viernes, 18 de marzo de 2011

Hattusas y el Pentateuco


Los descubrimientos realizados desde 1906 en Bogasköy, en la meseta de Anatolia, Turquía, permitieron dar con los restos de Hattusas, la antigua capital del imperio hitita del segundo milenio antes de Cristo. Los hititas eran un pueblo mayormente desconocido hasta entonces y que en las páginas de la Biblia se identifican con los heteos, los descendientes de Het (Génesis 10:15; 1 Crónicas 1:13). Según el Antiguo Testamento mantuvieron contacto desde tiempos antiguos con los israelitas como lo indican indican los casos de Abraham (Génesis 23:3), Esaú (Génesis 26:34), Moisés (Números 13:29), Josué (Josué 1:4), los jueces (Jueces 1:6), David (1 Samuel 26:6; 2 Samuel 11:3), Salomón (1 Reyes 10:28), Eliseo (2 Reyes 7:6) y Ezequiel (Ezequiel 16:3, 45).

El estudio de los cerca de diez mil documentos en tablillas cuneiformes rescatados en Hattusas sacó a la luz muchos contratos que por su fecha tienen la importancia de ser contemporáneos de la época de Moisés. Entre los tratados más célebres del mundo antiguo hallado en la colección de Hattusas se encuentra el que celebraron el rey hitita Hattusilis III y el faraón Ramsés II de Egipto, después de la famosa batalla de Qadesh (o Kadesh, como leen los textos en inglés) entre ambas potencias en el 1300 a. C. (el tratado de paz definitivo se firmo unos 20 años después de la batalla, lo que evidencia las largas negociaciones de paz entre los dos imperios). El tratado invocaba al dios Ra y al gran dios de la tormenta de Hatti de modo de establecer “una próspera paz y una excelente hermandad entre el gran rey, el rey de Egipto, y el gran rey de Hatti, su hermano, por siempre jamás”. La “copia” egipcia del mismo se encuentra en inscripciones en el templo de Amón en Karnak. La investigación histórica en el Medio Oriente nos ayuda a entender la importancia que las formalidades de los pactos tenían en esa región del mundo antiguo, tanto para los casos de relaciones personales como para las relaciones internaciones de la época. Si bien la práctica de tratados está bien documentada entre otros pueblos de la región (asirios, sumerios, babilonios, egipcios) los tratados hititas deben estar entre los mejor conservados y los más completos del Antiguo Medio Oriente. La literatura inglesa se refiere a este tipo de tratados con el término suzerainity, concepto que lleva implícita de una suerte de protectorado, como los que se establecieron en cierto momento de la historia moderna entre algunas naciones europeas o de éstas con países africanos o asiáticos. Un triste ejemplo de este tipo de dependencia es el infame protectorado que estableció Hitler sobre Checoslovaquia en vísperas de la II guerra mundial. Lo llamativo de estos contratos hititas, en especial los del tipo señor – vasallo (como los que imponían los reyes hititas a los reyes que derrotaban), es la estructura y estipulaciones que los caracterizan:

(a) un preámbulo, que identifica al autor del tratado, sus títulos y atributos,

(b) un prólogo histórico que fundamenta los lazos de apoyo mutuo entre señor y vasallo,

(c) un listado de las obligaciones y estipulaciones del tratado,

(d) los testigos – normalmente divinos – que son garantes del tratado. (Los asirios sólo invocaban a sus propios dioses en sus tratados; los hititas, en cambio, eran un poco más considerados, incluían también a los dioses de sus vasallos.)

(e) las bendiciones y maldiciones para el cumplimiento o incumplimiento de los términos contractuales.

Además de estos elementos las formalidades del contrato incluían dejar una copia del contrato en un templo, su lectura pública cada cierto tiempo, el juramento de fidelidad del vasallo y ceremonias religiosas, tales como el sacrificio de animales y el rociamiento de sangre para oficializar la aceptación del pacto.

Quienquiera que esté medianamente familiarizado con la literatura bíblica apreciará de inmediato las similitudes de la legislación mosaica con los códigos contractuales existentes por entonces. En particular, pasajes como Éxodo 20-23 y el libro de Deuteronomio dan señales de que muy probablemente Moisés recurrió a un cierto lenguaje que era común en la época y que definía obligaciones contractuales entre dos partes que llegaban a un acuerdo, papel que jugaban en este caso Israel y Yahvé. Notar, por ejemplo, el extraordinario ejemplo de Deuteronomio 27 con la ceremonia que se le manda a Israel celebrar en el monte Ebal, la figura de las piedras como testigos y nuevamente la fuerte imagen de las bendiciones y maldiciones que esperaban a Israel dependiendo de su cumplimiento de los términos del pacto del Sinaí. Un ejemplo ilustrativo de lo anterior se puede rastrear en Éxodo 19:3-8:

Preámbulo (verso 3):
“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel:

Prólogo histórico (verso 4):
Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí.

Principios Generales (verso 5a):
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto,

Bendiciones (versos 5b, 6a):
Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.”

El término hebreo que traducimos “pacto”, berith, aparece 285 veces en el Antiguo Testamento, de las que 83 apariciones corresponden al Pentateuco, es decir, cerca del 30% del uso de este vocablo en la Biblia hebrea es explicado por los libros de Moisés; más específicamente, el Génesis da cuenta de 27 usos de la palabra, cerca del 10% de su uso total. Estos datos nos dan pistas acerca de la importancia de este concepto en la literatura mosaica. ¿Por qué Moisés recurre a este vocabulario y a una terminología de pactos, una terminología con connotaciones legales? Precisamente uno de los temas centrales del Pentateuco, por no decir que el más importante, es la idea del pacto del Sinaí, el pacto entre Yahvé y su pueblo, tema que une transversalmente todo la obra de Moisés. Si los sucesos del Sinaí apuntaban a un contrato o pacto trascendental para la historia de Israel, se nos aparece como más comprensible que la estructura del relato mosaico se ajustara a los términos de los tratados vigentes por entonces y al lenguaje de pactos con que estarían más familiarizados sus contemporáneos. En este sentido, el Génesis sirve como una suerte de antesala al pacto del Sinaí: nos presenta las historias de los pactos o tratos previos que hizo Dios con el ser humano. Así entendemos que Moisés aprovecha el Génesis para familiarizar a su audiencia con los pactos que realiza con Adán y Eva en Edén, con Noé y su descendencia tras el diluvio, con Abraham al sacarlo de su tierra en Mesopotamia y prometerle la tierra de Canaán.
Resulta muy esclarecedor citar un párrafo de un artículo de J. A. Thompson, quien estudió esta materia en los años sesenta:
“Parece claro que la idea de pacto del Medio Oriente provee a Israel una metáfora significativa para la exposición de las relaciones existentes entre Yahvé e Israel. No quiere decir que la idea, tal como existía en el ambiente secular de aquellos días, era completamente adecuada para exponer las muchas caras del pacto divino entre Yahvé y su pueblo. Pero este concepto, tomado prestado del terreno de la ley internacional, y revestido de una especial aplicación teológica, dio expresión concreta al concepto más profundo de elección divina. Los tratados del Medio Oriente, y en particular el tratado de protectorado hitita, en su estructura literaria, en su vocabulario, en su contexto histórico y, en alguna medida, en su espíritu general, tiene por tanto una considerable significación para los estudios del Antiguo Testamento”.

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