viernes, 24 de marzo de 2017

Mirando a Noé: otra revisión de Génesis



En nuestro comentario anterior comenzamos a explorar uno de los pasajes más intrigantes y desconcertantes de los primeros capítulos del Génesis: la embriaguez de Noé y la subsiguiente maldición de Canaán (Génesis 9: 18-29). Hemos tenido ocasión de destacar la dificultad del pasaje, sobre todo dada su brevedad y los escasos datos que nos entrega el texto.  Asimismo repasamos las posibilidades que nos proporciona la lectura psicoanalítica, teniendo en cuenta la connotación sexual que el pasaje presenta según diferentes teorías de interpretación muy antiguas (judías y cristianas); lo anterior queda ilustrado en la explicación psicoanalítica de Ilona N. Rashkow, en la cual una tensión sexual (homoerótica) entre Noé y Cam explicaría la maldición del hijo de este último. Nuestro interés ahora es estudiar otras posibles lecturas y construir así una mirada más amplia a tan enigmático relato.

Como todos reconocen, el recurso a la connotación sexual de la historia proviene de las frases “y estaba descubierto en medio de su tienda” (Génesis 9:21), “vio la desnudez de su padre” (Génesis 9:22) y “supo lo que le había hecho su hijo más joven” (Génesis 9: 24). La imagen de un Noé ebrio y desnudo sugiere entonces la atmósfera sexual de lo que ocurrió después, algo tan grave que explicaría la drástica reacción del patriarca y la resultante maldición de su nieto. Pero la segunda de las frases apuntadas – “vio la desnudez de su padre” – sigue siendo objeto de polémica. Quienes creen que se trata del típico eufemismo bíblico para referirse a un acto sexual invocan paralelos lingüísticos (Levítico 18), lo cual respaldaría la idea de que lo que hubo en la tienda fue un acto sexual entre Noé y Cam, o bien un acto de incesto entre Cam y su madre (comparar la acción de Rubén, Génesis 35:22). Pero como señalamos en el comienzo, el pasaje tiene sus complejidades. Lo que sea que haya sucedido en la tienda se nos aclara en parte por la conducta posterior de los hermanos de Cam: “y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre” (Génesis 9:23). El texto nos informa luego que la reacción de Noé tras despertar de su borrachera fue no sólo maldecir a Canaán sino contrastar la conducta de Cam con la de sus hermanos, de ahí la bendición sobre Sem y Jafet. Pero aquí la historia se torna más reveladora. Sem y Jafet son bendecidos no porque no incurrieron en un acto sexual como lo habría hecho Cam, sino porque “no vieron la desnudez de su padre”.  Toda la descripción del pasaje apunta a algo muy simple: Sem y Jafet caminaron de espaldas y literalmente no miraron a su padre desnudo. Aparentemente este sólo acto les valió la bendición de su padre. Lo que nos lleva nuevamente a preguntarnos, si el no mirar a su padre desnudo vale una bendición, ¿el solo acto de mirar vale una maldición? Pero ya señalamos que la mayoría de los intérpretes considera que la frase “vio la desnudez de su padre” tiene una connotación sexual; después de todo, si sólo se tratara de mirar o no mirar un cuerpo desnudo, ¿cómo explicar entonces una reacción a todas luces desproporcionada de parte de Noé? Ergo, mirar no es un acto suficientemente grave, debe haber ocurrido algo más.

En 1997 se publicó un artículo muy interesante, “Auguries of Hegemony: The Sex Omens of Mesopotamia”; en él, su autora, Ann Kessler Guinan, investiga una colección de augurios/oráculos sexuales del primer milenio antes de Cristo, llamada summa alu, y nos explica que en la antigua Mesopotamia el acto de mirar la desnudez de otra persona podía ser un asunto muy delicado: “El poder es ejercido por el sujeto que mira a otro. Ser objeto de una mirada lo vuelve a uno vulnerable y expuesto”. Guinan apunta que el acto de mirar está cargado o revestido con una dinámica de poder en la literatura acadia porque el acto de mirar es un acto de tomar algo del otro (el observado). En su revisión de los augurios sexuales, Guinan concluye que la acción masculina de mirar a una mujer es auspiciosa porque está “basada en la apropiada relación entre el hombre sujeto y la mujer objeto” en la ideología mesopotámica. Tal caso queda ilustrado en el relato mitológico de la Epica de Gilgamesh, cuando la Tableta I describe el encuentro entre Enkidu – compañero íntimo de Gilgamesh – y la diosa Shamhat, la cual se despoja de sus ropas y ofrece su cuerpo desnudo para ser vista y explotada  por Enkidu, el tipo de relación que debe existir entre una fémina (aunque sea una diosa) sumisa y complaciente de una parte, y el hombre que usufructúa del derecho masculino a disfrutar la desnudez femenina por otra. El texto épico señala explícitamente que Shamhat “reveló su vulva” a los ojos de Enkidu; siguiendo la lógica de Guinan, al dejar que sus genitales sean vistos por el hombre, Shamhat se somete a Enkidu, mientras el héroe se convierte en el poseedor de Shamhat, lo que efectivamente confirma el texto, pues literalmente Enkidu toma posesión de Shamhat copulando con ella. En resumen, Guinan nos enseña que en la literatura mesopotámica se despliega el poder simbólico del mirar como el acto de ejercer control sobre otro(s). Ahora bien, no cualquier mirar es válido; en la ideología masculina de la antigua Mesopotamia el mirar de un hombre a una mujer es auspicioso, en cambio el mirar de una mujer sobre un hombre es todo lo contrario, le resta masculinidad a un hombre, por así decirlo, pues lo convierte en objeto, lo disminuye (implícitamente, sólo la mujer es considerada objeto en este contexto). Algunos ejemplos de los augurios aclararán esto:

            4. “Si un hombre mira repetidamente la vagina de su mujer, su salud irá mejor; extenderá sus manos sobre todo lo que no es suyo”,
            5. “Si un hombre está con una mujer (y) mientras ella lo mira ella reiteradamente observa su pene, cualquier cosa que él encuentre no estará segura en su casa”.

Guinan explica la hegemonía masculina de los augurios mesopotámicos en su ideología de dominación y subyugación competitiva: “Asuntos de poder, género y sexualidad se convierten en cuestiones de agencia e identidad social masculina”. En resumen, para un hombre es de buena suerte mirar los genitales de una mujer, en cambio es de mala suerte que una mujer mire los genitales masculinos. O para exponerlo en palabras de Guinan, el mirar los genitales es un escrutinio poderoso que puede “debilitar” el “dominio y control” propios.

De esta breve pasada por el artículo de Guinan podemos volver ahora a nuestro texto en Génesis y replantearnos el caso Cam. Si en la antigua Mesopotamia el acto de mirar, en particular los genitales de otro, puede debilitar la “masculinidad” o socavar el “dominio y control” del observado, entonces la frase del Génesis - “vio la desnudez de su padre” – bien podría describir una acción temeraria de parte de Cam, un acto de usurpación que atentaría contra la autoridad del patriarca. Pero ¿podemos extrapolar patrones culturales vigentes en Mesopotamia al relato bíblico? Al menos hay evidencias textuales de que el acto de mirar también tiene connotaciones morales – y mortales - en el mundo bíblico (Génesis 19:26; Éxodo 33:20; Jueces 13:22; 1 Samuel 6:19). Así que no andamos mal encaminados si suponemos que el acto de mirar a un padre desnudo sí adquiriría un valor transgresor tan potente que, al menos, explicaría la airada reacción de Noé. Más aún, si ese “mirar” podía revestir un intento de socavar la autoridad paterna y de exaltar a Cam a un sitial que no le correspondía, entonces dicha auto exaltación ilegítima podría ser contrapesada con la fuerte condena a servidumbre/esclavitud (“siervo de siervos”) de la descendencia de Cam. Si nuestra lectura de Guinan es correcta, al menos tenemos una alternativa para entender qué fue lo que Cam le hizo a su padre, una alternativa que, como señala David M. Goldenberg, no ha sido usada aún por lo expertos en el tratamiento de este pasaje. Sí, es verdad, el pasaje aún sigue siendo elusivo y difícil, pero quizás ahora podemos mirar a Noé con otros ojos.

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