En nuestro artículo anterior
estudiábamos la teoría de Rodney Stark para explicar el triunfo del
cristianismo en el siglo IV DC. La explicación sociológica de Stark forma parte
del intento científico moderno por comprender la naturaleza de los cambios
religiosos ocurridos en la antigüedad y cómo es que el cristianismo logró
imponerse como la religión dominante en el imperio romano en el transcurso de
unos trescientos años. Pero como podríamos intuir desde un principio, el asunto
es demasiado complejo como para quedarnos sólo con la explicación de Stark. Una
de las aristas de esa complejidad guarda relación con la materia que
consideraremos ahora: la revolución ascética de los siglos IV y V DC.
Prácticamente desconocida para
nosotros (como ocurre con casi todo lo que rodea la cristianización del imperio
romano), la revolución de los ascetas cristianos marcó de manera determinante
la historia religiosa de aquella época. Dicho en forma muy simple: después del
edicto de Milán de Constantino, un estilo de vida monacal y ascético se
extendió por todo el imperio, escaló hasta ocupar los puestos eclesiásticos más
importantes, desplazó a los que no eran ascetas y terminó por dominar
completamente la iglesia cristiana para fines del siglo V DC. El fulgurante
ascenso de estos ascetas cristianos y de su discurso ascético se dio en el
siglo IV y la centuria siguiente vio la consolidación de su éxito de facto; la
revolución ascética señala de manera definitiva la transición desde el
cristianismo primitivo hacia el cristianismo medieval: mirado
retrospectivamente, el triunfo de los ascetas significó en los hechos la muerte
de la iglesia primitiva. Las transformaciones históricas que implican grandes
cambios sociales, ideológicos, políticos e institucionales dan lugar a
experimentos humanos de resultados muchas veces insospechados. Nosotros lo
sabemos muy bien, teniendo a nuestras espaldas la historia de revoluciones
violentas del siglo XX. Así, por ejemplo, la revolución rusa de 1917 comenzó
con la promesa de libertad y democratización y terminó como terminó. “Todo el
poder a los soviets” significó a la larga reemplazar la tiranía del zar por la
de la nomenklatura. Al momento de redactar su desoladora descripción de la
nomenclatura soviética, Mijail Voslensky, el ex diplomático refugiado en
occidente, evocaba un decidor pasaje del filósofo Hegel: cuando los hombres
emprenden una acción en una dirección determinada, ocurre en el camino la “cosa
escondida”, aquello que no estaba en los planes de nadie, pero que de pronto
aparece ahí y los termina por llevar en una dirección completamente distinta.
Si de algo nos pudiera servir esta experiencia histórica reciente para entender
los cambios de un pasado más remoto, quizás tendríamos que decir que la “cosa
escondida” que se abrió camino en el siglo IV lo hizo bajo una ideología
igualmente insospechada pero que podríamos parafrasear en una frase tan distintiva como
la de 1917 y que en este caso sonaría algo así como: “todo el poder a los
ascetas”. Los ascetas del siglo IV darían muestra, al igual que los
bolcheviques del siglo XX, de una avidez notable por el poder y los bienes
materiales, pese a que sus orígenes fueron más bien modestos, rondando en la
pobreza franciscana y un acendrado misticismo. Pero, ¿quiénes eran estos
ascetas? ¿Qué sostenía el ascetismo cristiano? ¿Qué efectos tuvo todo esto en
la cristianización de Roma?
Habrá que partir por definir qué
entendemos por ascetismo, cuestión primaria que, no obstante, no es para nada
sencilla vista la discusión moderna sobre la materia. Para nuestros efectos,
mucho más modestos que los de los expertos, bastará por ahora con definir el
ascetismo como un modo de vida con énfasis en la disciplina personal,
incluyendo sacrificios (“autocontrol”) en diversas áreas (alimentación,
vivienda, sexualidad) con el propósito de alcanzar un determinado estado
espiritual (unión mística con la divinidad). Para cuando el cristianismo
apareció en escena, el ascetismo llevaba ya varios siglos de una fluctuante existencia
tanto en el antiguo medio oriente como en torno al mediterráneo. Dada la
importancia de la cultura griega y el peso del helenismo en todo el
mediterráneo oriental, el ascetismo griego se torna fundamental en nuestra
historia. La religión griega dio espacio a distintas formas de ascetismo que,
si bien nunca fueron mayoritarias, sí alcanzaron a penetrar hasta los círculos
filosóficos. Así, por ejemplo, Pitágoras es un caso célebre de vida ascética y
sus seguidores convirtieron el término “pitagórico” en sinónimo de místico o
religioso, muy lejos de nuestra comprensión del mismo como sinónimo de
matemático o científico. En los tres siglos anteriores a la era cristiana
distintas formas de ascetismo filosófico (pitagórico, neopitagórico, platónico
e incluso estoico) otorgaron un cierto aire de sabiduría distintiva a las diferentes
prácticas ascéticas. Algo de esa influencia la alcanzamos a vislumbrar asimismo
en ciertas comunidades ascéticas que se presentaron incluso en el judaísmo: los
terapeutas de Egipto y los esenios de Palestina. Hasta donde sabemos hoy, se
trataría de los únicos casos, más bien aislados, de judíos ascetas, pues el
judaísmo tradicional siempre miró con escepticismo estos estilos de vida; para
los rabinos los sacrificios personales que iban más allá de los ayunos
contemplados en la Torah
resultaban sospechosos, ni hablar de la abstinencia sexual que se oponía a la
enseñanza rabínica sobre la importancia del matrimonio y la vida familiar. Pero
la limitada penetración del ascetismo en el mundo judío no nos debe engañar
sobre su mayor permanencia y extensión en el mundo grecorromano.
Algo de esa presencia etérea
pero omnímoda del ascetismo grecorromano la podemos percibir también en las
páginas del Nuevo Testamento: “… prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de
alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos
los creyentes y los que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios creó es
bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias…” 1 Timoteo 4:
3-4. Es cierto que la interpretación tradicional ha visto en estas palabras del
apóstol una descripción de un gnosticismo primitivo, pero habrá que recordar
que precisamente los gnósticos representan una forma o estadio posterior de
desarrollo de las ideas ascéticas. Los documentos gnósticos están llenos de
detalles de los ayunos y mortificaciones que los maestros gnósticos prescribían
a sus seguidores, incluido por cierto el celibato, pues la carne es mala y
mantener relaciones sexuales es una forma de contaminarse con esa maldad. Como
lo notamos en el pasaje citado, Pablo observa agudamente que este aspecto en
particular – la abstinencia sexual – es fundamentalmente contrario al modelo de
vida cristiano que él preconiza. Esta firmeza apostólica mantuvo a raya el
ascetismo gnóstico, al menos por algún tiempo.
Pero el cristianismo estaba
llamado a mantener una dura lucha con la cultura grecorromana, incluido el
ascetismo. Es cierto que para el año 300 el desafío gnóstico estaba en gran
medida superado, pero una nueva forma de ascetismo se abriría camino en el
mediterráneo oriental. El ascetismo, que se había vestido primero un ropaje de
sofisticada filosofía, más tarde el del estrambótico misticismo gnóstico, se
presentó finalmente en lo que conocemos como monaquismo. Los primeros monjes
aparecieron en Egipto hacia fines del siglo III y después del 300 se
extendieron rápidamente por el cercano oriente. Ya sea en la forma de
anacoretas (Egipto) o en comunidades de monjes (Siria), el monaquismo se tornó rápidamente
popular, al convertirse el “hombre santo” (el monje) en un intermediario entre
la gente y Dios (o así al menos lo vio el populacho,como en elcaso de Simeón Estilita en la imagen principal de este artículo). Debe haber habido un gran
potencial en esta nueva forma de cristianismo, más místico, más sacrificado, o
algo así pudo haber pensado Atanasio, el célebre obispo de Alejandría a
principios del siglo III. Lo cierto es que Atanasio pronto agrupó a una
numerosa población de vírgenes, jovencitas – incluso adolescentes –
provenientes de todo Egipto, grupo al que tuvo la peregrina idea de presentar
como credenciales de la sana vida espiritual de su iglesia. Pero Atanasio
tampoco olvidó a los monjes y así estableció una firme y duradera amistad con
Antonio, el fundador del monaquismo egipcio. Todos sabemos que Atanasio es mejor
conocido y recordado por su lucha de toda una vida contra el arrianismo, pero
lo que es menos conocido es que en esa lucha anti arriana Atanasio enarboló la
bandera de la trinidad junto al estandarte del ascetismo: Atanasio fue el
primer obispo cristiano que adoptó abiertamente la causa ascética y la unió a
la de la trinidad. Si bien la controversia arriano-trinitaria se extenderá por
gran parte del siglo III, para fines de esa centuria las ideas de Atanasio
finalmente se impusieron gracias al patrocinio imperial; el triunfo de la
trinidad atanasiana significará también el triunfo del ascetismo cristiano. A
lo largo de esos años una mayoría de obispos cristianos seguirían el camino
señalado por Atanasio, esto es, el de un ascetismo trinitario o un trinitarianismo
ascético.
Pero aparte de las ramas
teológicas – la trinidad - de las que se sirvió el ascetismo para escalar en la
iglesia imperial, los efectos del ascetismo en el ámbito familiar y sexual
fueron impresionantes. Después de Constantino, el cristianismo fue haciendo
lentos avances en la aristocracia romana, si bien durante la mayor parte del
siglo IV convivieron cristianos y paganos al interior de las familias de la
élite romana. Sin embargo, la irrupción del movimiento ascético - en la forma de
los primeros monjes, santones y vírgenes – provocó una enorme conmoción en la
aristocracia imperial. Se sucedieron polémicas, escándalos, incluso expulsiones
de la ciudad (la más sonada por entonces fue la de Jerónimo, el autor de la Vulgata ), todo porque el
discurso ascético de exaltación de la abstinencia sexual chocaba frontalmente con
la tradición familiar romana, sobre todo con el rol central del matrimonio en
la constitución de la sociedad. Los sucesores de Atanasio no sólo exaltaron la
abstinencia sexual, cuestión básica para la conducta ascética, sino que
progresivamente desarrollaron un visión crítica del matrimonio, llegando
incluso a su descalificación, casi como si fuera una obra del diablo (uno de
los ejemplos más impactantes de esta retórica anti matrimonio fue la de
Gregorio de Nisa). Fue precisamente esta irracional visión de la sexualidad
humana, exaltando la virginidad y denostando el matrimonio, lo que despertó el
rechazo de una parte mayoritaria de la elite romana. Esta controversia fue potenciada
por argumentos doctrinales sustentados por los ascetas. Los obispos ascetas se
esforzaban en identificar el ascetismo con la defensa de la trinidad, de modo
que los que se oponían a sus puntos de vista en el fondo frisaban con la
herejía anti trinitaria. Esta identificación del ascetismo con la
ortodoxia nicena facilitaba la denuncia
de los oponentes al ascetismo como potenciales herejes. En cierta medida, lo
que estaba en juego aquí era la confrontación entre el elemento laico (la
aristocracia cristiana romana) contra el elemento eclesiástico (los obispos
ascetas) por el control de la iglesia cristiana. En el siglo V, en instancias
como el concilio de Efeso, los clérigos – los obispos ascetas y sus apoyos
monacales – impusieron su triunfo final y definitivo sobre el elemento laico.
En adelante, sólo los cristianos que se abstuvieran de mantener relaciones
sexuales y que estaban más cerca de Dios podrían dirigir a la iglesia; los
demás cristianos – los laicos – que tenían una vida sexual activa estaban más
lejos de Dios y por consiguiente debían renunciar a cualquier rol protagónico
en la iglesia. Estamos en las puertas de la iglesia medieval; la vieja y
heroica iglesia primitiva ha muerto.
“Todo el poder a los ascetas”.
En el transcurso de menos de doscientos años, entre los siglos III y IV DC, un
nuevo y poderoso movimiento ascético copó el escenario y expulsó a los laicos,
obligándolos a refugiarse en las graderías. Durante los próximos mil años sólo
los ascetas animarán el show, hasta que una nueva revolución después de 1517
volverá a traer a escena a los laicos postergados. ¿Fue el cambio religioso del
siglo IV el triunfo del cristianismo? Si algo triunfó entonces habría que preguntarles
a Atanasio y sus amigos.
¿Existe la posibilidad de contactar al autor de este sitio web? Mi nombre es Manuel David Morales, soy el director de la revista "Razón y Pensamiento Cristiano" (www.revista-rypc.org), y he llegado a este sitio por referencia del director del programa Ciencia y Fe en España (Pablo de Felipe).
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Si claro, mi nombre es David y estoy disponible en teologiasyciencias@gmail.com. Saludos
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