viernes, 28 de agosto de 2015

Bentham (II): Jesús sí, Pablo no



En nuestro comentario anterior señalábamos que Bentham comenzó a desplegar su ataque contra la religión, en especial contra el cristianismo, después de 1810, siendo una pieza pequeña pero clave de esa empresa el manuscrito “Not Paul, but Jesus”, en el que Bentham contrastaba el principio de la utilidad o de la máxima felicidad preconizado por él con el principio ascético cristiano. Para entender la crítica de Bentham hay que comprender la imagen que tenía el filósofo inglés de los dos personajes fundamentales del cristianismo: Jesús y el apóstol Pablo. Bentham creía que Jesús era un hombre bien intencionado, un maestro que buscaba mejorar la condición de su gente a través de su doctrina; Pablo, por el contrario, era el malo de la película, el discípulo que tergiversó la enseñanza original de Jesús y la reemplazó por su propio dogma personal. La idea de que Jesús era portador de una buena doctrina pero que el cristianismo fue corrompido por alguno de sus seguidores es tan antigua como el gnosticismo de los primeros siglos (la postura de Bentham es en cierto sentido el inverso de la de Marción), ni tampoco es exclusivo de Bentham el achacar las culpas del cristianismo a Pablo (alguna teología feminista actual hace algo parecido), pero el padre del utilitarismo desplegó argumentos muy particulares en esta materia.

Básicamente Bentham sostiene que Pablo es un fraude, un aprovechador ansioso de alcanzar renombre y reconocimiento personal: la historia de su conversión en el viaje a Damasco es un invento más en su proyecto por vincularse a Jesús, en circunstancias que él no era parte del círculo original y no tenía manera, por lo tanto, de ser un apóstol. Pero la ambición que le llevó a fingir este cuento iba unida a otras herramientas que sí le dieron ventajas reales sobre los verdaderos apóstoles: su manejo del griego y su educación helenista. Dotado así de una ventaja competitiva frente a los discípulos originales que eran judíos de Palestina, Pablo negoció con aquéllos que le dejaran predicar el cristianismo entre los gentiles, lejos de Tierra Santa, claro que al hacerlo no llevó el cristianismo consigo sino su propia versión de la religión de Jesús, lo que Bentham denomina el paulinismo. Es el paulinismo, la religión que triunfó en el imperio romano, lo que Bentham está decidido a desenmascarar.

En la oposición entre el cristianismo (la buena religión original de Jesús) y el paulinismo (la versión tergiversada ofrecida por Pablo) Bentham identifica las principales objeciones en contra del apóstol de los gentiles. En su ambición personal por ser reconocido como el sucesor de Jesús y máximo líder del nuevo movimiento, Pablo convirtió la fe predicada por Jesús en simple credulidad: los nuevos convertidos debían creer lo que Pablo enseñaba porque él hablaba en nombre de Dios, aunque sin pruebas que corroboraran sus afirmaciones. Si bien el propósito inicial era que las personas no pusieran su esperanza en las obras sino en la fe en Dios, Pablo en realidad quería que depositaran su fe en él y en sus propias doctrinas. Para lograr esta meta Pablo aseguró que Dios premiaría a quienes siguieran sus enseñanzas y castigaría severamente a los que no lo hicieran; de hecho convirtió a Jesús, que había sido un buen hombre, en Dios, de tal manera que al presentarse como apóstol de Jesús él mismo pasaba a ser representante de Dios, reforzando así la obediencia de la gente a lo que él decía. En definitiva, entonces, el método de Pablo se basaba en predicar la “fe en lo abstracto”, o sea, pura y simple credulidad. Bentham contrasta esto con su propia versión de lo que es fe: entendida adecuadamente, fe es una creencia basada en probabilidades, las que a su vez están basadas en evidencias o expectativas racionales de que algo pueda ocurrir. Dicho en otras palabras, la fe o creencia según Bentham es un acto de juicio, mientras la fe de Pablo es un asunto de credulidad. La ausencia de juicio o de fundamento en la fe predicada por Pablo tiene buenos ejemplos, según Bentham, en doctrinas absurdas o irracionales como la trinidad (que una persona son tres personas) o la transustanciación (que el pan se convierte en carne y el vino en sangre). Tales ejemplos desnudan el mensaje de credulidad que constituye el centro del paulinismo, una religión que obliga a la mente humana a aceptar creencias ridículas.

Pero la fe es sólo un aspecto de la tergiversación paulina de la religión de Jesús, el otro es el ascetismo. Bentham sostenía que Pablo tuvo especial cuidado en contrarrestar dos influencias que podrían opacar sus enseñanzas y el control de los creyentes: la doctrina de Moisés (el judaísmo tradicional) y el sexo. Contra ambos Pablo desplegó una enconada lucha, aunque según Bentham tuvo un particular énfasis en la guerra contra el sexo, quizás porque Pablo entendía que era la fuerza más poderosa que podía sustraer a las personas de la obediencia a su doctrina. Bentham sostuvo que dos factores ayudaron a Pablo en su prédica ascética: la filosofía estoica y la escatología de la otra vida. La filosofía estoica reforzó las ideas de Pablo porque los estoicos miraban con recelo las emociones (como el romanticismo o el amor) y las pasiones (como el apetito sexual). Para los estoicos la mejor vida era la que se vivía en ataraxia, paz interior; de ahí que los placeres en general y en especial el sexo fueran vistos como distracciones para una vida superior. El segundo factor, la escatología de los premios y castigos futuros predicada por Jesús, ayudó a Pablo porque le proporcionó una herramienta para atemorizar a los creyentes y sujetarlos a las restricciones sexuales por él impuestas. Así, pues, con la ayuda de los estoicos y de las expectativas de ultra tumba, Pablo llevó adelante su guerra contra el sexo, la que se despliega en pasajes como 1 Corintios 7:

“Bueno le sería al hombre no tocar mujer” (7:1)

“Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo” (7:8)


Pablo presenta aquí, según Bentham, su doctrina del celibato cristiano, esto es, el estatuto de privilegio de quienes se abocan a la abstinencia sexual, resultado del cual fue el celibato forzado del clero católico romano. El juicio de Bentham es categórico: el ascetismo de Pablo es “una doctrina realmente anti natural”. De todo este entuerto Bentham concluye que el cristianismo siguió un camino desastroso: obligó a la gente a vivir una vida infeliz aquí bajo la promesa de una supuesta felicidad futura en el más allá. Pero claro, esto es el resultado del paulinismo, porque la verdadera enseñanza de Jesús era muy diferente. ¿Qué tan diferente? Lo veremos el próximo mes. Una cosa es segura según Bentham: Jesús sí, Pablo no.

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