lunes, 5 de abril de 2010

La Pascua y las estrellas


Por estos días el mundo cristiano en general celebra la semana santa, acaso la fecha o conmemoración más importante en el mundo religioso occidental. Este año la Pascua calló en el primer fin de semana de Abril, pero puede hacerlo igualmente en cualquier fecha comprendida a grandes rasgos entre el 20 de marzo y fines de Abril, como ha ocurrido en otros años en el pasado y como seguirá ocurriendo en el futuro. El feriado ya viene apuntado en nuestros calendarios en Chile, de modo que normalmente nunca nos planteamos la pregunta de por qué celebramos semana santa en la fecha en la que la celebramos o por qué cambia esa fecha de año en año; sencillamente asumimos que es así, alguien la habrá definido. Pero ¿por qué? ¿Fue siempre así en el pasado? ¿Cómo se celebraba la semana santa en tiempos antiguos, digamos siglos o milenios atrás? Y sobre todo, ¿cómo y cuándo se definió la fecha de la Pascua? La historia detrás de la fecha de la Pascua es tan entretenida como reveladora de la historia misma del cristianismo.

El pasado lunes 29 de marzo, a las 23:25 hora de Chile (30 de marzo, 2:25 GMT) la luna llena brilló nítidamente iluminando la noche otoñal. Como todos saben en Chile (hemisferio sur) debemos mirar hacia el norte para buscar la luna o el sol, mientras que en Jerusalén (hemisferio norte) hay que voltear hacia el sur. La luna jugaba una parte central en la vida comunitaria del antiguo Israel, por lo pronto era un elemento central del sistema de medición del tiempo. El año hebreo (shane) era un año lunar, sus meses variaban en duración entre 29 y 30 días, para totalizar un año de cerca de 354 días. La luna nueva indicaba el primer día de un nuevo mes y la luna llena la mitad de cada ciclo mensual. Para el equinoccio de marzo – de primavera en el hemisferio norte y de otoño en el hemisferio sur – coincidía casi con el primer mes del calendario religioso de Israel, el mes de Nisán o Abib, que más o menos corresponde al período marzo / abril de nuestro sistema actual. Por ser el primer mes del año sagrado, Nisán era testigo de una de las fiestas más importantes del antiguo Israel, la fiesta de la Pascua, la fiesta en la que se sacrificaba y comía un cordero en cada familia de Israel en recordación de la liberación de Egipto, tal como lo indicaba la ley de Moisés:


El 14 de Nisán marcaba casi la mitad del mes y por tanto coincidía con la luna llena de ese mes lunar. De modo que la cena pascual tenía lugar bajo una clara noche de luna llena. Fue en una ocasión así que los evangelios relatan esa última cena entre el Maestro y sus discípulos; fue una noche clara e iluminada que salieron rumbo al huerto de Getsemaní (Juan 18:1), donde Jesús oró agónicamente y a donde más tarde llegaron los guardias a arrestarlo portando curiosamente “linternas y antorchas” (Juan 18:3). De acuerdo a la narración de los evangelistas la semana de la pasión tuvo una secuencia bastante clara: 14 de Nisán cayó en día jueves y a la mañana siguiente (mañana del viernes para nosotros) se realizó el juicio, condena y ejecución de Jesús, para finalmente resucitar el domingo, el primer día de la semana.

De los evangelios la fiesta fue heredada por la naciente iglesia, una fiesta judía se transformó en conmemoración cristiana. Más aún, en la fiesta judía que seguía a la Pascua, la “fiesta de las semanas” o “el día de las primicias” (Éxodo 34:22; Deuteronomio 16:10), fiesta que en el Nuevo Testamento conocemos con el nombre griego “Pentecostés” (“quincuagésimo”, pues precisamente la fiesta se celebraba cincuenta días después de la Pascua), tuvo lugar otro hecho fundacional de la nueva iglesia: el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2). Así que no sorprende que los primeros cristianos hallan heredado de la religión judía dos fiestas que ahora tenían una nueva significación cristiana: la Pascua y Pentecostés.

La investigación histórica parece demostrar que durante los primeros dos siglos las iglesias dispersas por el imperio romano celebraron estas festividades siguiendo el calendario judío, esto es, el 14 de Nisán. Hay que tener presente que las iglesias cristianas vivían bajo un calendario distinto al hebreo, el calendario juliano, que regía en Roma desde que Julio César lo había instituido en el 45 a. C. El calendario juliano era muy similar al nuestro y tenía una duración de 365 días. Mientras que el calendario judío era lunar (o luni solar) el calendario romano era solar, lo que ayuda a entender las diferencias de duración y los ajustes que debían hacerse cada cierto tiempo para equiparar el calendario con los cambios estacionales.

En el siglo III a los cristianos que seguían la práctica de guardar el 14 de Nisán se les comenzó a denominar “quartodecimanos”, (por el latín, quarta decima, 14). Fue entonces que comenzó a gestarse el “problema pascual”: la discusión de cuándo celebrar la Pascua. Para entender la polémica hay que dibujar un cuadro mucho más grande aún de la situación del imperio y de la coyuntura que afectaba a la iglesia cristiana en el conjunto de la sociedad romana. Desde aproximadamente el año 70 d. C., es decir, desde la destrucción del templo de Jerusalén, se produjo en la práctica la separación de la iglesia y la sinagoga; el cristianismo – hasta entonces visto como una secta más dentro de la religión judía – se reveló como una religión distinta del judaísmo. Cuando las autoridades romanas comprendieron esta situación, se les hizo evidente que la nueva religión era de hecho ilegal. Los romanos habían otorgado un estatus de cierta legalidad a la religión judía desde el siglo I a. C.; preocupados de la mantención del orden público, los romanos estuvieron dispuestos a reconocer el derecho de los judíos a practicar su religión ancestral, con tal que a su vez las comunidades judías no perturbaran el régimen imperial. Pero los romanos eran politeístas y a duras penas soportaban el para ellos extraño monoteísmo hebreo. Una segunda religión monoteísta debe de haberles parecido demasiado. La ilegalidad de los cristianos fue la excusa perfecta para desatar una serie de persecuciones contra ellos con el fin de exterminar la nueva religión, mientras en paralelo los judíos podían vivir razonablemente bien en el imperio de los césares. Así las cosas, muchos cristianos fueron testigos de cómo los judíos prosperaban y practicaban su fe tranquilamente, mientras las iglesias eran asoladas según la caprichosa voluntad del emperador de turno. El viejo antisemitismo mediterráneo, latente en la sociedad romana, se coló rápidamente entre las filas cristianas y especialmente entre varios dirigentes de la iglesia, alimentándose de una lectura literal de las escrituras que acusaban a “la sinagoga de Satanás” (Apocalipsis 2:9; 3:9). Si “los que se dicen ser judíos y no lo son” eran los que habían crucificado a Cristo y además instigaban las persecuciones contra los cristianos, ¿cómo seguir celebrando la Pascua según el calendario judío? ¿Cómo seguir esperando a que los judíos decidan el día de la fiesta y que los cristianos tengan que seguirlos? Hacia el 150 d. C. comenzó la reacción anti judía en sectores de la iglesia cristiana, particularmente en la mitad occidental del imperio, reacción que iba a triunfar en el Concilio de Nicea del 325, proscribiendo la práctica histórica quartodecimana e instaurando una nueva modalidad de cómputo de la Pascua, la que se mantiene hasta nuestros días.

La historia de la Pascua, de la controversia pascual en la iglesia primitiva, está llena de enseñanzas sobre la iglesia de los primeros cristianos y particularmente sobre las dramáticas relaciones que se iban a gestar en el futuro entre cristianismo y judaísmo. Normalmente recordamos la cara amable del triunfo cristiano sobre el paganismo antiguo, pero pocos conocen la cara oscura de las tristes noticias que ese triunfo iba a significar para los judíos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Reloj Mundial

Ciudad de Mexico

Bogotá

Madrid

Buenos Aires

Temuco

Apocryphicity

New Publications by ETS Members