René Descartes es sin duda uno de los
protagonistas más destacados de la revolución científica que, durante los
siglos XVI y XVII, cambió la manera de entender el mundo heredada desde el
periodo medieval. Tanto desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia
como de la historia de la ciencia Descartes es un personaje clave para entender
la gestación de la ciencia moderna. Con todo, el legado cartesiano ha sido
objeto de amplio debate, cuestionamientos que surgieron en vida del propio
Descartes.
Uno de los ámbitos más polémicos de la
filosofía y la ciencia de Descartes es lo que se conoce comúnmente como el
dualismo cartesiano, esto es, la idea de que el ser humano está constituido de
dos partes absolutamente distintas: una parte material (el cuerpo) y otra no
material (el alma o mente). Stricto sensu,
el dualismo o la noción de que el ser humano está fracturado en estos dos
mundos aparte no es una invención particular de Descartes, sino una que tiene
una larga historia en occidente, uno de cuyos representantes más antiguos es
Platón. La tradición de la
Grecia clásica es rica en esta idea de que el alma y el
cuerpo pertenecen a planos distintos y precisamente el dualismo platónico
construyó una de los más acabados relatos de la relación entre el alma y el
mundo etéreo de las ideas. Claro que lo que Platón y los griegos entendían por psuche probablemente no calce
exactamente con conceptos actuales como “alma” y “mente”. En cualquier caso, la
radical distinción platónica entre psuche
y cuerpo es un claro antecedente para el dualismo cartesiano. Pero más allá de
las semejanzas y diferencias entre el dualismo platónico y el cartesiano, lo
cierto es que ambos tienen en común, como todo dualismo, su oposición al
materialismo, esto es, la idea de que los procesos mentales (lo que podríamos
denominar el siquismo humano) no es reducible a explicaciones puramente físicas
o materiales.
Vale la pena contextualizar a Descartes para
entender mejor su visión dualista del ser humano. Descartes se presenta en la Europa del siglo XVII como
algo así como el sucesor de Aristóteles, hasta entonces, y por obra y gracia de
los escolásticos medievales, el magíster
de la cristiandad. Descartes va a pretender destronar de su pedestal al
Estagirita y a la vez ocupar su lugar con su propio sistema filosófico, el
cartesianismo. Pero como en todo proceso de cambio, Descartes no va a poder
desprenderse por entero de la herencia de su antecesor y algo de la estructura
aristotélica va a sobrevivir a su vez en el cartesianismo. Así, por ejemplo,
Aristóteles veía al ser humano como constituido por dos principios básicos:
materia y forma (concepción conocida como hilemorfismo).
A tono con su cultura androcéntrica y misógina, Aristóteles explicaba la
materia como un principio pasivo (o femenino) y la forma como uno activo (o
masculino). Siguiendo esa línea metafórica, Descartes también va a mantener la
noción de que el ser humano es la mezcla de dos elementos, uno pasivo y otro
activo, lo que en el lenguaje cartesiano se caracterizará como una sustancia
pasiva y una sustancia activa. Al igual que Aristóteles, Descartes va a identificar
la materia (res extensa) como la
sustancia pasiva, pero para Descartes el alma-mente es la sustancia activa (o
pensante, res cogitans). Para
Descartes, entonces, el alma – entendida como reservorio de los procesos
mentales - es una sustancia inmaterial,
incorpórea y completamente distinta y aparte del cuerpo; este último, el cuerpo
humano, es en esencia una máquina que opera en base a estrictos principios
mecanicistas. El dualismo cartesiano o dualismo sustancial, como todo dualismo,
va a tener problemas a la hora de explicar cómo interactúan o se conectan estos
dos mundos aparte que son la mente y el cuerpo; las respuestas que dio a
Descartes a sus críticos nunca parecieron convincentes y con el paso del tiempo
y el surgimiento de nuevas teorías la crítica contra Descartes siguió en
ascenso.
En el siglo XIX el dualismo cartesiano iba a
ser puesto bajo ataque desde dos nuevos frentes que marcarían profundamente a
la ciencia moderna. Por un lado la teoría de la evolución de Darwin, al
presentar al ser humano como el producto de un largo proceso de desarrollo
biológico a partir de formas más primitivas, parecía desahuciar la tesis
cartesiana de la diferencia radical entre humanos y animales. Según Descartes el
hombre es un ser absolutamente distinto de los animales, entre otras cosas,
precisamente por su naturaleza dualista; mientras en términos corporales
hombres y animales funcionan bajo principios mecanicistas similares (la
metáfora del cuerpo como una máquina), el humano se distingue por poseer un
alma, mente o conciencia – como quiera llamársele – de la que carecen todas las
demás criaturas vivas y que por lo tanto lo distingue y lo pone en un lugar
aparte del resto de la creación (la metáfora del fantasma en la máquina). Así,
entonces, para Descartes el alma/mente/conciencia le confiere al humano un
estatus distintivo y asegura su conexión con la trascendencia, es decir, con
Dios. Contra todo esto la teoría darwiniana parece un mentís absoluto, pues el
ser humano, al igual que el resto de los animales, no es ni más ni menos que el
resultado de un largo y complejo proceso evolutivo explicable en base a causas
naturales. Aún cuando queda pendiente cómo la evolución dio origen al fenómeno
de la conciencia, los darwinistas confían en que la misma, al igual que todos
los procesos mentales, no son otra cosa que el resultado de la auto
organización de la materia, independientemente de cualquier intervención
sobrenatural, de modo que la mente está íntimamente relacionada con la realidad
biológica (material) del cuerpo; es exactamente la antítesis de la noción
cartesiana de la incorporealidad de la mente.
Pero aparte de la evolución, el dualismo
cartesiano iba a enfrentar otro gigantesco cuestionamiento a partir de la
teoría freudiana de la mente. Hasta el siglo XIX la idea generalmente
compartida por filósofos y científicos era que los procesos mentales eran
básicamente partes de la actividad consciente de la mente, es decir, eran
siempre auto evidentes para el “Yo”. El dualismo cartesiano funciona de esa
manera: la mente es el Yo consciente que sostiene el intelecto y la volición.
Ni Descartes ni sus contemporáneos pensaron jamás que hubiese algo de lo que
ocurre en la mente que escapara a la conciencia, como quiera que se explicaran
fenómenos complejos como los sueños. Algunos autores caracterizan en los
siguientes términos el dualismo cartesiano en su versión siglo XIX: (1) que la
mente y el cuerpo son radicalmente distintos, (2) que la mente es enteramente
consciente, como acabamos de comentar, (3) que la mente está directamente al
tanto de todos sus contenidos y no puede ser engañada acerca de los mismos y
(4) que la introspección es por tanto la más apropiada herramienta de
introspección sicológica. Con ligeras variaciones, buena parte de la población
europea de la época parece haber coincidido con algunos o todos los postulados
del dualismo cartesiano. Sin embargo, el avance de la neurociencia, sobre todo
en la segunda mitad del siglo XIX, comenzó a poner en entredicho los supuestos
cartesianos que separaban a la mente del cuerpo. En particular la afasiología
jugó un papa fundamental en esta historia dado que demostró que la función del
lenguaje, que Descartes había descrito como una función de la mente inmaterial,
estaba localizada en regiones específicas de la corteza cerebral. Por otro
lado, el estudio de las lesiones cerebrales y sus efectos en los desórdenes
neuronales iba a contracorriente de la imagen cartesiana de la mente como
completamente independiente del mundo físico. Si agregamos a esto el desarrollo
del hipnotismo en el siglo XIX (heredero del mesmerismo del siglo XVIII), esto
es, el hecho de que el individuo puede albergar ideas inconscientes que se
pueden detectar con técnicas hipnóticas, se levantaba una nueva dificultad al
postulado cartesiano de que la mente es enteramente consciente. Los defensores
del dualismo postularon diversas teorías para explicar estos fenómenos pero
retener aún la dicotomía mente-cuerpo (teoría como el disociacionismo y el
disposicionalismo). Pero la idea del inconsciente y la interrogante sobre su
naturaleza siguió rondando el mundo científico hasta que a fines del siglo XIX
Sigmund Freud postuló su propia versión del inconsciente como parte de su
teoría del sicoanálisis. En esencia Freud abandonó el dualismo mente-cuerpo que
hasta entonces él mismo había compartido más o menos con el resto de sus
colegas y postuló una concepción puramente material de la mente y por
consiguiente del siquismo humano. El éxito posterior de la teoría freudiana
supuso un evidente menoscabo del dualismo cartesiano.
La concepción de qué es la conciencia y cómo se conecta con la materialidad
de la existencia humana sigue siendo materia de discusión en el desarrollo de
la neurociencia actual y todo indica que tal debate tendrá una larga vida. La
visión dualista de la naturaleza humana, de la cual el dualismo cartesiano es
una versión particular, ocupó durante largos siglos un papel central en ese
cuadro, pero la evolución científica actual se ha vuelto más bien hostil hacia
esa manera de ver al ser humano, en buena medida por los desarrollos de las
teorías darwiniana y freudiana que hemos bosquejado previamente. El avance en
la investigación de la mente y el cerebro humano sigue siendo una empresa
abierta y habrá que preguntarse qué posibilidades puede tener todavía una
visión dualista del hombre o hasta qué punto el avance actual ha sepultado
definitivamente esta parte del legado cartesiano.
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