jueves, 13 de mayo de 2010

La Biblioteca de Isaac



Isaac Newton ha sido considerado generalmente como el más grande científico de todos los tiempos. Su solo nombre es sinónimo y paradigma de científico para la mayoría de la gente. Una reputación muy bien ganada por cierto, considerando la sorprendente producción científica de sus experimentos y sus escritos sobre diversas materias, tales como el cálculo, la geometría, la física, la óptica, por nombrar las más conocidas. ¿Qué esperaríamos hallar en la biblioteca de un científico de la talla de Newton? La respuesta también parece obvia para la mayoría de nosotros: una amplia colección donde dominen los libros sobre los temas predilectos de su investigación científica. Veamos qué encontramos en la biblioteca de Isaac.

Para quienes vivían en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII una biblioteca debe haber sido algo muy cercano a lo que son los televisores gigantes hoy en día para juzgar el estatus social de una persona. Así como las pulgadas de pantalla pueden decirnos algo de los dueños de casa, igualmente el tamaño de la biblioteca de una casa era tal vez un buen indicador para ubicar a las personas en su categoría de clase. Los grandes personajes de la Inglaterra de aquellos años – políticos, aristócratas, filósofos, artistas famosos – tenían a su haber bibliotecas amplias llenas de volúmenes sobre todo lo conocido entonces, para entretener así las largas horas de vida familiar. La biblioteca de Newton no era tan completa e impresionante como la de otros hombres de la alta sociedad inglesa (como el caso de su amigo Locke por ejemplo), pero estaba muy bien dotada y debe haber sido la envidia de varios.

Los mejores textos de ciencia de la época definitivamente eran parte de la biblioteca. Así podemos encontrarnos con, por ejemplo, el De Revolutionibus de Copérnico, las Tablas Rudolfinas del destacado astrónomo alemán Johannes Kepler, el Sidereus Nuncius (“Mensajero celestial”) de Galileo, junto a ellos el filósofo inglés Francis Bacon y su “Of the Advancement and Proficience of Learning” y los “Principia Philosophiae” de Descartes, así como textos experimentales del también inglés Robert Boyle. Todos ellos eran autores de renombre y reconocidos sabios de su tiempo, a los que el joven Newton dedicó su lectura y a los que sin duda debe mucho de sus propios logros en ciencia. Junto a estos destacados autores allí estaban también una gran cantidad de otros libros de matemáticas, geometría, álgebra, física, mecánica, astronomía y otras materias de filosofía natural. Pero lo cierto es que los textos de ciencia propiamente tal apenas representaban el 12% del material total de la biblioteca de Isaac Newton: había 126 libros de matemáticas, 52 de física y sólo 33 de astronomía. ¿El resto?

Parafraseando al notable historiador de la ciencia Gerald Holton lo que mencionamos antes bien pudiera describirse como los textos de la ciencia pública de Newton, aquella actividad por la que era más conocido y a la que debe su fama como científico. Sin embargo, en paralelo a esta imagen pública, Newton estaba entregado a otras disquisiciones para él tanto o más importantes y a las que podríamos denominar en conjunto como su ciencia privada, o sus conocimientos privados, de los cuales sus contemporáneos poco o nada llegaron a saber. En el marco de esta ciencia privada, Newton estaba consagrado en cuerpo y alma a la investigación de la alquimia, la teología, la historia de la iglesia y otros asuntos poco ortodoxos para nuestra imagen de lo que es un científico. De los cerca de 1752 libros que se han catalogado en la biblioteca de Newton, cerca de 477 (un 27%) trataba sobre teología o temas teológicos – con especial énfasis en el Apocalipsis - y otros 169 (casi la décima parte) sobre alquimia.

La alquimia, por ejemplo, fue una actividad a la que Newton tempranamente destinó tiempo y recursos desde sus días en Cambridge, donde adquirió un horno y reactivos químicos. El Theatrum chemicum, de Lázaro Zetzner, una colección en seis volúmenes, representa un pesado compendio de alquimia que al parecer Newton usó con regularidad, si bien no fue el único. Por sorprendente que pueda parecernos, Newton dedicó buena parte de su estadía universitaria a su laboratorio, a tal punto que hoy algunos investigadores sugieren que su quiebre nervioso hacia el año 1693 pudo deberse a un envenenamiento con mercurio. Como la alquimia había ganado un aire de heterodoxia y de ocultismo, incluso estaba sujeta a ciertas restricciones y penas en Inglaterra, Newton el alquimista fue un personaje desconocido en su época.

La cronología o los estudios de la historia antigua basada en los registros históricos de la Biblia fue otra pasión de Newton. También lo fue su investigación sobre el pueblo judío y su evolución desde la antigüedad hasta sus días. Newton disponía de cinco títulos del célebre pensador judío medieval Moisés Maimónides, con signos de mucho uso, un autor al que cita frecuentemente y con el cual al parecer llegó a sentir cierta afinidad espiritual. La Biblia en hebreo de su biblioteca también presenta evidencias de haber sido muy usada, incluso con anotaciones en latín de su puño y letra. Además de la Biblia hebrea, Newton disponía de gramáticas y diccionarios de hebreo; hasta un libro sobre antiguas monedas judías dejan de manifiesto su fascinación por la historia del pueblo judío. Aparte de Maimónides, Newton también tenía una edición de Filón, el principal pensador judío en días de Cristo, y su interés por la metafísica judía le llevó a adquirir la Kabbala denudata de Christian Knorr von Rosenroth, si bien aquí hay que aclarar que su juicio sobre la Cábala judía fue más bien lapidario, por considerarla como elucubraciones fantasiosas.

En materias teológicas, Newton nos depara aún más sorpresas. El Nucleus historiae ecclesiasticae de 1669 era una obra de gran erudición, fruto del trabajo del destacado autor arriano alemán Christopher Sand. Newton tuvo en su colección al menos unos ocho títulos de autores socinianos, además de una obra de los unitarios – socinianos ingleses, The Faith of the One God (“La fe del Dios Uno”). Entre estas obras Newton tenía cuatro títulos del famoso hereje italiano Fausto Sozzini, precisamente a quien debe su nombre el movimiento sociniano en el siglo XVI, uno de los cuales versaba sobre el espinoso tema de la preexistencia de Cristo. También estaban allí los libros de Samuel Crell, otro autor sociniano, comentarios sobre 1 y 2 de Tesalonicenses y sobre la introducción del evangelio de Juan (“El Verbo era Dios”). De los principales reformadores protestantes de la centuria anterior casi nada: sólo dos títulos de Lutero y uno de Calvino (la Institución de la Religión Cristiana). Newton llegó a tener una colección de más de treinta Biblias en distintos idiomas (aparte del inglés, en francés, hebreo, griego, latín, siríaco), varias de ellas con señas inequívocas de haber sido usadas intensamente, tal como señaláramos más arriba con el ejemplar en hebreo. ¿Cómo entender a este científico que tenía casi la misma cantidad de libros de astronomía que de Biblias? ¿Qué explicación tiene esta abundancia de libros teológicos en la biblioteca del mayor científico de la historia? La ciencia y la teología de los días de Newton eran una cosa distinta de la ciencia y la teología de nuestros días. En la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII, la fe cristiana tenía un peso mucho mayor como elemento incluso para definir al mismísimo estado y sus instituciones. La ciencia de la época contribuía con sus conocimientos a apuntalar la fe cristiana que a su vez sostenía todo el tejido social. A diferencia de nuestra experiencia contemporánea, en la que la fe es un asunto personal y el estado y la ciencia manejan sus intereses con independencia de las creencias de sus ciudadanos, en los tiempos de Newton la heterodoxia – religiosa, política o científica – era una cuestión que podía arriesgar la unidad nacional y por lo mismo era un tema complejo e incluso peligroso. Newton compartía con sus coterráneos su preocupación por el conocimiento verdadero o mejor por una filosofía verdadera, una filosofía que buscaba por igual la verdad en las escrituras y en la naturaleza. Más aún, Newton estaba convencido de que esta filosofía verdadera era a la vez antigua, había sido revelada por Dios a los hombres de la antigüedad, a los hebreos de los días de la Biblia. Para él, la búsqueda de esa verdad era siempre una misma cosa, fuese hecha en el laboratorio, en la investigación filosófica o en el estudio de las escrituras. Su biblioteca es un claro ejemplo de la amplitud de esta búsqueda a la vez filosófica y espiritual.

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