viernes, 4 de junio de 2010

Sueños de Ciencia Ficción





La superproducción de “Avatar”, el último éxito taquillero del director norteamericano James Cameron, ha devuelto recientemente al primer plano las historias de ciencia ficción, género en el que Hollywood tiene una experiencia notable para convertir en fuente de ganancias récords y de grandes negocios. Todo ello se sustenta a su vez en el atractivo que el tema produce entre el público común, una veta de antigua fascinación humana por asuntos que hoy nos confronta con otros mundos, viajes interplanetarios, vida extraterrestre. Con seguridad para el hombre de la calle el nombre más asociado con el género debe ser el del francés Julio Verne, cuyas increíbles historias noveladas han sido la delicia de nuestros abuelos y padres. Pero muy pocos, si es que algunos, debe saber que el fundador del moderno género de la ciencia ficción fue un olvidado matemático (hoy diríamos astrónomo) alemán de los siglos XVI y XVII llamado Johannes Kepler.

Para quienes estudian física o ingeniería, el nombre de Kepler debe estar asociado a las leyes del movimiento planetario por él descubiertas y que llevan su nombre – las leyes de Kepler – que describen el movimiento de los planetas en torno al sol. Pero Kepler fue mucho más que sólo sus célebres leyes dinámicas. La historiografía de la ciencia en general ha sido injusta con Kepler, convertido hasta hace poco en el genio olvidado, una estrella con luz propia, pero eclipsada por el resplandor arrollador de Isaac Newton. Fuera de las leyes en cuestión, casi no se mencionaba a quien fuera en vida un investigador notable, movido por un pasión incombustible por desentrañar los misterios de la naturaleza, el más importante representante del copernicanismo de su época, precisamente cuando Copérnico era aún, para católicos y protestantes por igual, un personaje polémico y muchas veces rechazado. A propósito, Kepler fue además un creyente sincero, como atestiguan su primera vocación para ser ministro luterano y luego sus escritos, llenos de admiración por la creación de Dios y por el orden matemático – divino que Kepler creía descubrir en la naturaleza.

Pero la pasión por la ciencia, las matemáticas y la teología no agotaban la llama creativa de Kepler, pues hoy sabemos que por largo años, o mejor décadas, delineó un escrito increíblemente breve – una treintena de páginas – que luego repasó una y otra vez, pero que no se atrevió a enviar a imprenta; de hecho sería hecho imprimir póstumamente por uno de sus hijos. El título de la obra – Somnium, el sueño, en latín – hace alusión a la trama de la obra, el expediente usado por Kepler para introducirnos en un viaje de fantasía. A través de un sueño, Kepler nos propone, nada menos que a comienzos del siglo XVII, un viaje a la luna. Sí, la aventura literaria de Kepler es una empresa descabellada para quien viviera en el 1600, menos aún si el autor pasa por ser uno de los mayores genios de su tiempo; un científico, un ser al que incluso en nuestros días suponemos alejado de cuestiones fantasiosas.

Los relatos fantásticos no eran nada nuevo para el siglo XVII. De hecho existen registros tan antiguos como el de Luciano de Samosata, notable escritor romano de la antigüedad clásica, hábil maestro de la sátira, como lo refleja muy bien su famosa “Historias verdaderas”, colección de cuentos fantásticos de viajes extravagantes e imposibles. Precisamente una de estas “historias verdaderas” era un increíble viaje a la luna; Luciano nos cuenta que la forma de este viaje principia en un torbellino y que la fuerza del viento le permite llegar al suelo selenita. Pero Luciano está más preocupado de usar esta historia para disfrazar cáusticas críticas a la sociedad romana de su época que de describir hipotéticos medios materiales de realizar esta hazaña. Sabemos ahora que Kepler pudo leer una copia de la obra de Luciano y que probablemente usó la idea del sueño como su propia fórmula de encriptar en parte el propósito verdadero de su texto. Usamos el verbo encriptar pues Kepler iba a describir fenómenos que tienen lugar durante el viaje y que son relatados desde el punto de vista copernicano al referir la situación de la tierra, la luna y el sol. Para entenderle, hay que recordar que por esos años la tesis copernicana aún despertaba resistencias y rechazos profundos por parte de los defensores de un universo aristotélico, como era el caso de la mayoría de los contemporáneos de Kepler, incluso en la Alemania luterana. Más aún, conviene tener en cuenta que en los países católicos toda crítica a Aristóteles podía terminar con su autor dando explicaciones a la Inquisición, como lo descubrirá tristemente Galileo. Precisamente por estar consciente de los peligros de criticar abiertamente a Aristóteles, Kepler recurre al expediente de un sueño para describir la experiencia de un viajero copernicano que desde la tierra llega a la luna.

Tanto por la fórmula empleada como por los detalles del periplo (Kepler menciona una especie de fuerza que actúa en los primeros instantes del viaje, algo que suena muy parecido a la acción de nuestra moderna fuerza gravitatoria), la obra de Kepler representa un momento único en la literatura, a tal punto que para los expertos se constituye en el primer relato de lo que hoy llamamos ciencia ficción propiamente tal. Es cierto que aún quedan reminiscencias de lo puramente fantástico al estilo de Luciano, cuando nos cuenta que la luna está habitada por seres extraños; pero lo distintivo del relato kepleriano es el esfuerzo por tratar de incluir observaciones de un carácter científico como las que apuntáramos antes en relación a la polémica Copérnico – Aristóteles, algo jamás hecho hasta entonces en la literatura.

Publicada en 1634, pocos años después de su muerte, Somnium vivió su propio sueño en la olvidada colección de uno que otro coleccionista. La primera traducción al inglés del texto se hizo recién en 1947, pero ya desde le siglo XIX se comenzó a hablar de esta faceta de escritor de quien era hasta entonces sólo un “matemático.” Desde la segunda guerra mundial los historiadores de la ciencia han venido a reparar la injusta situación de olvido que acompañó a Kepler por largos siglos y Somnium es una pieza más del rompecabezas gigantesco de una personalidad notable, de un hombre enamorado de la ciencia y a la vez fundador de un nuevo género literario, la ciencia ficción. Pero si este es el dibujo de un hombre adelantado a su época, no es menos sorprendente saber que para entender mucho de su investigación e ideas científicas hay que hacer un alto primero en su teología, pues detrás del Kepler científico, del Kepler escritor, está también el Kepler creyente, el hombre que fiel a sus ideas protestantes debió huir de una ciudad a otra cuando arreciaban las guerras religiosas, mientras sufría la excomunión de sus propios correligionarios luteranos. En medio de tiempos tempestuosos, al filo de la vida y la muerte, sepultando a una esposa o a un hijo amado, Kepler logró convertirse en paradigma de la ciencia de su época; lo hizo sin perder jamás su profunda e íntima fe en Dios. ¿Volverá algún día a levantarse un hombre así en el mundo cristiano?



Mensus eram coelos, nunc Terrae metior umbras.
Mens coelestis erat, corporis umbra jacet

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