martes, 30 de junio de 2015

Demonología Newtoniana



Para nuestro mundo moderno Isaac Newton es el paradigma del científico como un ser racional, más bien alejado de sus antípodas irracionales tales como la religión, el misticismo o lo sobrenatural; este es, después de todo, el cuadro de Newton que han pintado casi dos siglos de educación positivista: Newton, el Santo Patrono de la Era de la Razón. Empero, la investigación crítica de los manuscritos secretos de Newton – aquellos textos que el célebre científico redactó en la soledad de su mundo privado, lejos de la mirada pública – ha desvelado a un personaje mucho más complejo de lo que la educación positivista nos enseñó a creer sobre Newton, a tal punto que muchos expertos modernos consideran tal visión como algo así como un mito positivista. El personaje de los manuscritos, redescubierto a partir de los años 1930s, emerge como un científico que estaba profundamente involucrado con otros asuntos menos “científicos” según los estándares positivistas clásicos, tales como la alquimia, la teología, la historia de la iglesia y la exégesis bíblica. Uno de los campos en los que surge con crudeza ese otro Newton es uno tan impensado como el de la demonología. ¿Newton y los demonios? ¡Santo cielo!

En la Inglaterra de Newton la existencia de Satanás y los demonios era una cuestión absolutamente establecida y una creencia ampliamente compartida por casi toda la población a tal punto que su negación era considerada tautológica de ateísmo. Dicho en otras palabras, la doctrina relativa a Satanás y los demonios se hallaba casi a la par de la doctrina trinitaria en términos de medir el grado de ortodoxia de un cristiano de la época. Siendo Newton un creyente convencido y públicamente al menos un anglicano observante, resulta llamativo el descubrimiento (reciente) de que Newton desechara la existencia real del demonio; mirado retrospectivamente esto agregaría una nueva herejía a un importante listado de creencias heterodoxas del afamado científico. Es bien conocido que Newton rechazó la trinidad, doctrina cardinal del cristianismo tradicional, lo que lo pone en el ámbito explícito de la heterodoxia. Hay que aclarar que en el caso de Newton vino primero la conversión hacia el anti trinitarianismo (años 1670s), mientras que el rechazo de la existencia de Satanás sería posterior (hacia 1690 o poco antes). Es asimismo importante consignar que el rechazo de las doctrinas ortodoxas de la  trinidad y del demonio han sido interpretadas por algunos expertos de corte positivista como ejemplos de una incipiente agenda racionalista en la vida de Newton o, dicho en otras palabras, como indicadores de que la faceta científica estaba erosionando la erosión y tradición religiosa del célebre científico. ¿Es el rechazo de la existencia de Satanás una manifestación de un Newton proto racionalista?

Aunque la demonología newtoniana es un asunto todavía en estudio y una materia polémica, hay buenas razones para sostener que la interpretación newtoniana del demonio es el resultado de los presupuestos exegéticos de Newton más bien que de una creciente estimulación racionalista. Como afirman los expertos, la opinión de Newton con respecto al demonio fue cambiando con el tiempo: el Newton de la juventud seguía la doctrina tradicional sobre Satanás, mientras que para el Newton adulto el demonio se metamorfoseó en un “espíritu de error”. Donde sus contemporáneos veían a un ser espiritual real  - el agente tentador detrás del símbolo de la serpiente del Génesis o del dragón del Apocalipsis – llamado Satanás, para Newton se trata de ponerle un nombre, de personificar, a una inclinación maligna que surge del corazón humano, el “espíritu de error”. Lo que la mayoría de los intérpretes protestantes tomaban como literales descripciones de posesión demoníaca en los relatos de los Evangelios, para Newton no son sino concesiones del lenguaje bíblico adaptadas a las creencias supersticiosas de los judíos de la época; Newton será uno más de una larga lista de intérpretes que entienden las posesiones demoníacas de la Biblia como descripciones de casos de alteración mental, es decir, los endemoniados eran en realidad enfermos mentales.


Newton era un gran admirador de la historia y la tradición bíblica judía: allí está como ejemplo la presencia de varios libros de Maimónides en su biblioteca privada, un autor al que cita recurrentemente en sus manuscritos. Resulta muy llamativo cierto paralelismo entre el “espíritu de error” de Newton y el lenguaje rabínico del “yetzer ha-ra” (inclinación al mal) y el “yetzer ha-tov” (inclinación al bien); en ambos casos la práctica del mal es el resultado de una predisposición hacia el mal que es innata en el ser humano, más bien que el efecto de un agente tentador externo (el demonio o Satanás). Los rabinos hallaban apoyo para esta enseñanza en pasajes como Génesis 6:5. Los rabinos entendían que en el interior del ser humano hay una naturaleza en conflicto entre estas dos tendencias, hacia el bien y hacia el mal; se asumía que la inclinación hacia el mal era de nacimiento, mientras que la inclinación hacia el bien se alcanza hacia los 13 años, cuando la persona puede distinguir conscientemente entre el bien y el mal. Lo anterior no quiere decir que los rabinos desecharan la existencia de Satanás, sino que al menos la explicación del mal en los hombres no necesariamente debía echar mano de tal personaje cuando había a la mano una capacidad humana innata hacia el mal. El “espíritu de error” que según Newton es el verdadero responsable del pecado humano, de la idolatría y de la lujuria es, entonces, una inclinación humana hacia el mal muy similar al yetzer ha-ra o inclinación al mal que se encuentra en el Talmud. Este paralelismo con la exégesis judía es un factor más de los varios elementos hermenéuticos que llevaron a Newton a desechar la ontología de Satanás y los demonios, lo que nos recuerda que el célebre científico no necesitaba en particular de un acicate racionalista para agregar una nueva herejía a su rechazo de la trinidad, la cual, dicho sea de paso, también fue el resultado de sus principios exegéticos y no de una dudosa agenda proto positivista.

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