En nuestros dos comentarios previos revisamos
una pequeña fracción de las variadas interpretaciones a que ha dado lugar la
intrigante historia de la maldición de Canaán, desde las psicoanalíticas que
exploran la conducta de Noé hasta las que se apoyan en milenarios oráculos
mesopotámicos relacionados con el sexo. Dependiendo del punto de partida que se
tome es evidente que se arriba a conclusiones muy distintas, como ha quedado
claro en el estudio de esos dos casos. Pero las posibles miradas a este
episodio de la vida del patriarca bíblico y todas las complejidades que rodean
el círculo Noé-Cam-Canaán nos sirven también para seguir el camino específico
del psicoanálisis hasta llegar a los pies de su propio patriarca: Sigmund
Freud. Desde hace ya algún tiempo algunos investigadores se han preguntado
sobre la relación entre Freud y la
Biblia , y precisamente los motivos detrás de la historia de
Noé y Cam representan un buen pretexto para revisar dicha relación.
El padre y fundador del psicoanálisis, el
austriaco Sigmund Freud (1856-1939), es considerado por muchos como una de las
tres figuras centrales de la era contemporánea, junto con Karl Marx y Charles
Darwin. Mientras este último fue lentamente alejándose de la religión, Marx y
Freud nos confrontan con un ateísmo tajante y declarado. Detalle adicional,
Marx y Freud eran judíos de habla alemana (ashkenazim
en la terminología hebrea), y ambos ejercerían una influencia omnipresente en
el siglo XX. Freud se identificaba a sí mismo como un “judío sin Dios”. Cuando
en sus obras – consideradas entre las más influyentes en la cultura contemporánea
– se refiere a la religión Freud no deja dudas sobre sus posturas filosóficas:
la actitud religiosa es básicamente del tipo “neurótica”, propia de una etapa
primitiva de la humanidad e incompatible con el progreso de la civilización.
Freud creía que el avance inexorable de la ciencia y la educación harían que
poco a poco la religión menguara hasta desaparecer por completo. La suya era
una actitud que tenía sus raíces en la Ilustración del siglo XVIII y que en esencia veía
a la religión como enemiga del conocimiento y del progreso humano. El ateísmo
de Freud tenía, pues, raíces históricas profundas, pero además era un rasgo
popular en ciertas disciplinas (filosofía, sociología, psiquiatría) muy
conectadas con el trabajo de Freud y lo seguirían siendo hasta bien entrado el
siglo XX, cuando un “cambio de paradigma” en la sociología de la religión
llevaría a reconsiderar (hace apenas unas décadas) la anunciada muerte de la
religión. Pero esa es otra historia sobre la que volveremos en otra
oportunidad. De regreso a Freud, nuestro interés por ahora gira en torno a la
cuestión de dónde buscó Freud los materiales literarios para la construcción de
su ciencia, el psicoanálisis.
Si alguna vez nos hemos encontrado con algún
escrito de Freud o relacionado con él, de seguro habremos leído, por ejemplo, del
“complejo de Edipo”, uno de los términos más comúnmente asociados con Freud.
Quizás, también, nuestra primera reacción fue averiguar quién era el tal Edipo
y, claro, el descubrimiento nos llevó de lleno a la mitología griega. Aquí es
donde surge la primera pregunta obvia sobre la ciencia de Freud: ¿por qué su
relación con los griegos y en particular con su mitología? Para responder
adecuadamente a esta cuestión debemos volver a ubicar a Freud en su contexto
histórico. La verdad es que la conexión de los europeos con la cultura clásica
es milenaria, pero desde el siglo XVIII había adoptado nuevas vías, por así
decirlo, con tendencias diferentes en cada país. Durante el siglo XIX se iban a
multiplicar las evocaciones a la mitología de diversas herencias étnicas y
culturales, aunque claro, las de tradición grecorromana fueron las dominantes. Resulta
interesante notar, por ejemplo, que mientras en Francia se privilegiaba la
cultura latina – los reyes católicos franceses se consideraban sucesores de los
antiguos romanos - en los territorios de habla alemana (mayormente
protestantes) arraigó el gusto por lo griego. Goethe ya había saludado los
incipientes descubrimientos arqueológicos referidos a Grecia con aquella frase
de que “el sol de Homero sale otra vez”, expresión de su fascinación por el
mundo homérico. Algunas décadas más tarde Hegel, acaso el más influyente
filósofo alemán del siglo XIX, iba a enseñar el papel central de Grecia como
antecedente de la superioridad europea, cuestión que personalizó aún más en su
exaltación de Aristóteles y en la recuperación del aristotelismo. En 1872
Nietzsche publicará su famoso estudio “El
Nacimiento de la Tragedia ”
donde desarrollará el contraste entre el espíritu dionisiaco y apolíneo como
una vía para criticar la evolución del pensamiento occidental. Por aquel tiempo
otro connacional, Heinrich Schliemann, conduciría un aserie de excavaciones
entre 1870 y 1891 que llevarían a recuperar parte del perdido mundo micénico y
el sonado descubrimiento de Troya. Entre 1875 y 1881 Ernst Curtius, un profesor
de arqueología de Berlín, descubrió la perdida Olimpia, el santuario más
importante de la antigua Grecia, gracias a un acuerdo gubernamental en que
intervino nada menos que el mismo gobierno del recién creado imperio alemán (el
kronprinz Federico era otro
apasionado de la cultura griega). Libros y revistas sobre el mundo griego y
homérico se multiplicaron en lengua alemana, de modo que no nos puede
sorprender que Freud haya tenido un buen conocimiento de la vieja civilización
helénica, cuestión que por entonces atraía a Alemania, sobre todo a su elite
académica.
Pero aparte de su conexión histórica y
cultural con Grecia, Freud tenía por otro lado una relación familiar con la
tradición bíblica: su origen judío. Tanto por parte paterna como materna, Freud
procedía de familias judías ortodoxas de Galitzia, en el oriente del imperio
austro-húngaro, de modo que en su infancia se vio expuesto a las historias de la Biblia. Es notable que, así
como Grecia aporta una cuota destacada de personajes de todo tipo, otro tanto
se puede decir de la herencia literaria de la Biblia , de lo cual el affaire Noé - Cam nos da un
buen ejemplo. Lo que nos lleva a una segunda cuestión, ¿por qué Freud
privilegió los relatos, caracteres y personajes de las historias griegas? ¿Por
qué no consideró a los personajes e historias de la Biblia que conoció en su
niñez? Bueno, una primera respuesta es que de seguro un ateo convencido como
Freud no sentiría mayor interés en invocar a los personajes bíblicos. Citar la Biblia podría sonar todo lo
contrario a lo que Freud consideraba era el deber de la ciencia, esto es,
apartarse de toda relación con la religión. Por otra parte, el creciente
antisemitismo que se vivía en Austria y Alemania, unido al rótulo inicial de
“ciencia judía” con que algunos se referían al psicoanálisis freudiano, debe
haber alienado aún más a Freud ante cualquier relación de su ciencia con
asuntos bíblicos.
Pero la selección de la mitología griega como
fuente a donde ir a buscar historias y personajes podría tener otras lecturas
en Freud. Así al menos lo cree K. J. Kaplan (“Freud, Oedipus and the Hebrew Bible” 1997), quien ve en la
recurrencia a la mitología griega una preferencia freudiana en la acción del
destino (¿o fatalismo?) como fuerza que actúa en la existencia humana. El
destino tiene algo de ese carácter inconmovible de las leyes de la naturaleza
que definen a la ciencia tal como la entiende Freud; el destino implacable
tiene algo de esa inmutabilidad de las leyes naturales, que una vez definidas,
no pueden ser modificadas por voluntad alguna, ni siquiera por voluntad divina.
Así, por ejemplo, el destino de Edipo está determinado por el oráculo que señala
que matará a su padre el rey Layo de Tebas y se casará con su madre Yocasta, un
mandato que será imposible de quebrantar, aun cuando Edipo intenta hacerlo. En
la tradición bíblica, por otro lado, siempre está presente la posibilidad de
redención. El conflicto padre – hijo que describe la historia del sacrificio de
Isaac tiene un final feliz: el conflicto es superado en última instancia por la
intervención divina. Pero si se trata del incesto (el argumento de la leyenda
de Edipo), también había materiales de los cuales echar mano: la historia de
Lot y sus hijas, o incluso Abraham y Sara. Pero esta intervención divina y la
posibilidad de redención humana por su intermedio suponen un choque con el
universo determinista de Freud, donde el inexorable imperio de las “leyes de la
ciencia psicoanalítica” se avienen mucho mejor con el fatalismo griego y su
trágico desenlace en Edipo. La de Kaplan es sólo una posible interpretación de
la distancia de Freud con la
Biblia y su acercamiento y encanto con los relatos griegos,
pero valdrá la pena tenerlo en cuenta.
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