante en esta historia. Bush fue
además el autor de un artículo publicado en The
Atlantic Monthly en 1945 con el título “As We May Think” y en el que
predecía la importancia futura de los computadores e incluso la aparición de un
lenguaje computacional, lo que posteriormente se conoció como el lenguaje HTML;
en el fondo, el artículo de Bush representa la primera publicación impresa en
la que se delinea un concepto primitivo de la web o lo que después conoceríamos
como Internet. Algunas semanas más tarde ese artículo llamó la atención de Doug
Engelbart, un sargento de la marina estacionado en las Filipinas; el texto de
Bush le causó tal impresión que después de la guerra se dedicó a trabajar en
electrónica y en los años 60s inventó el famoso mouse o ratón característico de los computadores hasta nuestros días
(precisamente en este mes se cumplen 50 años desde la demostración que tuvo
lugar el 9 de diciembre de 1968, que los gringos llaman “the mother of all
demos”). De ahí que en los años 1990s ese visionario artículo de Bush fuera
rescatado del olvido y se convirtiera en lectura obligatoria de todo estudiante
de computación, al punto que algunos lo consideran el “padre de la
computación”. Pero eso no es todo. Para hacerse una idea de la genialidad de
estos hombres que trabajaban en las fronteras de la investigación de su tiempo,
Wiener y Bush ya preveían como factible la posibilidad de programar las
instalaciones de producción de una fábrica. Wiener lo describe así: “La noción de programar una planta ya se
había hecho familiar a través de los trabajos de Taylor y de Gilbreth sobre los
estudios de tiempo y ya estaba lista para aplicarse a las máquinas. Esto
ofrecía considerables dificultades de detalle pero no grandes dificultades de
principio. Yo estaba convencido en una fecha tan temprana como 1940 que la planta
automatizada estaba en el horizonte y así se lo informé a Vannevar Bush. El
consiguiente desarrollo de la automatización… me convenció de que estaba en lo
correcto en mi juicio y que este desarrollo sería uno de los grandes factores
que condicionen la vida social y técnica en la era por venir, la clave de la
segunda revolución industrial”. Es imposible enfatizar lo suficiente lo
profético de las palabras de Wiener, sobre todo ahora que vemos cómo la
automatización o la robotización están cambiando completamente el escenario
industrial y laboral.
Pero volvamos a Wiener y a Bush trabajando para el complejo militar –
industrial estadounidense. En agosto de 1940 la Luftwaffe comenzó la Kanalkampf, o lo que los británicos
llamaron “la batalla de Inglaterra”, es decir, el bombardeo sistemático de sus
principales ciudades e industrias, en operaciones que tenían lugar tanto de día
como de noche. El fuego anti aéreo era la única defensa disponible contra los
bombarderos, pero su eficiencia dejaba mucho que desear. Por ello no debe
sorprendernos que Wiener se aplicara específicamente al estudio del fuego anti
aéreo, a su optimización. Para tal fin en enero de 1941 Wiener incorporó a su
equipo al ingeniero eléctrico Julian Bigelow (1913-2003), que también venía del
MIT y además era piloto, y juntos se abocaron a desarrollar un modelo, un
predictor matemático, que optimizara la capacidad de la artillería para
derribar aviones enemigos. Lamentablemente para Wiener y su equipo, la
dificultad en obtener datos precisos para alimentar el modelo, entre otros
problemas, llevaron a que el proyecto se cancelara en enero de 1943 sin haber
logrado su objetivo inmediato. Pero pese a este fracaso, el modelo del
predictor anti aéreo iba a tener otras consecuencias inesperadas. Y es que
mientras trabajaba en el proyecto Wiener comenzó a vislumbrar las implicancias
filosóficas del estudio. Ocurre que el modelo trabajaba sobre la base de
predecir el comportamiento futuro de un avión que zigzaguea en vuelo para
evadir los proyectiles, mientras los artilleros en tierra ajustan el cañón para
adivinar la siguiente posición del avión. Es decir, la predicción de la
cambiante posición del avión se convierte en un insumo, una retroalimentación,
para la respuesta anti aérea. Traducir esto en el modelo predictor suponía
simular el comportamiento humano, pues ahora una máquina debería hacer lo que
hacían los artilleros, pensar como uno de ellos e interpretar el pensamiento de
otro, el piloto del avión; dicho en otras palabras, el predictor anti aéreo
debía “aprender”. Así que por esta vía el predictor anti aéreo llevó a Wiener y
a su equipo a meter en la ecuación el comportamiento humano; de hecho, Wiener y Bigelow van a decir que “el piloto se comporta como un servomecanismo”.
De haber tenido éxito, el predictor anti aéreo habría tenido que ser algún tipo
de máquina capaz de entender el comportamiento de las personas y anticiparse al
mismo, es decir, una analogía entre el comportamiento humano y una operación
del tipo servomecanismo (un equipo de control basado en la retroalimentación);
en otras palabras, un tipo de máquina que no existía en ese momento.
Antes de continuar será bueno hacer una pequeña digresión sobre
nuestra materia. En los años 1930s Wiener comenzó a interesarse por la
aplicación de las matemáticas en la biología, cuestión por entonces en boga
justo en la época en que modelos matemáticos iban a dar una nueva vida a la
teoría de la evolución de Darwin. En su caso, Wiener canalizó este interés
tomando parte activa en el Philosophy of
Science Club, una instancia interdisciplinaria para discutir sobre el
método científico, pero donde los médicos eran mayoría, así que el cerebro y la
investigación neurológica eran prioritarios en la agenda. Fue allí donde Wiener
comenzó a interesarse en la ciencia del cerebro y allí también donde trabó
amistad con el cardiólogo mexicano Arturo Rosenbluth (1900-1970). Esta relación
daría frutos años más tarde cuando Wiener, Bigelow y Rosenbluth publican en
1943 en la revista Philosophy of Science
un artículo titulado "Behavior,
Purpose and Teleology”. Este artículo es considerado el documento
fundacional que da inicio a la cibernética, aunque como dijimos antes el
concepto de cibernética propiamente tal Wiener lo usará por primera vez recién
en 1948; el argumento central de esta publicación sostiene que el
comportamiento humano en lo que se refiere a alcanzar objetivos está gobernado
por los mismos principios de retroalimentación que se observan en los
servomecanismos. La analogía que surge aquí supone un giro conceptual, incluso
filosófico, fundamental y es que los humanos – y por extensión los seres vivos
en general – exhiben comportamientos comparables a las máquinas o al menos a
cierto tipo de máquinas. En el proceso Wiener desarrolló además una nueva terminología,
lo que el investigador Slava Gerovitch denomina cyberspeak (“cyberlenguaje”), combinando conceptos tomados de
diversas disciplinas: homeostasis y reflejo de la fisiología, comportamiento y objetivo a partir de la sicología, control y retroalimentación
de la ingeniería, entropía y orden a partir de la termodinámica, teleología de la filosofía, extrapolación a partir de las
matemáticas y señal, ruido e información a partir de la ingeniería de la comunicación. Es
imposible exagerar la importancia de esta idea revolucionaria. Un investigador
reciente, Peter Galison, comparaba el planteamiento de Wiener con el de Darwin:
así como Darwin borró la separación entre el hombre y los animales haciendo de
ambos el resultado de un mismo proceso, así también Wiener terminó con la
distinción entre humanos y máquinas. Claro que en este caso no es la biología
el nexo que enlaza a hombres y máquinas, sino la información: lo que tienen en
común las personas y las máquinas es la información o mejor dicho el flujo o intercambio
de información. Este principio fundamental de la naciente cibernética va a
tener profundas consecuencias que analizaremos en este y futuros programas.
Años más tarde, en 1950, al confrontar comentarios críticos a esta mezcla de
humanos y máquinas, Wiener y Rosenbluth van a escribir: “También queremos explicar por qué usamos los términos humanísticos
propósito y teleología en la explicación del comportamiento de algunas
máquinas… creemos que los hombres y los demás animales somos como máquinas desde
el punto de vista científico porque creemos que los únicos métodos fructíferos
para el estudio del comportamiento humano y animal son los métodos aplicados
asimismo al comportamiento de los objetos mecánicos. Por lo tanto, nuestra
principal razón para seleccionar los términos en cuestión era enfatizar que,
como objetos de interés científico, los humanos no se diferencian de las
máquinas”.
Por lo pronto digamos que esta asimilación entre hombres y máquinas per se no es algo nuevo. Ya en el siglo
XVI el famoso médico italiano Vesalio había comparado el cuerpo humano con una
máquina donde el corazón, por ejemplo, hacía las veces de una bomba mecánica.
En la Francia de 1599 Henri de Monantheuil publicaba un libro en el que
describía a Dios como un “mechanikos”
y donde el universo no era más que “una
máquina… indudablemente el más poderoso, práctico y elegante designio de todos
los tiempos”. En el siglo XVII el filósofo francés Descartes fue uno de los
primeros en sistematizar la idea del cuerpo físico como una máquina donde los
órganos funcionan como aparatos mecánicos. Por aquellos años ya se comenzaba a
discutir si sería factible alguna vez construir una máquina que hablara o
pensara, cuestión imposible para Descartes porque la capacidad humana de pensar
y de hablar constituyen parte del don del alma humana otorgada por Dios y por
tanto fuera del alcance de un aparato hecho por el hombre. De una idea
contraria era el inglés Hobbes, para quien el raciocinio humano era algo así
como un motor de cálculo donde los pensamientos podían ser el resultado de
operaciones matemáticas; así que, al menos en teoría, Hobbes creía que sería
factible construir una máquina que pensara y hablara, sólo que tendría que ser
una muy sofisticada. Otra luminaria de la época, el alemán Leibniz – que algo
sabía de matemáticas – construyó en 1671 el calculus
ratiocinator, una máquina para desarrollar operaciones matemáticas
repetitivas. Leibniz estaba fascinado por tales inventos, pero con todo, el
filósofo alemán estaba de acuerdo con Descartes en que las máquinas no pueden
ni jamás podrían “pensar” como un ser humano. Las disquisiciones de Descartes,
Hobbes, Leibniz y sus contemporáneos nos debieran recordar que el ingente
desarrollo de las máquinas a comienzos de la era moderna ya despertaba las
primeras inquietudes respecto a su relación con los seres humanos, como quedó
plasmado en una de las maravillas mecánicas que se trató de construir en
aquella época, el autómata. También en el siglo XVII surgió la “filosofía
mecánica”, lo que nos una idea del creciente impacto de las máquinas en la
cultura europea. Así que, en resumen, la cuestión de la relación entre máquinas
y personas o de la posibilidad de las máquinas de pensar no es un tema nuevo
postulado por la cibernética, pero donde sí la cibernética aporta un cambio
radical es en el marco conceptual, teórico, que sustenta una nueva cosmovisión,
sobre todo una nueva comprensión del cerebro.
El descubrimiento de la electricidad a fines del siglo XVIII daría pie
a una explosión de nuevas tecnologías en el siglo XIX, como el telégrafo, el
fonógrafo, la fotografía y el cine, y varias de estas nuevas tecnologías
servirían a su vez para alimentar nuevas metáforas sobre el cuerpo y en
particular el cerebro humano. El creciente desarrollo de las máquinas y la
tecnología llevarían incluso a las primeras formulaciones filosóficas para
explicar su importancia y consecuencias en la cultura moderna. Así, en 1877 el
filósofo alemán Ernst Kapp publicó Grundlinien
einer Philosophie der Technik (Bosquejo de una Filosofía de la Tecnología),
un clásico en lengua germana, el primer libro en el que se usa el concepto
“filosofía de la tecnología” y en donde Kapp presenta una teoría de la
proyección o la novedosa idea de que las distintas tecnologías o herramientas
no son otro cosa que prolongaciones de los órganos o de la anatomía del cuerpo.
Por ejemplo, el martillo es una prolongación del puño, las poleas una
prolongación del brazo, la cámara – fotográfica o de cine – una extensión del
ojo y hasta el sistema ferroviario podría entenderse como una analogía del
sistema circulatorio. Este visión seminal de Kapp de cómo entender la
tecnología y las máquinas en relación con las personas va a ser retomada
después por otros autores, como Peter Englemeier en Rusia, el alemán Friedrich
Dessauer, el francés Gilbert Simondon, el español Juan David García Bacca y
sobre todo su versión actual más famosa en el canadiense Marshall McLuhan. Pero
en el siglo XX y en especial en tiempos de la II Guerra Mundial todas estas
metáforas serán superadas por la del computador como símil del cerebro. Y con
el computador y el cerebro volvemos otra vez a Norbert Wiener y a los orígenes
de la cibernética.
La cibernética dio un gran impulso a la metáfora del cerebro como una
computadora; de hecho fue la imagen acaso más poderosa del cerebro en la
segunda mitad del siglo XX y aun cuando en la actualidad la neurociencia ha
descartado esa asociación por considerar al computador como una equivocada y
pobre imagen para reflejar la complejidad del cerebro humano, la mirada
cibernética a la relación entre humanos y máquinas sí que se ha mantenido a lo
largo del tiempo. Al poner el centro de la investigación en la información y
los intercambios o flujos de información, la cibernética postuló que hay algo
que es común y subyace a todos los sistemas biológicos, a las máquinas y al ser
humano, pues todos funcionan en base a flujos de información. Cuando Wiener
afirmaba, como vimos antes, que el piloto se comporta como un servomecanismo,
lo que quería decir es que lo que es común a ambos es que tanto la respuesta
del piloto como del servomecanismo están dadas por la información que maneja
cada uno o los flujos o intercambios de información con el medio. Es atendiendo
a la información que Wiener puede afirmar que el comportamiento de la persona y
el servomecanismo son equivalentes. Desde el punto de vista del análisis
cibernético que propone Wiener la estructura interna de ambas partes – la
estructura biológica del piloto o la estructura mecánica del servomecanismo –
es irrelevante, lo que importa es el flujo de información con el medio. Para
expresar esta idea con más fuerza Wiener tomó prestada de la ingeniería de la
época el concepto de “caja negra” y al usar esta terminología precisamente
quería destacar que el que se trate de una persona o de una máquina da lo
mismo, que lo que importa de verdad es el manejo de la información y que desde
el punto de vista del manejo de la información una persona y una máquina pueden
ser equivalentes. Esta primacía de la información postulada por Wiener y que
constituye el centro del proyecto cibernético va a dar paso en las décadas
siguientes al valor de la información per
se, independiente del receptáculo físico o material que la contenga, es
decir, a que existe una entidad – la información – cuyo valor en sí mismo
persiste aunque esa información se haya liberado ya sea de su origen biológico
en un ser vivo o de su origen material en un equipo o una máquina. El momento
cultural presente se caracteriza por la creencia de que la información puede
circular inmutable entre diferentes sustratos materiales. Por esta vía, la
cibernética pavimentó el camino para entrar en la era de la información.
A partir de este carácter transversal de la información quizás podamos
comenzar a entender otra característica fundamental de la nueva disciplina
cibernética: su carácter inter disciplinario. Recordemos que el célebre
artículo de 1943 fue redactado por un físico matemático, un ingeniero eléctrico
y un cardiólogo. La posibilidad de que el lenguaje y la metodología cibernética
sirvieran a distintos profesionales de la ciencia fue otro de los grandes
atractivos que impulsaron el crecimiento de la obra de Wiener. La instancia que
canalizó este aspecto fue sin duda la serie de Conferencias Macy, que tuvieron
lugar entre 1943 y 1954 y que se denominan así por haber sido auspiciadas por Josiah Macy Foundation; el
neurofisiólogo Warren McCulloch fue su chairman
o presidente. Estas conferencias o charlas reunieron a físicos, ingenieros
eléctricos, filósofos, semánticos, economistas, biólogos, médicos,
antropólogos, sicólogos y un largo etcétera. Entre los genios que convocaron
estas conferencias estaba, por ejemplo, Ralph Gerard – a quien se atribuye
haber acuñado el término “neurociencia” a fines de los 1950s. Entre los
matemáticos, aparte de Wiener, estaba John von Neumann, uno de los autores de
la teoría de juegos, era talvez el mayor teórico en computadores de la época y
su visión fue básica para la analogía cerebro-computador. También estaban allí
el matrimonio de antropólogos británicos formado por la célebre Margaret Mead y
Gregory Bateson (1904-1980). En capítulos anteriores de esta serie sobre Silicon
Valley nos topamos con Bateson apropósito del Catálogo de Toda la Tierra y Stewart Brand en la contracultura
hippie. Para Bateson la cibernética era “el
mayor mordisco al Árbol del Conocimiento que la humanidad ha hecho en los
últimos 2.000 años”. Heinz von Förster, un emigrado austriaco, director del
Biological Computer Laboratory de la Universidad de Illinois (1958-75) y editor
de los reportes de las Conferencias Macy, iba a dar inicio a otra etapa de la
cibernética en los años 1960s. Por cierto, hubo también otras instancias fuera
de Estados Unidos donde la comunidad cibernética pudo reunirse, como el Ratio Club en Inglaterra entre los años
1949 y 1955 y la contraparte europea de las Conferencias Macy, el I Congreso
Internacional de Cibernética o Conferencia de Namur que tuvo lugar en 1956 en
esa ciudad belga.
Aparte de Wiener, entre los pioneros de la cibernética se encuentran Ross
Ashby (1903-1972), Warren McCulloch y Grey Walter (1910-1977). Notar que, salvo
Wiener, los demás llevaron a cabo la mayor parte o la totalidad de su carrera
en la investigación del cerebro humano,
a menudo en ambientes asociados a la siquiatría. La teoría cognitiva y la AI
(inteligencia artificial) de la actualidad son pruebas de la relación histórica
entre la cibernética y las ciencias de la mente. Además, Ashby y Walter ganaron
cierto renombre en la prensa de fines de los 50s y comienzos de los 60s por
crear algunas de las primeras “máquinas pensantes” o lo que podríamos denominar
robots primitivos. Ashby creó un homeostato y Walter una “tortuga” que era
capaz de desplazarse, reconocer obstáculos y esquivarlos; lo que nos advierte
la diferencia entre las estructuras cibernéticas y las que no lo son. Las
estructuras no cibernéticas están diseñadas para permanecer, para resistir
firmes el paso del tiempo, incólumes a las acciones de la naturaleza: un puente
es un buen ejemplo de ello. La base de su funcionamiento es permanecer, no
adaptarse a la naturaleza. Lo mismo puede decirse de edificios, autos o
televisores. Por el contrario, los aparatos cibernéticos son mecanismos
adaptativos, están diseñados para ser sensibles y responder a los cambios en su
entorno. Transgresores de la distinción entre lo animado y lo inanimado, entre
lo vivo y lo inerte, ejemplos de la “vida mecánica”.
La aventura cibernética, como decíamos recién, se extendió a
diferentes ambientes científicos y uno de ellos desde sus orígenes fue el de la
biología. McCulloch era neurofisiólogo, de la misma forma que Ashby y Walter
trabajaron sobre sistemas neuronales, así que las neuronas y las redes
neuronales fueron contempladas también como sistemas de información. Cuando en
1953 Francis Crick y James Watson dedujeron la estructura del ADN, pronto se
comenzó a hablar de que estábamos en presencia de un “código genético”. Código era un término común en la
terminología cibernética. Dado que el ADN fue descrito como un tipo de
escritura alfabética dotada de cuatro letras (AGCT), el ADN podía entenderse entonces
como un sistema de información.
Pronto el ADN, los cromosomas, los genes, incluso los ecosistemas, todo fue
visto como sistemas que operan bajo principios cibernéticos de flujos de
información.
Pero las experiencias cibernéticas no se restringieron sólo a
potencias del hemisferio norte. Un caso muy especial es el que tuvo lugar en
Chile a inicios de la década del 70 y que nos servirá como ejemplo para introducir
otro aspecto de la cibernética, su derivada social y política. Aunque
desconocido para la mayoría, la cibernética llegó a Chile en los años 50s en un
reducido grupo de ingenieros y científicos. Más tarde dos biólogos, Francisco
Varela y Humberto Maturana, quizás los
dos biólogos chilenos más destacados del siglo XX, tomaron un rol activo en la
investigación cibernética. En 1959, mientras era estudiante en Harvard,
Humberto Maturana colaboró junto a renombrados exponentes de la cibernética
como Warren McCulloch, Jerome Lettvin y Walter Pitts en un artículo titulado “What
the Frog’s Eye Tells the Frog’s Brain”; ello explica que Maturana fuera el
principal nexo entre Chile y la comunidad cibernética internacional. Pero con
la elección de Salvador Allende en 1970 la cibernética en Chile dio un nuevo e
inesperado giro: el Proyecto Cybersyn (Synco). Se trataba de una
idea ambiciosa para la época: implementar un diseño cibernético para gestionar
toda la producción industrial del país. El líder político del proyecto era
Fernando Flores (CORFO), quien contrató al inglés Stafford Beer (1926-2002)
como principal consultor del mismo. Stafford Beer pertenecía a lo que se
conoció como la “segunda generación de cibernéticos”. Beer es un caso muy
especial, porque a diferencia de la mayoría de los cibernéticos que trabajaban
en el ámbito de las ciencias del cerebro, Beer se especializó en el management, es decir, en la aplicación
de la cibernética al mundo de la administración empresarial e industrial. De hecho, el “padre de la cibernética”,
Norbert Wiener, se refería a Beer como el “padre
del management cibernético”. Beer solía decir que hay tres clases de
sistemas, el “simple”, el “complejo” y el “extraordinariamente complejo”
(“exceedingly complex systems”). Para Beer los dos primeros podían ser
resueltos con las armas de la tecnociencia moderna, mientras que la tercera
categoría – los sistemas extraordinariamente complejos, entre los cuales Beer
incluía el cerebro, la empresa y la economía – sólo podían abordarse con un
enfoque cibernético. En 1970 Beer dejó una exitosa carrera en el mundo
empresarial para comenzar su labor como consultor independiente y Chile fue el
primer caso en el que probó su propuesta cibernética. Lo cierto es que el clima
de la Guerra Fría y la inestabilidad social y política que vivió el país desde
1972 hicieron inviable esta iniciativa; por último, el golpe de estado de septiembre
de 1973 puso fin al proyecto, lo que afectó profundamente a Beer. Humberto
Maturana decía que Beer llegó a Chile como un “businessman” y dejó el país
convertido en un “hippie”. Hombre de muchas inquietudes, poeta, escritor,
ensayista; entre sus obras se cuenta “Cybernetics and the Knowledge of God”, un
título que puede sonar extraño, pero lo cierto es que la conexión entre la
cibernética y lo metafísico o lo espiritual arranca desde los inicios mismos de
esta nueva disciplina, en los escritos de Norbert Wiener, cuestión a la que
volveremos en breve. Lo concreto es que tras el abrupto fin del proyecto Cybsersyn Maturana y Varela – que no
formaban parte del mismo - siguieron por su parte trabajando en el campo de la
investigación cibernética, en la línea de Heinz von Förster. En 1973 ambos
biólogos publicaron “De máquinas y seres vivos” – un texto con un título muy cibernético
– en el que introducen el concepto de autopoiesis;
la versión en inglés, “Autopoiesis and Cognition: The Realization of the
Living” (1979), fue prologada por Stafford Beer. En ambas obras Maturana y
Varela desarrollaron lo que se llamó la cibernética de segundo orden, donde
presentan una epistemología que mira al mundo como sistemas de información
cerrados. En palabras simples, el concepto de autopoiesis significa que un organismo sobrevive produciéndose a sí
mismo. El concepto de autopoiesis
resultó muy importante para la comunidad cibernética, entre otras cosas, porque
contribuyó a la construcción de una teoría cibernética de la conciencia, un
campo de investigación liderado por Stafford Beer, Gordon Pask y Heinz von
Förster.
El caso chileno nos sirve además para repasar la curiosa relación
entre cibernética y política. Curiosa, porque en las conferencias Macy hubo una
casi total ausencia de discusión política. Norbert Wiener ha sido descrito como
un humanista liberal, pero este hombre liberal convivía con un pesimismo
político que tal vez era compartido con otros integrantes del círculo
cibernético. Bueno, había razones para ser pesimistas: Wiener y sus colegas
habían vivido la debacle de las democracias ante los fascismos y después fueron
testigos de una nueva confrontación, la Guerra Fría y con ella la caza de
brujas del macartismo en Estados Unidos. Pero varios expertos han notado que
este pesimismo político era compensado con un optimismo tecnocientífico, con la
visión de la cibernética como una nueva esperanza y tal parece que Wiener
confiaba que la cibernética sería un nuevo apoyo para una democracia liberal.
Al otro lado de la frontera, en la década del 1950 la Unión Soviética entró en
contacto con la cibernética y un documento oficial de 1954 definía a la
cibernética como una “seudo ciencia
reaccionaria” y “un arma ideológica
de la reacción imperialista”. Pero tras la muerte de Stalin y con el
ascenso al poder de Nikita Krushev la nueva disciplina ganó popularidad y a
principios de la década del 60 era considerada una “ciencia al servicio del comunismo”, definición que debe haber
dejado atónito a Wiener. Stafford Beer, líder del proyecto CyberSyn en Chile,
era un hombre de inclinaciones más bien socialdemócratas y su visión de un
diseño cibernético en el gobierno socialista de Allende estaba años luz de
distancia de la realidad soviética. En este enrevesado paisaje político hay que
agregar otro dato curioso: al menos en los años 1950s las conferencias Macy
contaron con financiamiento de la CIA como sostiene el historiador de la
ciencia Steve Joshua Heims en su libro “The Cybernetics Group”; el puente entre
la CIA y la comunidad cibernética habría sido Frank Fremont-Smith, el director
médico de la Fundación Macy y que más tarde sería además codirector de la World Federation for Mental Health
(WFMH). No deja de ser irónico que la
CIA haya financiado las charlas cibernéticas de los años 1950s y que dos
décadas después la misma CIA financiera a su vez la caída de Allende que puso
fin al ambicioso proyecto cibernético liderado por Stafford Beer. Las vueltas
de la vida; la cibernética sirvió en esos años para proyectos políticos del más
diverso signo.
El cyberspeak o ciberlenguaje, la parafernalia
conceptual y la nueva terminología asociada a la cibernética tuvieron también un
enorme impacto en el campo de la ciencia ficción. Así, por ejemplo, una serie
de conceptos usados por Wiener en sus libros sobre cibernética – entropía, el
demonio de Maxwell, feedback o retroalimentación, servomecanismos – se popularizaron
en el lenguaje de escritores y cineastas de las décadas del 50 y 60. Entre los
escritores que absorbieron la cibernética están John Barth, Donald Barthelme,
Thomas Pynchon, William S. Burroughs, Kurt Vonnegut en su novela Player Piano de 1952 y por su puesto
Philip K. Dick, cuy novela “Do Androids
Dream of Electric Sheep?” de 1968 serviría de inspiración para la película
de Ridley Scott Blade Runner (1982),
considerada un clásico de la ciencia ficción. Antes incluso, los libros de Grey
Walter habían influido a escritores como Aldous Huxley, Timothy Leary o William
Burroughs. Igualmente importante fue el impulso cibernético para que los
autores de ciencia ficción desarrollaran nuevas formas de expresión. Un ejemplo
clásico es el término “ciberespacio”. Corría el profético año 1984 (George
Orwell mediante) y mientras James Cameron filmaba Terminator en Los Ángeles, el estadounidense William Gibson, un
autor de un subgénero de la ciencia ficción conocido como cyberpunk, introduce por primera vez el término “cyberspace” (un “datascape” o paisaje de datos) en la novela
“Neuromancer”, la obra que lo convirtió en el primero en ganar la “triple
corona” de la literatura de ciencia ficción en Norteamérica: Nebula Award, Philip K. Dick Award y Hugo
Award. El héroe de la novela es un hacker llamado Case y curiosamente ese
mismo año 1984 se celebró en California la primera Conferencia de Hackers de la
historia, organizada entre otros por Stewart Brand. Un detalle no menor es que
el género de la ciencia ficción y el subgénero del cyberpunk tuvieron alta demanda entre los
geeks, hackers y hippies de la bahía de San
Francisco, los fundadores de Silicon Valley; de hecho Neuromancer causó un profundo impacto entre estudiantes, académicos
y científicos de la computación. En 1987, Stewart Brand decía en “The Media
Lab”: “La ciencia ficción es la literatura en el MIT. La biblioteca
del campus tiene una colección tan grande como una tienda especializada de
ciencia ficción”. Esta relación entre ciencia ficción y cibernética tendrá
también aspectos espirituales que repasaremos en breve.
La cibernética minó una antiquísima tradición occidental: la
distinción entre humanos y cosas (dualismo cartesiano). Los humanos ya no somos
tan distintos a las cosas que nos rodean: debajo de la piel, la máquina y el
hombre son hermanos, hermanos de
información. Como adelantábamos al hablar de las “cajas negras” la
cibernética no se interesa en organismos, objetos o personas, sino en procesos.
El más relevante de todos los procesos es el procesamiento de la información.
El yo cibernético es menos una persona y más un fluir en el cosmos: potencial
convergencia con la filosofía y espiritualidad orientales. Y aquí entramos en
la conexión entre la cibernética y lo espiritual. Curiosamente, mientras
destruía el dualismo cartesiano, la cibernética originó un nuevo dualismo: el
dualismo información / materia. Esto supone que la información es una categoría
aparte de la materia y más importante que la materia o la energía. Vendría a
reemplazar a otros dualismos históricos: cuerpo/alma o cuerpo/espíritu. Visto
así, la información sería el equivalente moderno (o postmoderno) de categorías
tradicionales como alma o espíritu. Como veremos más adelante, al igual que el
alma o el espíritu, la información será investida por algunos con
características cuasi místicas. La lógica detrás de este dualismo y de la preeminencia dada a la
información es muy sencilla: la materia tiende a la decadencia y la extinción
(entropía), la información, por el contrario y al igual que el espíritu, no
está sujeta a ningún principio físico de descomposición. Ergo, la información es más trascendente que la materia. Además, la información es superior a la
materia porque es el sustrato fundamental que conecta lo vivo (biología) con lo
no vivo (tecnología): la información puede hacer el viaje de la biología a la
tecnología y viceversa, lo que la materia no puede hacer. Toda esta concepción
fue posible porque la cibernética se basaba en una sofisticada teoría de la
comunicación que abstraía a la información tanto de la materia (medio) como del
significado (contexto). Esta teoría fue desarrollada paralelamente por Wiener y
por el ingeniero Claude Shannon (1916-2001), el padre de la moderna teoría de
la información. No es extraño que en esta visión ingenieril importara menos
para el análisis la complejidad del significado o el contenido de la
información transmitida que la eficiencia de la transmisión misma o señal. Pero Wiener y Shannon discreparon en un punto
significativo: Shannon igualó la señal transmitida (información) con la
entropía, Wiener no. “En control y
comunicación siempre estamos luchando contra la tendencia de la naturaleza a
degradar lo organizado y a destruir el significado”. Así, entonces, para
Wiener la información es algo positivo, nuestro aliado en la lucha contra la
segunda ley de la termodinámica (entropía). Fue tal el impacto que iba a tener
esta idea información vs entropía, que sirva como ejemplo que el célebre
antropólogo francés Claude Levi-Strauss propuso en algún momento sustituir el
concepto de antropología por el de “entropología”.
La sugerencia de Wiener de las capacidades de los sistemas de información para
traer orden sobre el caos abrirá la puerta para
investir a la información de rasgos cuasi divinos.
Otra derivada notable de la cibernética fue el efecto que tuvo en la
comunidad contracultural de la bahía de San Francisco. La contracultura adoptó postulados
cibernéticos afines a su crítica de la sociedad norteamericana: el carácter
interdisciplinario, no jerárquico de la cibernética; la visión holística de que todo es uno, todo
está conectado por la información; el logro de la trascendencia a través de la
información, en contraste con la superficialidad o materialismo del
“mainstream” estadounidense; la promesa de equilibrio y control entre biología
y máquina. Sin duda el principal actor de esta adopción de la cibernética por
la contracultura fue el WEC de Stewart Brand y su conexión con el
back-to-the-land movement. Brand logró, por ejemplo, que estrellas de la
cibernética como Stafford Beer y Heinz von Förster escribieran comentarios
sobre literatura cibernética para el WEC y por esa vía los lectores de la
contracultura tuvieron un conocimiento de primera mano sobre autores y materias
de interés cibernético. Muy celebrada fue, por ejemplo, su entrevista en 1972 a
Margaret Mead y Gregory Bateson. La mezcla de la visión cibernética con los ideales
de la contracultura de los 60s llevó a que herederos de las comunidades hippies
abrazaran tempranamente la tecnología del PC, personal computer. El computador, que había nacido en la costa este
como una maquinaria gigante, al amparo de los teóricos del MIT y emblema de la
burocracia y las corporaciones norteamericanas, al emigrar a la costa este redujo
su tamaño y se convirtió en símbolo de la libertad humana soñada por los
hippies.
Por último, vamos a la
relación entre cibernética y religión. Hablamos de una conexión cuyos orígenes
están en el mismo Norbert Wiener, en el lenguaje de “maniqueísmo” y
“agustinismo” que empleó para referirse en sus comienzos al nuevo paradigma
cibernético entre información y caos, o información y entropía. Por ejemplo, al
comienzo de su libro “The Human Use of Human Beings” Wiener escribe: “El científico siempre trabaja para descubrir
el orden y organización del universo y por lo tanto juega un juego contra el
archienemigo, la desorganización. ¿Es este un demonio maniqueo o agustino? ¿Es
una fuerza contraria que se opone al orden o es la verdadera ausencia del orden
mismo?” Resulta llamativo que al describir la lucha del científico contra
la entropía o desorden del universo Wiener recurra a adjetivos como “maniqueo”
o “agustino”, es decir, a una metáfora basada en la historia y la teología
cristiana de fines del imperio romano. Décadas después Galison va a referirse a
la investigación de operaciones, la cibernética y la teoría de juegos como “las ciencias maniqueas”; en palabras de
Galison, “la cibernética, la ciencia del
navegante, hizo del control un ángel y del desorden un demonio”. Se trata,
pues, de una metáfora religiosa o teológica que perduró en el tiempo. Ahora
bien, hay que precisar que la cibernética per
se no supone ninguna postura religiosa en particular: ser cibernético no
significa firmar por ninguna religión. Por otro lado, como hemos tratado de
explicar a lo largo de este programa, la cibernética sí dio pie a una serie de
metáforas – como la que acabamos de comentar – que se relacionaron directa o
indirectamente con lo que podríamos denominar lo religioso o espiritual. Ya vimos
que Wiener acudió a la tradición teológica judeocristiana. Pero fuera de las
manos de Wiener la conexión entre cibernética y religión abandonó el pasado
judeocristiano y se desplazó rápidamente hacia el lejano oriente, hacia las
religiones y el misticismo oriental. Algunos colegas y sucesores de Wiener
hallaron un espacio más afín a la visión cibernética en el hinduismo y sobre
todo en el budismo. ¿Por qué esto fue así? Quizás la mejor respuesta esté en
una de las características del círculo cibernético original alrededor de 1950,
donde las ciencias de la mente y en particular la siquiatría y la neurociencia
tuvieron un papel preponderante. Las investigaciones siquiátricas y sicológicas
representadas por personajes como Grey Walter, Ross Ashby y Gregory Bateson,
por mencionar algunos, despertaron un renovado interés por el funcionamiento de
la mente y en especial por los “estados alterados de conciencia”, es decir, por
estados mentales que eran difíciles de explicar en términos de la siquiatría de
la época. La esquizofrenia era un buen ejemplo de un hueso duro de roer para
los siquiatras, justo en momentos en que técnicas como el electroshock parecían
ser estériles mientras surgían otras más esperanzadoras representadas por las
drogas sicodélicas como el LSD. En ese tráfago se plantearon otras formas de
entender el Yo, una ontología distinta a la que era tradicional en occidente y
que tenía muchos paralelos con formas de expresión del yo que se podían
encontrar en las culturas orientales. El yogi
o maestro del yoga y la meditación oriental resultó de especial interés para
hombres como Walter, Ashby y Bateson, porque planteaba otro camino a la
siquiatría en que ellos habían sido entrenados. En The Living Brain (1953), Grey Walter ensayó la aproximación cibernética
a alteraciones mentales como la esquizofrenia y la epilepsia pero también
ensayó una lectura cibernética de las experiencias de los yogis y fakirs de la
India y propuso entender el nirvana oriental como una “experiencia de homeostasis”. Walter tuvo un largo interés en
fenómenos mentales que no se podían explicar por la ciencia de su tiempo,
cuestión que lo acercó a la Society for
Psychical Resarch, la institución británica que desde fines del siglo XIX
buscaba una explicación científica a fenómenos paranormales como el espiritismo
tan en boga en esa periodo. Walter conoció a la controversial médium irlandesa
Eileen Garrett (1893-1970), considerada por algunos la síquica más importante
del siglo XX, asistió a sus charlas de parasicología y a sesiones espiritistas
para entender ese tipo de fenómenos, los que Walter trató de interpretar en
términos de la naturaleza eléctrica del cerebro. Algo parecido ocurrió con Ross
Ashby, quien ya en 1930 aceptaba la realidad del fenómeno espiritista; en
adelante Ashby mantuvo un constante interés en la clarividencia, eventos de
posesión, médiums e hipnotismo y también coincidió con Walter en identificar el
nirvana con la homeostasis cibernética, es decir, como una condición o estado
de equilibrio (Ashby hablaba de la “nirvanofilia” y llegó a definirse a sí
mismo como “nirvanofílico”). En lo que respecta a Gregory Bateson, ya hemos
visto que fue un personaje fundacional en los inicios de las conferencias Macy
y tanto él como su compatriota escocés Ronald David Laing (1927-89) tuvieron un
largo interés en la esquizofrenia, a la que caracterizaron como “visionaria” en
un sentido espiritual, lo que los llevó a desarrollar una confluencia para
ellos natural entre cibernética, siquiatría y budismo. Sus compatriotas Alan
Watts - quien popularizó el budismo Zen en California - y el célebre escritor
Aldous Huxley siguieron más o menos un camino similar: todos ellos unieron el
interés por el estudio de la mente, el consumo de LSD y la investigación del
misticismo oriental. Alan Watts, por ejemplo, en su libro The Way of Zen (1957) intenta explicar el karma, un concepto básico del budismo, a partir de la noción
cibernética de la “ciencia del control”; Watts escribe: “la filosofía budista debiera tener un especial interés para estudiantes
de teoría de las comunicaciones, cibernética, lógica filosófica y materias
similares”. Francisco Varela, el biólogo chileno que mencionamos antes, era
budista y fue consejero del Dalai Lama en materias científicas. Algunos de
estos expertos cibernéticos incluso dedicaron un tiempo a visitar la India o
Japón para profundizar su conocimiento de esas tradiciones. Laing, por ejemplo,
pasó seis meses en 1971 en un monasterio budista en Sri Lanka para perfeccionar
su entrenamiento en técnicas de meditación. Pero probablemente el caso más
notable de cibernética y espiritualidad oriental lo encontramos en Stafford
Beer, el consultor del proyecto CyberSyn en Chile. Beer siempre se sintió
fascinado por las tradiciones de la India, donde además sirvió en el ejército a
fines de la II Guerra Mundial. Beer mezcló su formación cibernética, el
misticismo de la India y fuentes ocultistas que se encontró en Gran Bretaña en
especial la corriente teosófica, hasta que al final de su vida la meditación lo
llevó a convertirse en un yogi y
maestro del budismo tántrico. Como señala un experto, la confluencia de
distintas tradiciones místico-espirituales llevó a Beer a formular una
“ingeniería espiritual”. En fin, la larga lista de autores y exponentes de la
cibernética que se inclinó hacia los cultos orientales y en especial hacia el
budismo nos ayuda a entender el impacto cultural que eso significó para la
promoción de ese tipo de misticismo y espiritualidad. Por esa vía podemos
entender a su vez cómo la contracultura hippie de los 60s mezcló con tanta
facilidad tecnología, budismo e hinduismo. Era más o menos el mismo coctel que
Stewart Brand les entregó periódicamente a través del WEC a fines de los fines
de los 60s y comienzos de los 70s. Cuando hoy en día vemos a los trabajadores
de Google practicando yoga en sus oficinas o nos informamos de la práctica
budista de líderes como Steve Jobs, lo que vemos es el extremo de una larga
cadena histórica en la cual la cibernética jugó un papel central al facilitar a
un grupo de personas una síntesis entre ciencia, tecnología y religiones
orientales.
Me encanto su investigación.
ResponderEliminarMuchas gracias
Me alegro que esta lectura te sea de interés y gracias por escribir. Abrazos.
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