viernes, 25 de febrero de 2011

JEDP


La lectura de los primeros capítulos del Génesis ha sido motivo de discusión no sólo por las características particulares del relato mosaico de la creación, sino por otra variedad de detalles, algunos de los cuales suelen ser menos conocidos. Entre ellos el uso de nombres diferentes para referirse a un mismo Dios llamó la atención de quienes creían que o bien Moisés no era el autor del Génesis o bien no era el único autor. Los que así pensaban postularon que cada nombre de Dios representaba en el fondo una tradición religiosa, documental e histórica distinta; dicho en otras palabras, los capítulos 1 y 2 del Génesis no salieron de la mano de un mismo autor, sino de autores diferentes, por tanto Moisés no pudo haber sido el único autor del texto, cabiendo incluso la posibilidad de que quizás los autores fueran posteriores a Moisés y recogieran tradiciones religiosas distintas dentro de Israel. Esta idea central, que el texto bíblico que tenemos hoy es el resultado de una evolución de tradiciones religiosas más o menos independientes dentro de Israel, se extendió a todo el Pentateuco y luego a toda la Biblia hebrea. En su formulación madura la hipótesis documental, tal como la refinó el teólogo alemán Julius Wellhausen (1844-1918, foto superior) en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene que el Pentateuco fue el producto de unas cuatro distintas fuentes documentales redactadas entre el 950 y el 500 a. C. y combinadas luego en un único texto – nuestro Pentateuco actual – por un editor o editores finales hacia el 450 a. C., es decir, estamos en presencia de un texto que corresponde principalmente al post exilio babilónico. Según la hipótesis documental las cuatro fuentes o documentos en cuestión se tipifican como JEDP, en ese orden cronológico. El documento J corresponde a la fuente Yahvista, es decir, la que conocía a Dios por su revelación como Yahvé, la más antigua de todas, probablemente hacia el 950 a. C. La fuente E, por otro lado, es el documento elohísta, procedente de aquellos israelitas que conocían a Dios como Elohim, probablemente hacia el 850 a. C. El tercer documento, D, corresponde a los compaginadores de la ley del Deuteronomio, presumiblemente hacia el 600 a. C. Por último, P es la fuente sacerdotal, el grupo de los antiguos sacerdotes judíos, cuya fecha podría corresponder al 500 a. C. El tratamiento que Wellhausen dio al tema en Die Komposition des Hexateuchs (1878) y Prolegommena zur Geschichte Israels (1878) sugiere que la religión de Israel no tiene nada de sobrenatural en sus orígenes e incluso postuló que el monoteísmo fue sólo un producto tardío de la evolución religiosa hebrea a partir de una espiritualidad más primitiva, común a los pueblos del Antiguo Medio Oriente (AMO).

¿Cuál fue el impacto de la hipótesis documental? En su natal Alemania la teoría ganó terreno rápidamente en los medios liberales, pero no sin generar una fuerte polémica. La Alemania del II Reich enfrentaba el mismo embarazoso problema que aquejaba a otras naciones europeas: un creciente anti semitismo. Obviamente esta situación despertó la reacción de las comunidades judías. La nueva teoría de Wellhausen resultó particularmente explosiva en esta atmósfera enrarecida, pues al eliminar los elementos sobrenaturales fue vista por los judíos como un nuevo ataque contra su religión, esta vez negando o distorsionando el monoteísmo hebreo o que los judíos fuesen “el pueblo elegido de Dios”. Fuera de esta polémica germana, su carácter científico la hizo ampliamente popular en Gran Bretaña y Estados Unidos, especialmente a medida que avanzaban los puntos de vista de una teología más liberal. Esta popularidad resulta comprensible en medio de la atmósfera evolucionista que se expandía en el mundo científico y académico, pues mostraba a la Biblia como el producto de una larga evolución religiosa del antiguo Israel, en lugar de una poco científica revelación sobrenatural como se había creído tradicionalmente. Para la primera mitad del siglo XX la hipótesis documental había sido aceptada por casi todos los investigadores de renombre no conservadores a tal punto que se aceptaba generalmente que el asunto del origen del Pentateuco estaba ya resuelto. Hasta nuestros días sigue siendo respetada y enseñada en universidades y centros teológicos de tradición liberal, aun cuando la investigación histórica y el progreso de la crítica textual han disminuido mucho de su pasado lustre académico, pero su lenguaje descriptivo básico sigue siendo utilizado para explicar el origen del Pentateuco. Actualmente sabemos que usar los nombres de Dios como un criterio para separar fuentes o tradiciones religiosas adscritas a épocas diferentes es un asunto altamente especulativo. En este sentido, probablemente una de las críticas más fuertes hechas en el siglo XX contra la hipótesis documental sea la del notable erudito judío italiano, Umberto Cassuto (1883-1951). Este destacado hebraísta florentino sostuvo que la principal debilidad de la hipótesis documental yace en su desconocimiento de la mentalidad hebrea, tal como se aprecia en la cuestión de los nombres de Dios; construir toda una teoría en base al uso alternativo de los nombres Yahvé o Elohim es monumento de ignorancia del pensamiento y la literatura judía. Según Cassuto la hipótesis documental llenó con demasiada imaginación sus vacíos y desconocimiento de la mentalidad judía. Cassuto desestima tanto la teoría de Wellhausen como su datación histórica, presentando su propia tesis de que el Pentateuco debe fecharse hacia el 900 a. C., pero como un solo documento, que tuvo una redacción única, no como el producto o la mezcla de varios textos separados. Cassuto, por lo tanto, coincide con Wellhausen en un solo punto, en que Moisés no fue el autor del Pentateuco, aunque defiende que fue el personaje inspirador de la obra.

La posición de Wellhausen puede que sea del gusto de la academia liberal, pero plantea dificultades enormes para quienes siguen la fe cristiana tradicional, incluso desde un punto de vista “científico”. Cuesta ver la racionalidad del predicamento que subyace en la postura de Wellhausen, en cuanto a que el monoteísmo hebreo no es más que el proceso natural de evolución desde una religión primitiva hacia una más avanzada. Si tal es la tendencia natural de las cosas y no hay que esperar ninguna intervención divina especial para alcanzar el monoteísmo, entonces cuesta entender por qué este fenómeno no lo vemos en los mismos vecinos de Israel; después de todo los hebreos tenían en su vecindario a algunas de las más importantes civilizaciones del mundo antiguo. Para nadie es un misterio que Egipto, Babilonia y Asiria – por poner unos pocos ejemplos – representan estados de civilización más avanzados en comparación con los hebreos, desde un punto de vista tecnológico y científico. ¿Por qué entonces no vemos allí este progreso natural, desde los politeísmos nacionales hacia una religión monoteísta? ¿Por qué solamente Israel, una nación más bien secundaria en el concierto internacional de la época, dio ese paso trascendental? Dondequiera que miremos en otras partes del mundo el politeísmo ha sido la norma, el desarrollo más natural de la experiencia religiosa humana. De hecho, Israel es el único caso de una religión monoteísta en la historia, con casi cuatro mil años de antigüedad. Aún desde el marco estricto de la racionalidad, la singularidad de la experiencia religiosa israelita no tiene explicación apelando sólo a una cierta tendencia natural a progresar desde una religión primitiva hacia un estadio monoteísta más avanzado. Si Israel nos pone ante una excepción, un caso único en la historia, un quiebre con respecto a la norma politeísta mundial en todos los lugares y en todos los tiempos, ¿qué sentido tiene la explicación de Wellhausen de que simplemente estamos ante una evolución natural del judaísmo? ¿Dónde están los otros ejemplos en que pueblos que partieron del politeísmo llegaron al final al monoteísmo? La evidencia empírica nos indica que lo natural y lo normal es el politeísmo; el monoteísmo es completamente anti natural. A menos, claro, que de antemano uno tenga el prejuicio de que el monoteísmo sólo puede explicarse por causas naturales. Por estas y otras muchas razones desestimamos la posición de Wellhausen; el estado del arte actual no cuestiona en lo sustantivo la idea tradicional de que Moisés es el autor de los libros que se le atribuyen en la Biblia hebrea, considerando que los problemas de paternidad literaria planteados por la hipótesis documental son más ficticios que reales, pues involucran un alto componente de subjetividad y especulación. Por lo mismo, no vemos razón para dudar que la fecha de redacción del Pentateuco debe situarse entre el siglo XV y el siglo XIII a. C., esto es, dependiendo de la datación más temprana o más tardía para el éxodo de Egipto.

Una nota final con respecto a la hipótesis documental. Nuestro rechazo tiene que ver con los fundamentos filosóficos – por así decirlo – de la teoría de Wellhausen. Después de que ha pasado tanta agua baja el puente, uno puede entender que estamos ante un problema de los supuestos que guían la investigación. Este es un problema que se ha debatido muchísimo también en el campo de las teorías científicas y tiene que ver con la relación que existe entre los hechos y la verdad, entre los resultados empíricos y la explicación conceptual con que el investigador compone esos resultados. Los hechos están ahí, los datos históricos están ahí, los resultados y descubrimientos arqueológicos están ahí, pero toda esta evidencia por sí sola o en su conjunto no nos puede decir cuál es la verdadera historia sin la mediación de la interpretación humana. Esa interpretación a su vez ha estado siempre determinada por un conjunto de supuestos, de prejuicios y “pre conceptos” que irremediablemente el investigador lleva consigo, producto de su propia y particular educación, cultura, tradiciones y contexto histórico. A mayor distancia cronológica respecto de los hechos estudiados, el lector podrá sospechar que mayor es el papel que juega la intermediación de la interpretación que liga hechos con verdades. Es por todo esto que partiendo de unos mismos hechos históricos y arqueológicos, diferentes autores arriban a diferentes conclusiones, a veces incluso contradictorias. Todo lo anterior no quiere decir, sin embargo, que el estudio llevado a cabo por quienes enarbolan la bandera de la hipótesis documental esté viciado, en modo alguno. Muy por el contrario, la investigación crítica de las escrituras debe ser estimulada a todo evento, pues la polémica demuestra que en estos últimos doscientos años se ha avanzado muchísimo en acercarnos a una mejor comprensión del texto bíblico, y por lo visto aún nos queda mucho por avanzar para perfeccionar ese conocimiento.

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