viernes, 10 de septiembre de 2010

Chaoskampf, la batalla del caos



Desde la segunda mitad del siglo XIX la influencia de las potencias occidentales sobre el imperio turco permitió que aventureros, coleccionistas y arqueólogos, principalmente franceses e ingleses, emprendieran expediciones para hallar y sacar a la luz los tesoros históricos del medio oriente. El resultado de esta actividad, entre otros muchos aspectos, llevó al descubrimiento de una serie de documentos de sumerios, acadios, babilónicos, asirios, hititas, fenicios, persas y elamitas, textos del segundo y primer milenio antes de Cristo que arrojaron nueva luz sobre muchas historias de la Biblia. Relatos como la creación y el diluvio o la historia de Noé, que hasta entonces eran vistos como exclusivos de la tradición bíblica judeo cristiana, pasaron a tener ahora una contraparte en los relatos de estos pueblos de la antigüedad. Obviamente, el resultado fue una profunda conmoción en los círculos bíblicos y teológicos cristianos. Por primera vez se sabía que Noé tenía un correlato en Gilgamesh, o que la historia de Adán y Eva podía contrastarse con el Enuma elish, la epopeya babilónica de la creación. La reacción de sorpresa y estupor pasó a ser de alarma cuando algunos vieron en este descubrimiento una vía para postular que la religión judía había evolucionado desde una religión mesopotámica más primitiva. ¿Estaba en peligro la Biblia? ¿Podían reducirse sus historias a simples elaboraciones de mitos babilónicos ancestrales?

A comienzos del siglo XX un erudito alemán de la escuela de la Formgeschichte, Herman Gunkel (1862-1932, foto principal), publicó los resultados de sus investigaciones sobre la relación entre la religión de Mesopotamia y la religión hebrea. Gunkel concluyó que Génesis 1, el relato mosaico de la creación, tenía un extraordinario parecido al relato babilónico del Enuma elish; es más, aventuró que en la historia bíblica había claras evidencias de adaptación de los mitos que conformaban la cosmología de Babilonia. Para ser más específicos, Gunkel centró su atención en el texto de Génesis 1:2,

Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.

Según Gunkel la terminología hebrea claramente incorporaba ideas y conceptos sobre el origen del mundo que tenían un trasfondo babilónico. Ciertas palabras claves fueron destacadas por Gunkel como base de esta identificación:

Y la tierra estaba desordenada y vacía (tohu wabohu), y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo (tehom), y el Espíritu de Dios (ruah `elohim) se movía sobre la faz de las aguas”.

Las palabras que hemos destacado en hebreo en el pasaje de Génesis 1:2 contienen la llave para entender la teoría de Gunkel. En resumen, según Gunkel el hebreo tehom (traducido en la RV como “abismo”) corresponde a la versión hebrea del ser mitológico Tiamat, la diosa y monstruo primigenio con la que arranca el relato del Enuma elish. Precisamente la historia babilónica principia con el universo en un estado de caos o desorden generalizado, desorden que es instaurado por Tiamat. Gunkel cree que la expresión hebrea tohu wabohu (que la Reina Valera traduce “desordenada y vacía”) es el correlato hebreo del estado de caos del universo original, tal como cuenta la narración del Enuma elish. Según el mito babilónico, el dios Marduk, el más importante de los dioses babilónicos y deidad tutelar de la ciudad de Babilonia, fue el principal antagonista de Tiamat. Marduk enfrenta a la diosa Tiamat, el gran monstruo, y la derrota gracias a que envía contra ella los vientos que despedazan su cuerpo, con cuyos restos Marduk crea la tierra. Gunkel encuentra reminiscencias de esta lucha mítica ancestral en la expresión hebrea ruah `elohim, que la mayoría de las versiones traducen como “Espíritu de Dios”, puesto que ruah puede traducirse precisamente como “viento” o “espíritu”; pero según Gunkel aquí es evidente que el autor hebreo conservó el recuerdo ancestral de los vientos del caos del relato babilónico. Así que, en resumen, Gunkel nos presenta un ejemplo de cómo antiguos mitos del medio oriente, en este caso específicamente de Babilonia, se colaron por las páginas de la Biblia por la simple razón de que el autor u autores del Génesis eran semitas y compartían con los habitantes de Mesopotamia una base común de mitos y leyendas que conformaban una cosmología, una visión del mundo, muy similar. Para ponerlo más explícito en palabras del mismo Gunkel:

Si es el caso, sin embargo, que un fragmento de un mito cosmogónico se haya preservado en Génesis 1, entonces no se puede permitir rechazar por más tiempo la posibilidad de que el capítulo entero pudiera ser un mito que se transformó en una narración”.

Después de Gunkel, una sucesión de otros autores e investigadores han apoyado la teoría de que el relato hebreo de la creación en Génesis 1 tiene un trasfondo babilónico. Para muchos académicos ya es un hecho que Génesis 1:2 es un claro ejemplo de una cosmología primitiva común a todos los pueblos semitas del medio oriente y en cuyo origen hay una idea mitológica de un caos original, confrontado por una o varias deidades, y de cuya lucha deviene el universo y la humanidad. En términos de Gunkel, estamos frente a una Chaoskampf o batalla del caos, un mito compartido por babilónicos, sumerios, acadios, asirios y hebreos.

Pero, ¿están todos los autores de acuerdo con esta teoría? ¿Qué dice el mundo evangélico ante la tesis de que el Génesis sea un mero pastiche de viejos mitos? Por cierto que hay una gran divergencia de opiniones, como no podría ser de otra manera. Esta polémica tiene que ver con las debilidades que enfrenta la teoría de Gunkel, algunas de las cuales trataremos de dilucidar en lo que sigue.

Como en todas las cosas, la exégesis es el punto de partida de cualquier análisis sobre la suposición de que en Génesis 1:2 nos hallamos frente a un mito primitivo, frente a una batalla que opone a un dios-creador y un ser mítico responsable del caos primigenio. El breve resumen que presentamos previamente señala el papel crítico de ciertas frases del texto hebreo que de acuerdo con Gunkel apuntan en la dirección de un mito cosmológico muy antiguo. Pero la interpretación que nos ofrece Gunkel enfrenta dificultades mayores al estudiar con detención esa misma fraseología en el contexto general del Génesis, del Pentateuco y del Antiguo Testamento considerado como un todo. Veamos por ejemplo la estructura detallada del pasaje en cuestión:

1:2a, “Y la tierra estaba desordenada y vacía,”
1:2b, “y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo,”
1:2c, “y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.

La idea de que tohu wabohu (“desordenada y vacía”) en 1:2a se refiere a un estado de caos primigenio, se contrapone con el sentido que hallamos en otros pasajes donde esta expresión no puede tener tal sentido caótico. Primeramente, con respecto a tohu, un sustantivo singular masculino, este término aparece 20 veces en la Biblia, 11 de las cuales en Isaías; su significado puede ser “desierto” (Deuteronomio 32:10), “desierto o devastación amenazante” (Isaías 34:11, donde se lee “destrucción”), o “nada, la nada” o bien carencia o vacuidad (1 Samuel 12:21). Un texto llamativo es Isaías 45:18, donde el sentido de desierto o deshabitado calza perfectamente: “Dios… el que formó la tierra… no la creó en vano (tohu, desierto), para que fuese habitada la creó”. El texto sigue la idea de que Dios no creó la tierra para ser un desierto, un lugar deshabitado, sino para ser habitada, para contener vida. Esta interpretación se ve reforzada por la literatura ugarítica, donde el término thw equivale al hebreo tohu y también significa “desierto”. Bohu también es un sustantivo singular masculino, que significa “vacío, caos, desecho”. Este término aparece sólo tres veces en las escrituras, siempre con tohu (Génesis 1:2, Isaías 34:11, Jeremías 4:23). La frase tohu wabohu al parecer era entendida en la literatura rabínica como una referencia a una tierra sin forma. Es interesante observar que en el contexto de Isaías 34:11 se nos describe una situación de una tierra asolada, deshabitada, un desierto. Misma noción que se despliega en Jeremías 4:23, en donde se da un notable paralelismo entre la ausencia de luz en el cielo y la ausencia de vida en la tierra, una imagen de tierra desierta reforzada por el contexto siguiente de los versos 25-26: “Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y he aquí el campo fértil era un desierto, y todas sus ciudades eran asoladas delante de Jehová, delante del ardor de su ira”. Así que las dos otras ocasiones en que la frase tohu wabohu aparece en las escrituras no contiene ninguna alusión a una situación caótica, sino a una situación de una tierra desierta o asolada, carente de vida. Es precisamente la imagen que transmite Génesis 1:2; Moisés está describiendo la situación de la tierra antes de que aparezca la vida, y por la tanto la describe como deshabitada, una tierra vacía. Por lo demás, resulta bastante natural que el autor recurra a esta imagen, pues el desierto es la realidad inmediata de la audiencia a la cual se dirige el relato.

Con respecto al término tehom, que la VRV traduce en Génesis 1:2 como “abismo”, es un sustantivo singular femenino que significa “océano, abismo, sima, manantial. Especialmente el océano primordial, abisal, en parte subterráneo, que aflora en lagos, pozos, manantiales, y está presente en mares y ríos (de ahí se usa en plural)… superficie del océano”. En los Tárgum, así como en la literatura talmúdica y midráshica hebrea este término se interpreta como “profundidad, profundo, interior de la tierra”. La lectura de Gunkel de que tehom deriva del babilónico Tiamat y por tanto de que personifica a una deidad o un monstruo mitológico, enfrenta el problema de que el texto dice que las tinieblas estaban “sobre la faz del abismo (tehom)”; si por abismo se quería entender una persona ¿por qué las tinieblas estarían sólo sobre su rostro y no sobre todo el cuerpo? Esto aparece como una lectura forzada. Claramente el paralelismo entre 1:2b y 1:2c hace la lectura bastante más sencilla, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, esto es, “sobre la faz de las aguas”, lo que no tiene nada de mitológico. Por otro lado, etimológicamente hablando, tampoco queda claro que el hebreo tehom derive del babilónico Tiamat. Más bien, la opinión actual se inclina por que tanto tehom como Tiamat derivan de una misma raíz semita común *thm, que significa “océano”. Que este es el caso en las escrituras se aprecia al revisar la aparición de tehom en el AT, donde siempre significa un flujo de aguas o el océano, sin que jamás haya ningún atisbo de personificación. Muchas veces tehom es paralelo a mayim, “aguas”, o yam, “mar”; otras veces significa “aguas subterráneas”, como en Deuteronomio 8:7. Incluso en el relato del diluvio (Génesis 7:11 y 8:2) el significado de tehom es de aguas que surgen de debajo de la superficie de la tierra. En ninguno de estos casos hay alguna personificación, tehom jamás se presenta en las escrituras como un poder o fuerza que se opone a la deidad, es meramente un aspecto inanimado de la creación.

Por último, con respecto a ruah `elohim en Génesis 1:2c, hay que precisar que ruah aparece 379 veces en la Biblia, pudiendo significar “viento y aliento”. La frase, que aparece 16 veces en hebreo y 5 en arameo, crea división entre quienes la interpretan como “Espíritu de Dios” y quienes la leen como un “viento” enviado por la deidad. La idea de los vientos hace el puente con la mitología babilónica, pues como ya lo dijimos antes, en la literatura de Babilonia se relata que el dios Marduk destruyó al monstruo Tiamat con la ayuda de los vientos. Así que aquí los seguidores de Gunkel ven una alusión al mito babilónico con este viento que viene de Dios. Sin embargo, la interpretación mitológica enfrenta el serio problema de que en el contexto inmediato de Génesis 1 el término `elohim se refiere indudablemente a Dios, el Creador que se revela en el relato. Además, la lectura de ruah como un “viento” genera el problema adicional de que en el resto del capítulo no tiene ninguna función. Por lo demás, si el autor hebreo hubiese querido expresar la idea de un viento fuerte o violento, tenía formas claras de hacerlo, tales como ruah gedola (1 Reyes 19:11, Job 1:19; Jonás 1:4, etc.); ruah se `ara o se `arot (Salmo 107:25; 148:8, etc.); ruah qadim es el viento tormentoso que destruye los barcos (Salmo 47:7; Jeremías 18:17, etc.). En resumen, no hay nada en ruah `elohim que sugiera la idea de un poder o una fuerza o monstruo mitológico que se resiste u opone a la acción de Dios.


Es cierto que quedan muchos detalles pendientes, pero en términos generales se puede afirmar que la investigación lingüística, etimológica y semántica hace altamente difícil o imposible sostener la lectura mitológica defendida a principios del siglo XX por Gunkel. La verdad es que los antecedentes del contexto literario, tanto del Antiguo Testamento como de la literatura del antiguo medio oriente, prácticamente descartan la posibilidad de una inserción mitológica en el relato de Génesis 1:2, al menos en la forma en que el texto hebreo ha llegado hasta nosotros.

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