Para muchos la figura de
Franklin Delano Roosevelt está inextricablemente ligada a las historias de la
Segunda Guerra Mundial y a la participación de Estados Unidos en la misma, así
como a la configuración del mundo de la postguerra elaborada en la célebre
conferencia de Yalta. Sin embargo, lo que es mucho más desconocido, sobre todo
para el público latinoamericano, es lo controversial que resultó la figura del
presidente norteamericano en su propio país durante los duros años de la crisis
que siguió a la Gran Depresión de 1929.
Como es sabido, el caballito de
batalla de Roosevelt en la elección presidencial de 1932 fue el "New
Deal" o nuevo trato que propuso como alternativa al continuismo del
gobierno de Herbert Hoover. Entre otras cosas, el New Deal suponía una fuerte
intervención del gobierno en la economía nacional, con un importante componente
de subsidios y ayudas estatales para, entre otros, agricultores, desempleados y
viudas. La lógica detrás del New Deal era bastante clara: el desastre de 1929
fue consecuencia de la codicia y ambición desmedida de los especuladores y los financistas
irresponsables, ahora el gobierno (demócrata) va a ir al rescate, ayudando a
los más vulnerables para que se pongan de pie otra vez. El problema es que no
todos estaban de acuerdo en el diagnóstico y menos con la solución ofrecida por
Roosevelt. Si bien la mayoría recibió con los brazos abiertos el discurso
demócrata - Roosevelt arrasó en casi todos los estados y aplastó a Hoover en
los comicios - lo cierto es que había un número de personas, al principio
pequeño pero luego cada vez más grande, que miraban con preocupación (cuando no
abierto espanto) la política económica del nuevo gobierno. Para esta gente la
crisis del 29 no fue consecuencia de la mala operación del mercado sino de la
intervención estatal en el mismo. Visto así, la creciente intervención de
Roosevelt en la economía no hacía nada más que empeorar las cosas. Pronto estos
adversarios del presidente, los "Roosevelt haters", comenzaron a ver
en el gobernante a un estatista más, al estilo de los que por entonces
triunfaban en Europa. Varios de ellos, indignados del desparpajo con el que
Roosevelt usaba la palabra liberal para referirse a su programa estatista,
decidieron usar otro término, "libertario", para identificar su lucha
por la libertad contra lo que ellos calificaban como el gobierno
"colectivista" de Roosevelt.
Entre los "Roosevelt
haters" se hallaban tres mujeres que alcanzarían figuración nacional en la
oposición por aquellos años: Ayn Rand, Isabel Paterson y Rose Wilder Lane. Siendo
las tres personajes muy interesantes, nos centraremos por ahora en Rose Wilder por
tratarse de la hija de Laura Ingalls, nada menos que la autora de la famosa
serie literaria "Little House on the Prairie" (La Pequeña Casa en la Pradera), que fuera llevada a la televisión
en los años 1960s por la talentosa mano de Michael Landon. A decir verdad la
redacción de la historia fue resultado del trabajo conjunto de madre e hija,
inspirado en su azarosa vida como colonos en el medio oeste norteamericano de
la segunda mitad del siglo XIX. La vida de "frontera" marcó en ambas
un profundo espíritu de independencia, autosuficiencia y libertad, valores que
sintieron amenazados por la política del gobierno de Roosevelt. Para madre e
hija la receta del presidente, entregando dinero fácil a la gente, iba contra su
experiencia de lucha en la frontera, donde las personas salían adelante con sus
propios recursos y con poca o nula ayuda estatal. Roosevelt socavaba así la
escuela del rigor, donde se aprendían conceptos básicos, como auto disciplina y
austeridad.
La serie literaria comenzó a
publicarse en 1932 y los últimos capítulos aparecieron a comienzos de los años
1940s, es decir, en paralelo a la Gran Depresión, el New Deal y la presidencia
de Roosevelt. Su éxito comercial fue inmediato y continuado y aún cuando el
público en general desconocía el trasfondo ideológico de su autora, los éxitos
y fracasos de una familia de colonos, cristianos y sacrificados, encarnaba los
ideales y tradiciones de la colonización anglosajona y protestante de
Norteamerica, precisamente los ideales y tradiciones que para Laura Ingalls y
su hija Rose Wilder estaban puestos en entredicho debido al rol adoptado por el
estado después de los dramáticos sucesos de 1929.
La historia es aún más interesante porque el
componente religioso estaba ausente en la oposición al New Deal en las décadas
de 1930 y 1940; de hecho, Rose Wilder Lane y Ayn Rand fueron en principio
amigas, pero después de 1950 esa relación se quebró cuando el ateísmo de Rand
se fue convirtiendo en una anomalía en un medio republicano crecientemente
religioso. Ni tampoco es casualidad que la distancia entre Rand y Wilder
tuviera lugar en los años 1950s, pues por esos año se luchaba la guerra en
Corea y la Guerra Fría entre Washington y Moscú amenazaba con convertirse en
una guerra caliente. Como suele suceder en tiempos de guerra, todo sirve para
unir en la lucha contra el enemigo, y ante un enemigo ateo como la Unión
Soviética qué mejor que echar mano del cristianismo norteamericano. Bajo la
presión de la Guerra Fría, durante los años 1950s y 1960s se fue conformando la
lenta y compleja alianza entre el partido Republicano y vastos sectores de la
población evangélica, alianza que surgiría con fuerza después de 1980 con el
gobierno de Reagan. Resulta notable que la comprensión de todos estos distintos
cambios en la historia estén conectados a las profundas heridas que dejó esa
gran catástrofe que fue la Gran Depresión y las polémicas a que su superación
dio lugar, como aquella entre un presidente famoso, Roosevelt, y una escritora valiente,
Laura Ingalls.
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